Iván Sierra Hidalgo

Funes el memorioso es un renombrado cuento de Borges que relata la historia de Irineo Funes, un hombre del campo dotado de una memoria prodigiosa, capaz de recordar todas sus experiencias pasadas, cada nombre, cada número, cada hoja de cada árbol. El portento, sin embargo, no era una bendición.

Los forjadores de la opinión pública procuran anclar mensajes en sus audiencias con la misma durabilidad con que Funes registraba hasta los hechos más intrascendentes en su memoria. Pero retrocedamos un paso para aclarar a qué y a quiénes me refiero cuando apunto a los forjadores de la opinión pública.

La opinión pública es el conjunto de criterios mayormente aceptados por una porción importante de una sociedad acerca de un tema relevante. ¿Qué es una porción importante: 10%, 30%, la mitad más uno? ¿Qué ocurre con el segmento que tiene una opinión diferente a la mayoría? ¿Quién mide a la presunta mayoría y con qué criterios? Son algunas preguntas que sirven para cuestionar si acaso aquello que creemos o nos hacen creer que es opinión pública, lo es. Y si lo es, si merece o no que se imponga a todos los demás.

Los forjadores de ese monstruo grande que pisa fuerte llamado opinión pública son principalmente los medios de comunicación, tanto los tradicionales como los emergentes. Son el poder, tienen el poder. Al igual que una madre, prevalida de la credibilidad que tiene ante su hijo de cinco años, lo convence de que el ratón Pérez le dejará un regalo a cambio de sus dientes de leche, los medios de comunicación convencen a sus audiencias, aprovechando su credibilidad (forjada por ellos mismos), de que, por ejemplo, el Gobierno Nacional está ahorrándole al país 100, 200 o 500 millones de dólares y que lo está haciendo de la mejor manera posible. La tarea se facilita si no tienen un contradictor legítimo, un contrapoder, un contralor de la verdad.

Elisabeth Noelle-Neumann acuñó el término “espiral del silencio” en su obra homónima para referirse a cómo los detentadores del poder mediático son capaces de crear falsas percepciones de que existe una opinión pública favorable a sus intereses; lo hacen de forma tan brutal que quienes de verdad piensan así se sienten enormemente empoderados y quienes disienten prefieren el silencio o plegar a la mayoría para evitar el aislamiento, que es contrario a la naturaleza humana de lo social, de la pertenencia a una grey.

La distopía que vive Ecuador en los días en que escribo estas líneas nos presenta a diario ejemplos de forjamiento de la opinión pública a cargo de medios de comunicación organizados en cargamontón para destruir la imagen de Rafael Correa y su círculo de leales, y blindar al actual gobierno, que utiliza sin escrúpulos sus propios medios y los medios públicos (que no fueron concebidos para tales fines) para sumarse a la gran cruzada de descorreización, que pretenden posicionar como algo tan imperioso y tan saludable que a los disidentes solo les quede como opción la espiral del silencio.

La invención y posterior jerarquización de noticias convenientes al propósito dual de destruir a Correa y proteger al gobierno actual parece no tener fin, es labor cotidiana. Es que el cerebro humano, según el estudio de Paul Frankland y Blake Richards titulado “La persistencia y fugacidad de la memoria” (The persistence and transcience of memory, está acondicionado biológicamente para olvidar los detalles y conservar lo relevante, por ello debemos hacer un esfuerzo para memorizar las tablas de multiplicar, las fechas en la clase de historia o los poemas en la de literatura. De alguna forma la inteligencia es, según el referido estudio, la capacidad de olvidar lo verdaderamente innecesario y de preservar las enseñanzas más útiles para el futuro a tal velocidad que nuestra mente consciente no lo detecta ni lo regula; lo hace el sistema nervioso autónomo.

Los forjadores de la opinión pública saben que deben repetir hasta el hartazgo las noticias que convienen a sus intereses. Saben también que, para cubrirse de la fugacidad de la memoria y el consiguiente debilitamiento de la construcción que esperan, hay que, además, intentar con diferentes estímulos, cada semana uno nuevo, cada vez uno de diferente naturaleza: corrupción, derechos humanos, deuda externa, conflictos morales, etc.

Al final del día nos quieren convertir a todos en Funes el memorioso: quieren que no olvidemos ni una sola de sus noticias, ni uno solo de los escándalos, ni una sola de las acusaciones. Quieren llenar nuestra mente de recuerdos nefastos, de esos que hacen perder la esperanza. Quieren volvernos Funes, de quien Borges terminó diciendo:

“… Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.

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