En los avatares de la política ecuatoriana la figura (joven entonces) de María Paula Romo significaba un remozamiento: prestancia académica y discurso fresco. Y ahora es nada más y nada menos “confidente política” de Abadalá Bucaram: chatea y conversa con él regularmente, como lo confiesa el expresidente de la República y prófugo de la justicia durante 20 años en Panamá.
“El que ama indebidamente a un dios obliga a los otros a amarlo, en espera de exterminarlos si [se] rehúsan”, dice E.M. Cioran en Brevario de la podredumbre. La máxima manifestación de la idolatría se da a través del lenguaje. Para Romo su propia palabra es su dios personal, no solo su verdad, sino la verdad. Su visión del derecho, la justicia y la política son las verdades detrás de las acciones del gobierno de Lenín Moreno. Tiene el poder en sus manos. Ella que, en 2010, le confesaba en una entrevista a la revista Diners, que se había mantenido inmune a sus efectos, porque lo temía, o porque -para entonces- aún no lo había sentido, ahora ejecuta el poder político en la máxima expresión de su podredumbre: el cinismo, la mentira, la componenda, la absoluta deshonestidad con lo que decía creer y defender.
Ella, con inconsciente inocencia, no se da cuenta, por ejemplo, del poder del cual estuvo cobijada durante toda su adolescencia: la nieta del doctor Vishito, el médico de las monjas, de sus profesores, de toda Loja, no podía ser expulsada del colegio más que por un par de días. Podía hacer y decir lo que quisiera, oponerse y rebelarse, porque no era cualquier hija de vecino, era la nieta de. A ella no se le exigía cumplir los reglamentos como a las demás, no se la expulsaba definitivamente, como a cientos que han debido padecer las arbitrariedades de un sistema escolar absurdamente represivo. Eso es acariciar el poder y usarlo porque se sabía protegida por él.
Y ahora, replica lo aprendido: ejecuta el poder para proteger o castigar. Romo pide no polemizar cuando la alcaldesa Cinthya Viteri impide el aterrizaje de un avión en Guayaquil, pero amenaza con meter preso al alcalde de Baños, una semana después, en plena crisis por la pandemia del Coronavirus. Romo premia o sanciona. A los periodistas cercanos, confiesa un exasesor, aquellos que replican sus discursos como una verdad sin contradicciones, les filtra información, directamente o por intermedio de su equipo de comunicación. Ellos incluso son quienes publican lo que ella “no puede poner de su puño y letra”. Quienes se mantienen críticos no pueden acceder a las ruedas de prensa virtuales, menos aún la pueden entrevistar. Sus aduladores, los 4 Pelagatos, Janeth Hinostroza, Luis Vivanco, Arturo Torres, Carlos Vera o Andersson Boscán, ganan sus likes o retuits, dice su exasesor. Esos medios y periodistas identificados como “anticorreístas” se fían de ella, porque, además, determinadas agencias internacionales garantizan su prestancia y direccionamiento de la información.
A diferencia de Juan Sebastián Roldán, quien es más visceral y flemático, Romo frente a Fernando del Rincón, fue cauta e inmutable a pesar de la zarandeada recibida de quien hasta hace poco, para el equipo de comunicación de la ministra de Gobierno era un aliado, dentro de su esquema de medios (para sus asesores hay medios a los que no debe ir nunca porque son enemigos, pero sí a CNN. Ahora eso ya cambió).
Romo no es nueva en la política. Antes de ser ministra, fue asambleísta. Pero entonces no gozaba de un poder individual, sus posturas debían discutirse: “si yo tengo una idea -le confesaba a la revista Diners- sobre algo que debemos escribir o no escribir, tengo que convencer a otras 62 personas de que así lo hagamos”. Ahora, a quien deben convencer es a ella.
La salida de Romo y de su grupo político del gobierno de Rafael Correa, se dio -según sus propias palabras- porque el expresidente “metió la mano en la justicia”. Su exasesor se pregunta “cómo se entiende ahora su comportamiento como ministra de Gobierno cuando coordina con la fiscal, los jueces y las autoridades de control todo lo que se decide en esas instancias institucionales”. Ella que, como asambleísta, impugnó a todos los candidatos al Consejo de la Judicatura, Corte Constitucional y Fiscalía, ahora, los tiene a su medida. Basta recordar su actuación durante el levantamiento popular de octubre del año pasado: por un tuit, la prefecta de Pichincha, Paola Pabón, fue prácticamente condenada por la Fiscal Diana Salazar (con un 10/20 que si no fuera por su servilismo, en su momento, hubiera merecido la impugnación de la misma Romo, quien -ahora- la premia y la hace desfilar a su lado). Además, tiene a tres de sus amigos cercanos en la Corte Constitucional.
