Por Lucrecia Maldonado
Contrario a lo que todo el mundo pudiera pensar, no se trata para nada de Rafael Correa, ni de perseguirlo a él, ni es nada personal contra él. El problema es que Rafael Correa ya trascendió a nivel de símbolo.
Por más que haya gente que hable de que ‘Correa fue un tirano’, ‘en el fondo, Correa es un curuchupa misógino’ o de que ‘Correa fue corrupto’, no se trata de eso. La sociedad ecuatoriana padece de curuchupismo crónico y maligno. Ha habido peores tiranos y corruptos de antología, y ni a los medios pauteros ni al resto de las mafias politiqueras les ha importado un comino. Es más, se las han arreglado para justificar, restar importancia, o de plano tapar con tierra las tiranías y las corruptelas de sus protegidos funcionales.
¿Saben cuál es el problema? El problema es que Rafael Correa se convirtió en el símbolo de la izquierda que sí funciona. Demostró algo que con el paso del tiempo parecía indemostrable: que sí puede existir una izquierda, o aunque sea una centro-izquierda, capaz de hacerle calor a la derecha neoliberal, y sobre todo capaz de hacer transformaciones válidas y cambiar un estado de privilegios por un estado de bienestar. Y eso es lo que no le pueden perdonar, ni lo que el Pentágono y sus satélites locales pueden darse el lujo de volver a permitir.
Durante toda la historia del siglo XX la izquierda del Ecuador se bamboleó entre los ‘comunistas de café’, nacidos muchos de ellos de una aristocracia intelectual y a veces también económica, que gozaban de los mismos privilegios que las élites de derecha y se podían dar los gustillos de Europa y otros goces similares (y en muchos casos la prueba es la tendencia ideológica que hoy ostentan algunos de los descendientes de esos pensadores), y la agresividad callejera del MPD, construida expresamente por la Agencia y la Embajada para desestabilizar y crear rechazo, pero que a la hora del té siempre terminaba votando en la Asamblea igual que los Social Cristianos (y ahí no era nada malo). Las luchas verídicas de los movimientos obreros y sociales se hicieron ante situaciones insostenibles, y siempre a pesar de las ‘izquierdas’ al uso.
Psicológicamente, el grueso de la sociedad ecuatoriana sufre de muchísima inseguridad, y nuestra autoestima como país y como clase media está muy disminuida. Precisamente por eso nos hace falta tener referentes, y lamentablemente hay una tendencia a buscar esos referentes orientadores no en el pensamiento claro de quienes sí lo han tenido y están convenientemente ocultos de la opinión pública, sino en la cloaca mediática y en los discursos fatuos de quienes, por recibir una buena paga y una que otra vacuna, abogan por un sistema no solo caduco, sino también perverso. La prueba de nuestra triste ingenuidad es ese par de frases, tan repetidas por la gente sencilla: “si es rico no necesita robar”, o “si ha administrado bien un banco (o una empresa, o un medio, y no importa a partir de qué turbio latrocinio) va a administrar bien un país”.
Es triste pensar que el ensañamiento contra Correa puede terminar afectándolo a él en su vida personal, lo cual sería extremadamente injusto, pues lo único que hizo fue jugárselas por transformar un país preso de las fuerzas e intenciones más oscuras y perversas, que ahora se encuentran a cargo del timón. Pero es muchísimo más triste pensar que cuando nos demos cuenta de que no iban tras Rafael Correa, sino tras nuestros más elementales derechos a la supervivencia y el bienestar, ya puede ser demasiado tarde.