Iván Sierra
Las putas al poder: sus hijos fracasaron
(Este graffiti amaneció pintado en una pared de algún barrio quiteño hace ya más de veinte años. Apretada síntesis de la época).
Los graffitis eran el medio disruptivo de expresar los sinsabores del sistema imperante. Hoy lo son los memes. Se les llama memes porque imitan, es su forma de describir. Y producto de una imitación ingeniosa y salpimentada logran ser difundidos. Viralización le llaman. El científico británico Richard Dawkins en El gen egoísta detalla “…del mismo modo que los genes se propagan a través de la cuenca genética […] los memes se propagan a través de la cuenca memética saltando de un cerebro a otro a través de un proceso que puede denominarse, en el sentido más amplio, imitación”.
Los seres humanos adquirimos gran parte de nuestros saberes a través de la imitación, siguiendo ejemplos, repitiendo procedimientos de otros, etc., de forma instintiva, emocional o lógica.
Pierre Bourdieu le dedica densas y numerosas páginas al estudio de la imitación de los gustos, los criterios y hasta los valores imperantes en una sociedad. Cuando el notable sociólogo francés afirmó “el arte no existe” destacaba que las obras de arte son consideradas como tal solo cuando su hechura coincide con los criterios de la clase dominante o del curador ungido por esta; el resto de la sociedad acepta por imitación. Si cambiamos los personajes y banalizamos la teoría hoy vemos cómo cada nuevo look de Cristiano Ronaldo o de Kylie Jenner son imitados por sus fans sin cuestionamiento alguno.
El mismo Bourdieu, en varias de sus obras, pero en particular en La distinción describe con paciencia de orfebre un complejo entramado de relaciones entre clases sociales en las que prima la imitación vertical: Los individuos de una clase social imitan a los de la clase social superior, siendo esta superioridad una amalgama de patrimonio monetario, bagaje cultural y riqueza en redes de influencias y contactos; esto último es llamado capital social.
El mito hebreo de Moisés bajando del monte Sinaí con las tablas de la ley escritas en piedra por el mismísimo Yahvé ejemplifica para la eternidad la impronta de un mensaje recibido de quien está taxonómica y jerárquicamente por encima de muchos otros.
Llevemos esto de la imitación al plano político, ya que los gobernantes de una nación suelen tener amplísimos niveles de exposición y un capital social generalmente inigualable. Si la máxima autoridad es un self made man (or woman), con educación de primer nivel y un discurso permanente de búsqueda de la excelencia acompañado de una praxis de meritocracia, ineludiblemente va a generar un proceso de mimesis -de imitación- profundamente saludable para la ciudadanía. Jóvenes de todos los rincones anhelarían imitar y superar las proezas del líder. Padres, madres y docentes encontrarían un ejemplo idóneo y próximo para motivar a estudiantes a perseguir la excelencia, a derrumbar barreras del subdesarrollo, a romper techos de cristal.
Una sociedad así podría emprender desafíos reservados solo para pueblos cohesionados y claros en sus objetivos. Una sociedad así debería tener, además, una prensa y una oposición de altura o al menos un contrapeso a la mala prensa para que se promuevan debates públicos de los temas de alto interés. Estoy rozando la utopía, pero no la siento ajena.
Ahora veamos también el caso opuesto: Un presidente lánguido de formación académica, innegable traidor del programa y del espectro político que lo llevó al poder, mentiroso recurrente y que le entrega el país a quienes antes lo habían depredado. No estoy escribiendo de gestión pública sino de valores.
Añadámosle al lúgubre escenario una prensa hegemónica en maridaje con el gobierno para crear espirales de silencio que convierten en virtud los contubernios palaciegos.
¿Qué puede ocurrir en el flujo bourdieusiano de la imitación en esa sociedad?
¿Cómo -con qué prioridades y con qué valores- emprenderán su siempre urgente camino los más jóvenes ávidos de pronto progreso para sus vidas?
¿Qué quedará en la mente de un niño que ve llegar al presidente traidor a su aula de clases y qué terminará imitando de él?
La imitación a las figuras más destacadas de una sociedad es un habitus que se desenvuelve en lo social, pero que se arraiga en lo biológico; es, desde una perspectiva macro, inevitable imitar, de allí lo importante de tener personas ejemplares en las posiciones más visibles de una sociedad, de un barrio, de una familia.
Un modelo deleznable como el que describí antes, blindado por una prensa sin contrapoder es un meme grotesco que contamina el alma de la sociedad, su presente y su futuro. Es un Chevron en la Amazonia de la moral.
Estoy rozando la distopía. Y no la siento ajena.