De paso: ¿Cómo juzga en privado Romo a la fiscal Salazar? (Cuentan que se burla de muchas de sus expresiones y que dice -medio en broma, medio en serio- que hasta debe mandarle por escrito lo que debe decir en la prensa). ¿Le habría aprobado un examen si hubiese sido su profesora de Derecho Penal? ¿Cuántas veces reprobó la calidad jurídica de las actuaciones de Mauro Andino o de la actual secretaria jurídica de la Presidencia cuando esa pareja trabajó para Rafael Correa?
La política que -entrevistada por Vivanco en el Castigo Divino– afirmaba que “en el ejercicio del poder debemos estar dispuestos a reconocer límites”, luego acusó, en rueda de prensa, a Ola Bini de ser un hacker ruso, de ser cercano al excanciller Ricardo Patiño y de realizar varios viajes a Venezuela. Ella destrozó la institución histórica del asilo político, y junto al canciller José Valencia (también su amigo personal), reprodujo el libreto de Donald Trump con respecto a Julian Assange. Pero tampoco sorprende esa actuación. Cuando Cuvi le preguntó por su decisión de estudiar Leyes, ella no se cortó y le explicó su visión del Derecho, que lo entiende como “una construcción del sector que está en el poder, el reflejo de las fuerzas políticas, de las presiones sociales, (…) [que] no siempre hay una relación directa entre el derecho y la justicia”. Y ahora que el poder es ella…
No debe quedar de lado su gira por EE.UU. con los altos mandos de la seguridad del gobierno de Donald Trump. Fue condecorada y su conferencia parecería más un salto al visado “for ever”, por si su retirada necesita un refugio seguro. Ahí quedó señalada y marcada. Del “servicio” al imperio no se regresa nunca, dice un amigo de la Ruptura que ahora prefiere ni verla. “Me mantengo en la izquierda y jamás volvería a estrecharle la mano hasta por el riesgo de que lleve un chip con todos los detectores habidos y por haber”, dice riéndose.
Desde sus orígenes en la política, a Romo le ha interesado más la imagen que el discurso. Según ella, es un reflejo de su generación (¡!). De ahí que la Ruptura surgiera con una exposición fotográfica, por el cumplimiento de los 25 años de regreso a la democracia en el Ecuador. Cuando organizaba el acto le pareció “una locura” que sean “exactamente los mismos nombres” de políticos los que se repetían durante 25 años: “Ellos son los que fueron candidatos, los que gobernaron, los que se evalúan, se aplauden entre ellos, cero autocrítica, cero capacidad de renovación”, le dijo en su momento a la revista Diners. Esos políticos eran, para ella y sus amigos de la Ruptura, los que jodieron al país. Ahora, con ellos, pacta, negocia, chatea: se afilió a la ID de Borja para ser candidata, se conocen de sus almuerzos con Nebot y, en los últimos días, el país supo de sus chats con Bucaram. En esas fotos simbólicas donde aparecen los políticos de siempre, juntos a bordo de una camioneta o en ceremonias que evidencian la componenda, ahora aparece ella también y los imita en su podredumbre.
Hasta ahora no hace públicas las actas y audios de la reunión del Consejo de Seguridad sobre las razones que invocó su gobierno para no negociar con los captores del equipo periodístico de El Comercio. Eso significó una distancia con algunos periodistas, pero gracias a las gestiones de su jefe, Lenín Moreno, la relación con ese diario se arregló. Sin embargo, la huella y la herida quedaron ahí. Los familiares de los tres asesinados no le perdonan su conducta. “Ni siquiera contesta los mensajes”, afirma la pariente de uno de ellos.
Aunque goce del beneplácito de Moreno, así como tenía el respaldo simbólico de su abuelo, muchas veces -según su exasesor- “ni siquiera le consulta lo que va hacer porque lo considera incapaz de entender lo que ella y su equipo hacen. Por eso, tiene problemas con Otto. Y celos, porque no lo puede monitorear ni controlar como sí lo hace con el Presidente”.
