Por Gonzalo J. Paredes
Argentina ha desarrollado un proceso inflacionario que cada vez es más difícil de revertir. Los factores externos (pandemia del COVID-19, los problemas de logística del comercio internacional, la inflación importada, la guerra Rusia-Ucrania, etc.) se unieron a la economía política de la fijación de precios: el poder de mercado de los grandes emporios nacionales e internacionales frente a la capacidad de negociación salarial de los sindicalistas. La pérdida de valor secular del peso argentino frente al dólar ha llevado a que cada vez más bienes sean transados en moneda extranjera. Es lo que se conoce como dolarización informal o de facto.
De igual forma como ocurrió en la hiperinflación de 1921-1923 de la Alemania de Weimar, donde surgen los extremos políticos y la democracia solo sirve para tomarse el poder, el proceso inflacionario y la depreciación del peso en Argentina ha generado la aparición de un fenómeno político que promete crearle más grietas a la ya maltrecha cohesión social de ese país, que identifica a la justicia social como un robo y que promete desaparecer a la moneda nacional, tal como hizo Ecuador, con la salvedad de que la moneda no será la única, el banco central se eliminará con ella.
Javier Milei es uno de los proponentes de erradicar la inflación con la pérdida de la soberanía monetaria, existen otros, como Alfredo Romano (la gran mayoría de estos economistas prodolarización son docentes de universidades privadas, un dato no fuera de lugar). En la búsqueda de impulsar su propuesta, Milei ha destacado en sus múltiples entrevistas concedidas varios supuestos logros de la dolarización en Ecuador que van más allá de una tasa de inflación cercana a cero. Es necesario señalar que en 1999 Ecuador no se encontraba bajo una hiperinflación. Hoy, Argentina tampoco lo está. Para que este fenómeno monetario se logre dar la tasa de inflación mensual debe ser por lo menos 50 %.
Uno de los supuesto logros de la dolarización en Ecuador señalados por Milei es que la tasa de crecimiento del PIB es mayor a la alcanzada por Argentina, que todavía conserva su moneda nacional. Más allá de que Milei no dice nada sobre la falta de sostenibilidad del crecimiento económico ecuatoriano, que es bastante evidente, no somete a comprobación si los niveles alcanzados es un resultado solo de mantener este régimen monetario o existen otras causas. Hasta 2017, sin duda, tuvo un mejor desempeño económico que Argentina, en todas las fases del ciclo económico regional. Y, esto se debe a que en el tramo 2007-2017 existió una política económica distinta a la implementada entre 2000-2007: una inversión pública agresiva financiada con mayor endeudamiento y una presión tributaria en alza. Esta inversión pública provocó un efecto derrame (positivo) sobre los sectores productivos, especialmente en las cadenas de valor de exportación, que todavía en 2023 se sienten sus efectos.
Lo que Milei no dice es que, si Ecuador tenía esta política económica, caracterizada por resolver problemas estructurales y buscar una alta tasa de crecimiento económico, con soberanía monetaria, la depreciación de la moneda estaba a la vuelta de la esquina. Es que Ecuador, Argentina y cualquier economía latinoamericana sufre de “desarrollo reprimido”, una combinación de atraso tecnológico, baja productividad, restricción externa y perenne retroceso. A esto, los economistas ortodoxos le llaman “la prociclicidad del gasto público”: el gasto del gobierno exacerba el auge, trastoca los fundamentos macroeconómicos y profundiza la recesión. En el Ecuador dolarizado no existió problemas con el valor de la moneda (no la hay), pero se trasladó al nivel de endeudamiento y a los precios relativos.
Asimismo, Milei tampoco explica que la diferencia del crecimiento económico del Ecuador con respecto a la Argentina es porque el gobierno de Rafael Correa siempre mantuvo como principio rector de su política económica la movilización del ahorro nacional, sobre todo en momentos de crisis o de fuertes shocks externos negativos: el ministerio de Finanzas pidió prestado al banco central parte de la reserva de libre disponibilidad, que está bajo su custodia, para que el ahorro ocioso de las empresas e instituciones públicas y del sistema financiero se transfiera a la inversión en el momento más complejo de la crisis económica (2015-2016). Es por esto que la gestión de las crisis en el periodo 2007-2017 fue mucho mejor que en otras economías latinoamericanas.
Otro supuesto logro de la dolarización es el aumento de los salarios. En 2023, Ecuador ostenta el cuarto lugar en Latinoamérica con el salario mínimo más alto medido en dólares, solo después de Costa Rica, Uruguay y Chile. Si bien es cierto que Ecuador no tiene procesos inflacionarios en marcha y tipos de cambios paralelos, el aumento de salarios se debe a dos razones principalmente: i) entre 2007 y 2017 se cambió el cálculo del aumento del salario mínimo, ya no solo se consideraba la tasa de inflación, se incluyó una parte del incremento de la productividad y un factor de equidad; y, ii) el aumento de los salarios en el sector público presionó a los salarios del sector privado. Si se mantenía el cálculo del aumento del salario mínimo basado solo en la tasa de inflación, como era antes de 2007, Ecuador no estuviera en el cuarto lugar de la región, sino abajo en el ranking.
Por lo tanto, no fue la dolarización. Milei está proponiendo a la Argentina la implementación de un régimen monetario que por sí solo no genera más crecimiento, ni mayores salarios. En Ecuador, se necesitó de un cambio de la política económica que solo se logró a partir de 2007 cuando Rafael Correa propuso una mayor intervención del Estado para reducir la brecha entre ricos y pobres e impulsó el desarrollo económico a través de más y mejor infraestructura pública.
Sin embargo, la dolarización en Argentina no iría sola. Milei propone la desarticulación del Estado, lo que es contraproducente para alcanzar un crecimiento económico alto y sostenido con mayores salarios que reduzcan la desigualdad del ingreso y de la riqueza.