Por Erika Sylva Charvet

A las 8 de la mañana del 24 de mayo de 1822, las compañías patriotas Cazadores del Paya y Trujillo llegaron “a lo alto del cerro Chilibulo que domina la ciudad de Quito” y esperaron a las otras unidades para enfrentar al ejército realista que a las 9 iniciaría su avance por las estribaciones del Pichincha (Espinosa Yépez, 2019: 48). Habían transcurrido meses desde que las fuerzas patriotas, comandadas por el Mariscal Antonio José de Sucre, habían iniciado la travesía a Quito desde Guayaquil y pocos días desde que, llegados al Valle de los Chillos, convertirían los hitos de una escarpada geografía en emblemas de liberación. Conocoto, Ilaló, Puembo, El Quinche, la cima de Puengasí, la llanura de Turubamba, Chillogallo, El Ejido, el Panecillo, los cerros Pucará, Huayrapungo, Ungui, Chilibulo, y el volcán Pichincha, hoy tan cotidianos para sus habitantes, se constituirían desde entonces en referentes simbólicos de maniobras tácticas, acciones defensivas y batallas decisivas que las fuerzas liberadoras protagonizaron aquel día definitivo (Espinosa Yépez, 2019).

Fue definitivo porque con él se cerró la “rebelión por etapas” que implicó el movimiento independentista en el territorio de la Real Audiencia de Quito (Chiriboga, 1980), iniciado con la “revolución quiteña” (1808-1812) (Ayala, 2018; Paz y Miño, 2021), y posteriormente con las independencias de Guayaquil y Cuenca (1820). Aquellos fueron ciclos revolucionarios en los que las elites criollas de origen español, que resentían la creciente centralización del poder monárquico, demandaron su autonomía, aprovechando las fisuras que el propio Estado colonial en crisis desde la segunda mitad del siglo XVIII, les abría. Tal el caso de las Juntas Soberanas de Quito (1809, 1812) y de la Constitución de Quito (1812).  Pero que, una vez cerrados esos caminos y reprimidos sus intentos, no vacilaron en tomar las armas por la causa de la libertad, asumida también aguerridamente por  otros paisanos y paisanas, como la “plebe insumisa” de Quito aquel aciago 2 de agosto de 1810 que cobró la vida de 300 patriotas a manos de los realistas (Albornoz, 2017; Espinosa Apolo, s/f).

Ese 24 de mayo de 1822 era un momento de alta significación porque garantizaba el avance de la campaña del Sur, comandada por el Libertador Simón Bolívar, hacia la liberación del Perú y el Alto Perú  (hoy Bolivia), evidenciando el alcance continental de la lucha independentista, iniciada con la rebelión esclava de Haití  en 1804. Pero también porque mostró la enorme diversidad social, étnica, regional, internacional y de género de los/as participantes de dicho proceso.  En esa memorable batalla actuaron miembros de las elites criollas, pero también población local, jóvenes campesinos de la zona de influencia de Quito “que burlan las líneas españolas y se incorporan a las batallas independentistas”, indígenas con roles de guías y zapadores y que “transportaban alforjas y munición a sus espaldas”, soldados guayaquileños, lojanos, cuencanos incorporados a batallones internacionalistas compuestos por granadinos, venezolanos, peruanos, argentinos, chilenos de diversos orígenes étnicos, y la Legión Inglesa conformada por ingleses, galeses y escoceses (Espinosa Yépez, 2019: 40  passim).

Aquel día memorable, también registró la presencia femenina. Las mujeres de las elites criollas e intelectuales habían utilizado sus espacios femeninos de las tertulias para constituir una “verdadera red informativa, de la cual ellas servían como eslabones principales” (Taxin, 1999:87). Pero, en el fragor de la lucha, traspasaron las fronteras impuestas por la cultura de género colonial y asumieron roles de financistas y hasta militares en las campañas, ora como informantes, o comunicadoras de mensajes, u ocultando a los patriotas, e inclusive en el campo de batalla, generalmente asumiendo identidades masculinas como combatientes (Taxin, 1999:95). Su compromiso les conduciría a enfrentar las mismas consecuencias de sus pares: muertas, heridas o mutiladas en el campo de batalla, o, de lo contrario, perseguidas, presas, torturadas, despojadas de su patrimonio, ahorcadas, fusiladas, garroteadas y sus cuerpos expuestos al escarnio público para “escarmiento de quienes osen levantarse…contra la Corona”, como solían amenazar los colonizadores (Espinosa Apolo, s/f: 11 passim).

