Por Danilo Altamirano

El Mercado Común del Sur (MERCOSUR) es un proceso de integración regional fundado el 26 de marzo de 1991 con la firma del Tratado de Asunción por los países de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay; desde su creación su objetivo principal   tuvo propiciar un espacio común que genere oportunidades comerciales y de inversiones a través de la integración competitiva de las economías nacionales al mercado internacional. El 4 de julio 2006, la República Bolivariana de Venezuela ingresa como miembro pleno del bloque (actualmente está suspendida); posteriormente, el 17 de julio de 2015 se celebra el Protocolo de adhesión del Estado Plurinacional de Bolivia al MERCOSUR (actualmente se encuentra en proceso la adhesión).

El MERCOSUR, representa el 82,3 % del PIB total de toda Sudamérica;  tiene 14.859.775 kilómetros cuadrados y cuenta al 2021 una población al 2021 de 295 millones de habitantes, es considerada la quinta economía mundial.  Sus principales destinos de productos al 2019 fueron Asia 48%, Unión Europea 17%, y América del Norte con el 14%.

En los años 90 y primeros años del 2000, el eje del modelo de integración del MERCOSUR se encontraba en el intercambio comercial. En sentido amplio, esta etapa fue marcada por dos períodos, el primero denominado “Regionalismo abierto y MERCOSUR Comercial” (1991-2003); y el segundo llamado “Integración para el Desarrollo, MERCOSUR social y productivo” (2003- 2007).  En varios discursos y escritos por la comunidad académica y política a estos períodos se hace referencia a la “nueva integración”, el “nuevo regionalismo”, el “segundo regionalismo” o la “nueva ola” de acuerdos comerciales.

Esta dimensión temporal, con composiciones cambiantes por las coaliciones de poder y sus regímenes de gobierno, marcado por la globalización capitalista-mercantilista y su disputa con el socialismo del siglo XXI, aparecimiento de nuevos acuerdos bilaterales o intrarregionales, configuran permanentemente un nuevo mapa geopolítico y económico en la región. 

Los procesos de integración regional se han beneficiado de la creación y el funcionamiento de escenarios de diálogo y cooperación; sin embargo, bajo el lema de que la mera apertura comercial conllevaría al desarrollo económico de cada uno de los socios, a resultado una falacia, ya que aun permanecen constantes las asimetrías económicas y sociales en América del Sur; y la posibilidad de afrontar nuevas exigencias del proceso de integración.   

En el caso del MERCOSUR, en 1991 Brasil concentraba el 77% del PIB del bloque, Argentina el 20%, Paraguay el 1% y Uruguay el 2%. Paraguay tenía el peor nivel de ingreso respecto al promedio del bloque, un 44% por debajo del mismo. Once años más tarde, en 2002, las asimetrías no evidenciaron cambios significativos. Brasil pasó a concentrar el 80% de la producción del MERCOSUR, Argentina unos puntos porcentuales menos (18%), pero Paraguay y Uruguay no solo se mantuvieron en el mismo porcentaje, sino que Uruguay descendió un punto porcentual (con una participación del 1% en el PBI del bloque en ambos casos), aumentando la brecha de disparidad en lugar de ser reducida (Foglia, 2021).

En suma, MERCOSUR en sus primeros 15 años presentó dificultad para identificar intereses comunes que den sentido al proceso de integración; con déficit democráticos, asimetrías y desigualdades económicas y sociales en los cuatro países; lentas incorporaciones de normas a las respectivas legislaciones de los cuatro países. Esto significó, autocríticas y reflexiones en la sociedad civil, empresa privada y Estados.

El MERCOSUR el 26 de marzo de 2021 cumplió 30 años de integración regional, y supone comprender que los desafíos políticos y económicos actuales son un ciclo más del proceso regional de integración, y que debe ser comprendidos desde las idiosincrasias de los contextos políticos ya que actualmente atraviesa una de sus mayores crisis por las fuertes ideologías internas entorno a la apertura comercial, y las heterogeneidades estructurales entre sus países miembros.

Marcar desafíos, implica la necesidad de diseñar e implementar herramientas tendientes a mitigar las asimetrías del bloque que no ha sido suficientemente priorizadas, sino largamente postergadas, como institucionalidad-jurídica, infraestructura, integración productiva, empleo, seguridad, cooperación internacional, financiamiento, políticas para el desarrollo social-cultual, movilidad, capacidad de gestión pública y privada, etc. Por lo tanto, hoy más que nunca la reducción de asimetrías amerita más y mejor integración.

En términos sectoriales, el acuerdo con la Unión Europea y China abre oportunidades para mejorar el acceso a nuevos mercados y podría contribuir a fortalecer las cadenas de valor; y aumentar la competitividad de las economías del MERCOSUR, aprovechando las economías de escala y de aglomeración, así como la capacidad para atraer inversiones que les permita aumentar la producción de bienes y la prestación de servicios, generando mayor empleo y mejores ingresos. No obstante, pensar y retomar la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) permitiría mejor posición competitividad, margen de negociación y desarrollo humano multidimensional con resultados e impactos positivos para la región.

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