Un periodista argentino le solicitó al candidato presidencial Alberto Fernández que le proporcione “tres o cuatro medidas inmediatas y concretas para bajar la inflación, mantener el tipo de cambio, generar empleo formal, bajar los impuestos y bajar la pobreza, sin aumentar el déficit fiscal.”
En lugar de lucirse con esa pregunta, el comunicador social develó que trabaja para amplificar la ignorancia colectiva y favorecer el libreto ideológico de las elites.
Seguramente elaborada con la intención de hacerle daño a quien ganó la primera vuelta electoral, aquella pregunta refleja esa forma de pensamiento mágico que suele invadir a los niños cuando escriben su primera carta a Papá Noel, un documento donde se depositan todos los deseos que uno pueda imaginar con la esperanza de que puedan ser realizados en alguna forma.
Lastimosamente, no todo es posible a la vez. Esta perogrullada es lo mínimo que todos deberíamos recordar para mejorar la calidad de nuestras democracias. Pero no lo hacemos. Si analizamos cómo la nueva derecha ha accedido al poder en la última década, encontraremos que sus candidatos ganaron las elecciones prometiendo cualquier cosa y jugando con los deseos de las personas. Así Mauricio Macri llegó a ser presidente en Argentina.
A él y sus publicistas poco les importó proponer absurdos como la existencia simultánea de inflación cero y desempleo cero. No les importó plantear que la liberalización comercial generaría trabajo. Menos aun les avergonzó sostener que la desregulación financiera disminuiría las tasas de interés.
En las cartas a Papa Noel enarboladas por las derechas, cualquier cosa es admisible… mientras puedan comprar periodistas dispuestos a leer preguntas prefabricadas que no entienden.
Cuando el entrevistador se cansaba de escucharse a sí mismo y le permitía hablar al candidato opositor, Alberto Fernández no evadió tomar posiciones pero no proporcionó “tres o cuatro medidas inmediatas y concretas” para resolver el desastre económico que dejará el “brillante, honesto y joven” empresario que prometió un país SIN pobreza en su campaña electoral del 2015.
Esas respuestas simples no existen. Veamos algunas razones.
Un país con, por lo menos, dos sistemas y cinco mundos
Apreciado desde una perspectiva de largo plazo, el actual problema de Argentina está relacionado con una dotación de recursos naturales que favorece una inserción en los mercados mundiales basada en la exportación de bienes primarios. De manera simultánea, sin embargo, el país cuenta también con una cantidad de población lo suficientemente grande para generar aquellas economías de escala necesarias para que existan empresas capaces de proporcionar bienes y servicios para el consumo doméstico.
Aunque la posibilidad de fomentar un crecimiento basado en la expansión del mercado interno ha existido siempre, los grandes capitalistas argentinos prefirieron y prefieren aquello que les resulta es más rentable a corto plazo, a saber, exportar carne, cueros, soya, minerales, petróleo o cualquier “pavada” cosa que les asegure “renta económica”, es decir, ganancias extraordinarias que muy difícilmente podrían obtener a través de los designios “normales” de sistema de precios… porque el rédito privado es groseramente desproporcional con respecto al capital empleado.
Mientras los grandes jugadores prefieren disfrutar de las delicias alcanzables con rentas naturales, los pequeños y medianos empresarios argentinos han mantenerse creando bienes y servicios para millones de consumidores potenciales. A ellos que producen para el mercado interno no les conviene las devaluaciones, los altos intereses bancarios, la caída de la demanda interna o la ausencia de inversiones estatales. No obstante, durante décadas, ellos no han logrado consolidar un poder político que sustente sus intereses bajo la forma de políticas de estado permanentes.
Por eso, desde el siglo XIX, Argentina está viviendo el drama de una disputa interminable entre estos dos sistemas o modelos de acumulación, un eterno desencuentro que consolida las diferencias económicas, sociales, culturales y políticas existentes entre las distintas geografías subnacionales.
¿Cuál ha sido el resultado perverso de la imposibilidad de imponer clara y definitivamente un patrón de acumulación capitalista a largo plazo? La consolidación de varios mundos que coexisten entre sí que incluyen desde los barrios de lujo de Buenos Aires, pasando por las villas miseria de las ciudades secundarias y llegando hasta la “triple frontera”, un lugar donde todo lo pueda ser ilegal, y violatorio de los derechos humanos, puede suceder.
La inflación no es un asunto monetario
Cuanto más grave sea la crisis económica, mayor será el clamor de las familias argentinas por soluciones inmediatas a una inflación que amenaza lanzarlas hacia la indigencia en el próximo mes. Esta “desesperación” fue reconocida por Alberto Fernández quien recordó que los problemas económicos son problemas políticos. Y esto es particularmente valido para el caso de la inflación.