Al panteón de mujeres patriotas: Manuela Sáenz, Manuela Cañizares, Manuela Espejo, María Ontaneda y Larraín, Rosa Zárate, Rosa Montúfar, Dolores Zabala, Baltazara Terán, Bárbara Espalza, María Dolores Riofrío, Bárbara Alfaro, María Donoso Larrea, Balentina Serrano, Rosa Carrión, Josefa Marcos, Rafaela Jaramillo, Lorenza Fierro, Rosa Falconí,  María Josefa Riofrío, (Taxin, 1999), se suman los colectivos de mujeres, como las “bolsiconas”, “milicia de mujeres plebeyas” organizada por María Larraín en 1812 y constituida por mestizas, pequeñas comerciantes de ferias y mercados o costureras como Josefa Escarcha, María de la Cruz Vieyra, y otras conocidas por sus alias:  la Costalona, La Terrona, La Monja y la Pallaschca, que jugarían un rol crucial en el linchamiento del Conde Ruiz de Castilla y en la Batalla del Panecillo contra el ejército realista en noviembre de 1812 (Espinosa Apolo, s/f: 10).

A este contingente heroico e invisibilizado históricamente, se integran las mujeres plebeyas que participaron decididamente en el campo de batalla:  las “guarichas”, acompañantes de los soldados en todas las campañas. Eran sus “…esposas, amantes y compañeras” que les proveían “…compañía y apoyo emocional” (Taxin, 1999:94). Estaban expuestas a los mismos rigores de la guerra, “solo que llegaban cuatro o cinco horas más temprano al … campamento”, lo preparaban, hacían la comida, cuidaban  a los enfermos y heridos y, de ser necesario, tomaban las armas (Taxin, 1999:94).  Aunque en 1817 y 1819, los generales Morillo y Santander prohibieron este acompañamiento, parecería que ellas lo desobedecieron, aun cuando no hay referencia de su participación en la Batalla del Pichincha.  Empero, por Amy Taxin conocemos que en esta batalla sí participaron tres mujeres de las élites criollas con identidades masculinas: Nicolasa Jurado como Manuel Jurado, Gertrudis Espalza como Manuel Espalza e Inés Jiménez como Manuel Jiménez. Según la misma fuente, Jimenez y Espalza también combatieron en la Batalla de Ayacucho en donde fueron condecoradas (Taxin, 1999:95).

Pero, si ese 24 de mayo de 1822 cerraba un ciclo heroico de combates por la libertad del yugo colonial en el territorio de la Audiencia, abría otro inspirado en la utopía de unificación de las excolonias de España en un nuevo Estado independiente, que Francisco de Miranda la ideó en 1790 y que su discípulo, Simón Bolívar, la empezaría a ejecutar convencido de que, como lo dijera en un discurso en 1815, “(e)sta mitad del globo pertenece a quien Dios hizo nacer en su suelo” (Liévano, 2006:27), y, ciertamente, persuadido, como también lo estuvo Miranda, de que sin integración no habría independencia, escudo indispensable para frenar cualquier apetito expansionista de viejas y emergentes potencias (Liévano, 2006).  Fue así como el 17 de diciembre de 1819, orientados por esta idea visionaria, representantes del independentismo de Venezuela, Nueva Granada y Quito se reunirían en el Congreso de Angostura y, en plena guerra anticolonial, proclamarían la fundación de la Gran Colombia. Quito, Guayaquil y Cuenca se integrarían el 13 de julio de 1822, con el nombre de Distrito del Sur, luego de la capitulación de los realistas en la Batalla del Pichincha (Espinosa Yépez, 2019).

La utopía movilizadora de la Patria Grande no fue, precisamente el proyecto de los llamados “padres fundadores” de las repúblicas que se crearon posteriormente, representantes de clases propietarias del criollismo colonial motivadas por intereses corporativos, particularistas y localistas. De ahí que, no solo que Bolívar sería traicionado y Sucre vilmente asesinado en 1830, sino que la Gran Colombia sería desaparecida en 1831. Meses antes, en mayo de 1830, se había separado el Distrito del Sur y en agosto de ese mismo año una Asamblea Constituyente proclamaría la República del Ecuador (Ayala, 2018).

En el caso ecuatoriano, la etapa postindependentista no solo atestiguaría el fracaso del proyecto supranacional de la Gran Colombia, sino la intrínseca debilidad nacional del momento constitutivo, fundante del Estado. La profunda atomización regional, la situación de permanente guerra civil,  el predominio de los poderes locales sobre el poder central y del clero sobre el Estado, el despojo, explotación y opresión terrateniente sobre la población indígena basada en la continuidad del racismo-elitismo, el predominio de relaciones de dominación tradicionales,  la representación elitista y el concepto de ciudadanía censataria, el retorno de las mujeres de las elites a sus espacios domésticos, y la connivencia de las elites con los poderes imperiales sucesores del español, que caracterizó la política del Estado Terrateniente del siglo XIX, evidencian no solo el vacío de un proyecto de Estado nacional, sino el carácter inconcluso del propio proceso independentista y sus postulados liberal republicanos (Quintero y Sylva, 1995, Tomo I).

