Jorge Luis Acanda

Ahora que se cumple un nuevo aniversario de su nacimiento, sería oportuno comentar la tesis, formulada por Engels, de que Marx develó el secreto de la explotación capitalista. ¿En que consiste esa esencia oculta que ha hecho tan difícil la lucha contra esa nueva forma de explotación?

Marx caracterizó al capitalismo no por la existencia de elementos de la economía mercantil, sino como un sistema de relaciones sociales, un modo específico de vinculación de lo económico con el resto de la realidad social, un tipo de organización social en la que el mercado ocupa el lugar central y determinante en la estructuración de las relaciones sociales, erigiéndose en el elemento mediador en toda relación intersubjetiva (es decir, de las personas entre sí) y objetual (de las personas con los objetos de su actividad, sean estos materiales o espirituales). En el capitalismo, la racionalidad económica se impone a todas las demás (la política, la religiosa, la artística, etc.), y condiciona con sus dictados a las más variadas esferas de la vida social.

La centralidad del mercado se debe a la lógica económica propia del capitalismo. El capital sólo puede existir en expansión constante. La competencia condujo a que el objetivo de los productores ya no pudiera consistir simplemente en obtener ganancias, sino en la obtención siempre ampliada de las mismas, pues solo eso les permitirá enfrentar la concurrencia con otros productores y no ser eliminados del mercado. La existencia de la competencia determina que la reproducción simple (rasgo común a la economía mercantil simple) desaparezca y que la reproducción ampliada se convierta en la ley de funcionamiento del sistema capitalista. El objetivo del proceso de producción de bienes materiales ya no consiste en la producción de valor, sino en la producción de plusvalía, es decir, de una masa de valor siempre creciente. Ello es posible únicamente en la medida en que una dimensión siempre creciente de actividades y productos humanos se convierta en objetos destinados al mercado, para la obtención de la plusvalía. La mercantilización creciente de todas las actividades y los productos humanos es una característica esencial y específica del capitalismo. En las sociedades anteriores, los individuos habían producido bienes materiales y espirituales que solo en casos y proporciones muy limitados eran destinados al mercado, para ser intercambiados por otros objetos o vendidos por dinero. El capitalismo marcó un cambio radical: todas las actividades y los productos humanos han de convertirse en objetos destinados al mercado, en mercancías. La mercantilización creciente de la producción implica, a su vez, la mercantilización creciente del consumo. Cada vez más, los bienes que los individuos consumen para satisfacer sus necesidades tienen que devenir mercancías, y ser adquiridos mediante su compra por dinero. Esto también constituyó una novedad, pues durante decenas de siglos, la mayoría de los objetos con los que las personas satisfacían sus necesidades materiales y espirituales no podían comprarse ni venderse. La universalización de la forma mercancía, la tendencia creciente a la conversión en mercancía de todos los objetos y todas las actividades humanas, caracteriza a la modernidad capitalista.

En el capitalismo, la mercancía no es un producto económico más, un bien creado para satisfacer una necesidad humana. Su finalidad no es satisfacer una necesidad humana, sino satisfacer la necesidad que tiene el capital, para seguir existiendo, de producir plusvalía. El objetivo de la producción económica capitalista no es la satisfacción de las necesidades que puedan tener los seres humanos, pues ello solo garantiza la reproducción mercantil simple, sino la producción ampliada de necesidades, y no de necesidades de cualquier tipo, sino de necesidades tales que solo puedan ser satisfechas mediante la adquisición y consumo de mercancías. Por ende, podemos definir a la mercancía como un objeto producido no para satisfacer necesidades humanas, sino para crear, en los seres humanos, necesidades ampliadas de consumo de nuevas y más mercancías. El mercado capitalista no tiene como finalidad las necesidades humanas, sino exclusivamente su propia expansión ilimitada. El propósito del proceso de producción capitalista no es la creación de bienes para satisfacer las necesidades de las personas, sino la creación de la plusvalía. El capitalismo intenta presentarse como un sistema económico cuya racionalidad apunta a la producción maximizada de bienes. Pero como entiende por “bienes” sólo aquello que existe como mercancía y puede expresarse en una dimensión cuantitativa monetaria, el capitalismo –en esencia – no es otra cosa que un sistema social de producción maximizada de dinero.

El mercado capitalista no es exclusivamente un fenómeno económico. Es algo mucho más complejo. Es la esfera de producción de necesidades y, además, del modo de satisfacción de esas necesidades. No se puede caracterizar al mercado capitalista como un fenómeno exclusivamente económico, sino como un proceso de carácter social. Es el espacio social por excelencia de producción y circulación de la subjetividad humana, de las necesidades, potencialidades, capacidades, etc., de los individuos. El carácter complejo del mercado capitalista se puede expresar adecuadamente en esta formulación: su objetivo es la construcción de los individuos como consumidores ampliados de mercancías. El mercado capitalista se constituye en la instancia primaria y fundamental de producción de las relaciones sociales en la modernidad.

En el capitalismo, el individuo es expropiado de su subjetividad, que es deformada y constreñida para convertirla en garante de la creación exponencialmente ampliada de valor. La explotación significa ahora la penetración de la dominación capitalista en el núcleo de nuestro ser, de nuestros hábitos, nuestros modos de pensar, nuestras relaciones con otras personas. La interiorización, por todos nosotros, de la explotación como nuestra forma necesaria de vida. La explotación en el capitalismo no es un simple acto de expropiación del excedente, sino un proceso constante de construcción de una subjetividad social enajenada y enajenante. Comprender eso en toda su significación es vital para forjar las líneas estratégicas de la lucha por la liberación humana.

 

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