A corto plazo, la inflación aparece como un asunto exclusivamente monetario cuya esencia consiste en un desequilibrio entre la cantidad de dinero y la cantidad de producción. Existen muchos billetes para comprar y, en comparación, pocos panes para vender. Esa es la rustica pero “entendible” lógica de la inflación. Si el caso fuese así de simple, las soluciones podrían ser inmediatas. Pero no.
Dentro de ciertos limites, la inflación puede ser controlada reduciendo la cantidad de dinero que circula por “las calles”. En ese sentido, por ejemplo, el nuevo gobierno argentino podría tomar decisiones que contribuyan a elevar las tasas de interés con la expectativa de que la mayoría de los agentes económicos prefiera “meter” dinero en el banco en lugar de dejarlo circular por las calles. Si eso pasara, entonces, los argentinos harían mal con esperar una creación sustancial de empleos porque… en un mundo donde no todo es posible simultáneamente, el incremento de los intereses es contrario al aumento de la producción.
O…. ¿acaso Usted imagina que un empresario podrá mantener su negocio en funcionamiento con tasas de interés reales superiores al 50%? En países como Argentina, ¿cuán altas deben ser las tasas de interés para que su incremento opere como mecanismo para el control de la inflación?
Dejando a un lado los anhelos del pensamiento mágico, pero incluso suponiendo que las medidas para reducir la masa monetaria fuesen eficientes para alcanzar su propósito inmediato, Argentina seguiría prácticamente igual porque…. a corto plazo, las recetas monetaristas para controlar la inflación no generan más producto ni más empleo. Reducir la cantidad de monedas de 100 a 50 no implica eliminar un proceso inflacionario si la cantidad de productos permanece constante.
Por ello, para generar procesos virtuosos que permitan manejar la inflación a largo plazo, la ecuación tiene que equilibrarse aumentando la productividad de un país y sus capitales y trabajadores. Lograr esto, sin embargo, no suele ser factible en horizontes temporales menores a varios años.
“La inflación no es un problema monetario” es la frase que recuerda sintéticamente lo anterior. Alberto Fernández lo sabe y lo dijo.
Los precios no dependen de “los costos”
Esa admisión no aplacará las urgencias de familias que requieren respuestas “aquí y ahora”. Implementar un proyecto económico que pueda generar mayores niveles de producción a mediano plazo no bastará. Sostener lo anterior, obviamente, no implica decir que no existan soluciones… pero estas no están allí donde los economistas ortodoxos suelen buscarlas.
Una primera fuente de respuestas emergerá cuando los empresarios reconozcan que la política social es política económica. Lo que hacen los ministerios de salud, educación, vivienda o bienestar tiene importantes consecuencias macroeconómicas en nuestros países. En Argentina, aunque no se pueda incrementar la producción a corto plazo, los impactos de la inflación tendencial SI podrían ser aminorados ampliando aquello que usualmente suele denominarse “salario social”.
Según se puede inferir de sus declaraciones, Alberto Fernández mantendrá subsidios energéticos focalizados y revitalizará la educación y salud públicas. Su gobierno actuará en aquellos ámbitos necesarios para ampliar modalidades de consumo que mejoren el bienestar de las familias a corto plazo, aunque sus salarios reales permanezcan asediados por el incremento tendencial de los precios. Proveer más y mejores servicios públicos, ciertamente, le permitirá ganar tiempo para implementar transformaciones productivas.
También surgirán respuestas si Argentina logra un “pacto social” que les comprometa a los empresarios a congelar precios de bienes y servicios en algunos sectores económicos fundamentales para superar la crisis. Esta posibilidad no otro ejemplo de los absurdos creados por el pensamiento mágico. Aquello sí es factible pues, como lo demostró durante décadas, México, manejó la inflación a través de acuerdos entre Estado, empresarios y trabajadores.
No obstante, la efectivización de ese pacto social no es algo que pueda determinarte “ex ante” porque depende precisamente de la negociación política. Solo una vez que llegue a la Presidencia y ejerza el poder inherente a ese cargo, Alberto Fernández podrá descubrir cuáles empresarios argentinos están dispuestos a mantener precios relativamente estables y qué quieren a cambio.
La inflación no es el resultado espontáneo de ofertas y demandas en desequilibrio. Los precios altos no son siempre la consecuencia de costos de producción altos.
La inflación expresa el poder relativo que unos agentes económicos tienen para imponer precios en sociedades cuyas leyes e instituciones han sido moldeadas para favorecerles.
Transformar el Estado es la ruta más pragmática para superar problemas económicos irresolubles.