Precisamente, la revolución de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX (1895-1912), liderada por Eloy Alfaro, retomó esos postulados en un proyecto liberal radical de Estado y sociedad. Modernización, industrialización, integración nacional y reforma social que, entre otras cosas, garantizó derechos a las poblaciones excluidas y brindó oportunidades de empleo y educación a las mujeres fueron impulsadas durante los gobiernos del Viejo Luchador (Núñez, 2015; Goetschel, 2007).  Pero también refundó el ideal bolivariano cuando desde la instalación de su primer gobierno en 1895 propuso un “Derecho Público Americano frente a la Doctrina Monroe…” (Núñez, 2015: 16-17), y en 1900 impulsó la creación de un “sistema defensivo latinoamericano”, así como la reconstitución de la Gran Colombia (Núñez, 2015: 16, 17, 38-43). Todas estas iniciativas serían, sin embargo, frustradas con el asesinato de los alfaristas en 1912 y consumadas con la derrota de la Revolución de Concha (1916), momentos que atestiguaría parricidios y traiciones similares a las de la coyuntura independentista, sumiendo al Ecuador en la larga y triste noche de la república oligárquica, que, con escasos interregnos, se ha extendido hasta hoy.

Ante la persistente frustración histórica de una real independencia, Benjamín Carrión propuso en 1961 la tesis de la “segunda independencia” (Carrión, 1961, en Quintero y Sylva, 1995: 41, Tomo II), asumida por la intelectualidad de izquierda. En ese tenor, los procesos y, sobre todo, los gobiernos progresistas de inicios del siglo XXI en la región, incluido el ecuatoriano, refundaron las iniciativas nacionalistas e integracionistas de nuestros ancestros y ancestras rebeldes del siglo XIX y XX  y desarrollaron nuevas, orientadas al fortalecimiento de la democracia, la soberanía y el nacionalismo, en un contexto económico y político imperial adverso, incompatible con estos principios, que para sostenerse solo puede promover toda clase de guerras contra nuestros pueblos.  En este marco que nos abisma a nuevas frustraciones, la necesidad de una segunda independencia se ha tornado más imperiosa que nunca. He ahí, el profundo significado del 24 de 1822 que conmemoramos hoy, a los 199 años de nuestra primera liberación.

Quito, 24 de mayo de 1822

FUENTES

ALBORNOZ, César (2017). El 2 de agosto de 1810. Research Gate, August.  Recuperado en https://www.researchgate.net/publication/318865378_EL_2_DE_AGOSTO_DE_1810  Visitado el 21 de marzo de 2019.

AYALA MORA, Enrique (2018). Redefinición del orden colonial; Independencia y etapa colombiana. En Enrique Ayala,  Resumen de historia del Ecuador. Quito: UASB, CEN, pp 59-72 [Edición 1999, pp 19-21 y 22-25

ESPINOSA APOLO, Manuel (s/f).  Carlos Montúfar y el pueblo de Quito. Pdf proporcionado por el autor.

ESPINOSA YÉPEZ, Cristóbal (2019).  Batalla de Pichincha, operaciones militares.  Quito:  Centro de Estudios Históricos del Ejército. Pdf

GOETSCHEL, Ana María (2007).  Educación de las mujeres, maestras y esferas públicas.  Quito en la primera mitad del siglo XX.  Quito:  FLACSO Sede Ecuador-Abya Yala.

LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio (2006).  Bolivarismo y monroísmo.  Venezuela:  Ministerio de la Cultura, Fundación Editorial El Perro y la Rana. Pdf

NÚÑEZ SANCHEZ, Jorge (2015). Estudio introductorio.  En Jorge Núñez, Eloy Alfaro: pensamiento y acción de un revolucionario latinoamericano.  Caracas:  Fundación Centro Nacional de Historia, pp. 7-45.

PAZ Y MIÑO C., Juan J. (2021. Bicentenarios independentistas: historia siempre viva. Historia y presente,  17 de mayo.  http://www.historiaypresente.com/bicentenarios-independentistas-historia-siempre-viva/  Visitado el 17 de mayo de 2021.

QUINTERO LÓPEZ, Rafael y SYLVA CHARVET, Erika (1995).  Ecuador:  una nación en ciernes. Quito: Editorial Universitaria, Tomos I y II.

TAXIN, Amy (1999).  La participación de la mujer en la Independencia:  el caso de Manuela Sáenz.  Procesos. Revista Ecuatoriana de Historia, No. 14. Quito: CEN. Pdf

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