A pesar de estar afiliada a la Izquierda Democrática (su ingreso fue visto con recelo por algunos de los dirigentes, sobre todo porque llevaba de la mano a Juan Sebastián Roldán, percibido como muy ambicioso) participa en las reuniones del bloque oficialista de Alianza PAIS. Un asambleísta de ese movimiento asegura que, cuando llega a las reuniones de bloque, Romo “reproduce lo mismo que criticaba de los ministros de Correa: como generala, impone la agenda legislativa”. Ella, que decía creer en la posibilidad de construir “alianzas de otro tipo” ahora, mareada por el poder (como si le fuere eterno) se “le va la lengua y evidencia cómo maneja la relación del gobierno con Lasso y Nebot”, comenta el asambleísta oficialista.
Un exmilitante de la Ruptura añade más datos: “Me gustaría preguntarle -dice- cuántas reuniones ha sostenido con delegados o representantes de las agencias financiadoras de grupos de derecha del Ecuador, incluido ese aparato de medios que recibe fondos de la Usaid y la NED”. Él, muy ácido en sus comentarios, la define como “ambiciosa y temeraria, inteligente y audaz, pero con un problema de fondo: duda de todos, hasta de su novio debe dudar todo el tiempo”. Un novio al que no duda en corregir o disculpar ante los medios de comunicación por no estar fogueado en la esfera pública y dar respuestas inadecuadas producto de la presión.
Ella, que a Vivanco le aseguraba que “en la política no se puede guiar por los panas” ni que “quería hacer política con ladrones”, está rodeada de ambos bandos en el gobierno al que pertenece: sus amigos, amigas y novio están en puestos claves o la acompañan en el Ministerio. No le importa si en algún momento existieron distancias (como con Alexandra Ocles), solo vale su funcionalidad al poder. Los ladrones pululan y negocian sin escrúpulos sobreprecios en plena emergencia sanitaria. Ese es el retrato de su ética política.
Cuando Cuvi le pregunta cómo vivió la universidad San Francisco, en la que estudiaba, la crisis del año 1999, Romo confiesa “que no pasaba mucho, [que] estaba físicamente lejos de esos problemas”. La distancia no solo era geográfica sino también de clase. Cuando no se sabe lo que es depender de un sueldo para llegar a fin de mes, cuando la realidad de clase es diferente (aunque ella hable de comprensión), cuando los pactos políticos encierran medidas económicas brutales, “se atreve a decir”, justo un día antes de que se anunciaran los recortes a la educación superior, que “el único presupuesto que se ajustará hacia arriba, y no hacia abajo, es el de salud”. Ajuste, no reducción. Ajuste, no recortes. Ella, preocupada de su imagen, de que no se la identifique con noticias nefastas, se rodea de eufemismos.
En la entrevista con Vivanco también aseguraba que el clima político, previo a las elecciones, se situaba entre dos opuestos: en un lado, aquellos que buscaban defender lo ganado en diez años y en el otro polo, quienes querían derrumbarlo todo. Romo aseguraba no estar de acuerdo en destruir, sino en preservar todo lo bueno que en una década se había construido. De eso no queda nada: miles de despidos, presupuestos precarios, aumento de la pobreza, cientos de programas sociales aniquilados y nada de obra pública es su legado. Se ha preferido pagar la deuda externa.
Ella, para quien la política era “apostarle a la paz”, que aseguraba que “la violencia y la política democrática no son compatibles”, ha sido parte de un gobierno que ha recurrido a la violencia brutal: en octubre, hubo miles de heridos, once muertos, decenas de ojos perdidos por bombas lacrimógenas lanzadas directamente al rostro de los manifestantes por orden de ella, que tiene a cargo a la Policía. Ella, la del diálogo pacífico, forma parte de un gobierno que apresó a sus excompañeros Paola Pabón y Virgilio Hernández, con quien -supuestamente- tenía una relación cercana. Y ha invertido en equipos antimotines porque, definitivamente, Romo prefiere los golpes al diálogo.
Si a la María Paula del pasado le vuelven a preguntar: ¿y tú qué harías para cambiar al Ecuador? La respuesta no podría ser otra que: “nada”. Porque se lo ha entregado todo, como los políticos de siempre, a los bancos, a las mafias y a los gringos.
Ya no hay lugar en el cual se pueda esconder. Ya no hay organización política que pueda estructurar. Las encuestas demuestran que no tiene ni credibilidad ni prestigio. Y, así, ya no cumplirá su sueño, quizás esa sea su mayor pérdida, la gran herida de su ego: jamás será Presidenta. Se ha enterrado, palabra a palabra, acto por acto, a sí misma, para siempre.