Carol Murillo Ruiz
Una de los portentos del capitalismo es que tiene una capacidad increíble de reinventarse en sus caras más dúctiles: la ideología y la cultura. Ergo, esta operación tiene un vehículo ubicuo: la tecnología aplicada a la comunicación de masas.
Hoy por ejemplo, en América Latina –en el Sur propiamente- asistimos a retorno de la visión neoliberal de la vida social y económica. El anuncio de la suspensión (de su participación) en UNASUR de varios países (Argentina, Colombia, Chile, Paraguay, Brasil y Perú) responde precisamente a la tendencia ideológica de sus gobiernos y a su relación poco espiritual con EE.UU. La restitución de esa mirada (utilitaria) de la asociación de países con fines puramente mercantilistas fue eclipsada la década pasada por una idea básica: la nueva integración latinoamericana debía expresar un enfoque político regional conjunto y no intereses específicos de los que tutelan o cooptan el Estado en cada país. Es decir, se pensó y actuó de acuerdo a los imperativos políticos –que siempre se negocian en la esfera externa- atendiendo a las nuevas corrientes de composición internacional que emergieron a principios del siglo XXI y a la tendencia que en ese momento gravitaba en América Latina: el progresismo.
La muestra fehaciente de que el progresismo atraviesa hoy una crisis no solo es parte del debilitamiento político (inducido) y los errores cometidos por esos gobiernos sino la campaña regional contra tal tendencia y la inquisición jurídica y mediática que sufren hoy sus líderes.
Nada es gratuito cuando el poder está en juego; cuando los grupos de poder quiebran sus propias reglas para intimidar y denigrar una forma de entender y transformar realidades injustas como la de nuestros países; cuando las derechas, en sus distintas versiones duras y light, encubren sus beneficios concretos con una perorata finamente construida y que hoy se llama social liberalismo; en fin, cuando la tribuna regional mediática ha sustituido al campo jurídico.
Decía que una de las maravillas del capitalismo y su falaz idealismo es que como nunca su antorcha para llegar al alma de las personas pasa por haberse robado de las iglesias el discurso de la moral y su posibilidad de incidencia en la vida cotidiana. Es una estrategia invaluable. Oír en la actualidad a dirigentes políticos y mentores de la opinión pública –que casi pisan la tumba- hablar de corrupción y otras afrentas para desvirtuar proyectos que costó mucho cristalizarlos es otro modo de refrescar el formato de un capital social que no les pertenece. ¡El pueblo no les pertenece!
Por eso, arruinar UNASUR es un propósito político más que económico del neoliberalismo. O sea, es un mensaje cifrado en las prácticas de las relaciones internacionales contemporáneas; porque su sola existencia (la de UNASUR) implica asumir una región en bloque y sanear la integración del precio que impone una potencia u otra; porque su sola existencia permite a Sudamérica disputar políticamente las decisiones de las alianzas estratégicas en la geopolítica mundial caracterizadas por el multilateralismo.
Habrá que decir también que la auto suspensión de seis países integrantes de UNASUR desprende un tufo de las tretas del siglo XX creadas para sostener el juego sucio del norte americano. No en vano las dificultades internas de nuestros países (Venezuela, por ejemplo) o entre nuestros países (verbigratia lo que pasa ahora mismo en la frontera norte Ecuador-Colombia) tiene incendiadas las alertas del militarismo estadounidense; tanto que ya se traza un plan de seguridad regional contra el narcotráfico y las drogas. Un plan que no apena a los líderes de esas naciones y más bien los posiciona como adeptos a las fantasías de Trump. (Un plan que ya se aplica en México y solo ha provocado crímenes y violencia).
¿Y Ecuador? Da la impresión que ralentizar la dinámica –más que protocolar- de las relaciones exteriores con la región contraría la necesidad que antes teníamos –y ahora más que nunca- de nutrir un organismo rector de nuestros intereses frente al globo. Recordemos que UNASUR diseñó una perspectiva integral de estabilidad: democracia, salud, educación, seguridad, infraestructura y justicia, y aprueba incluir los procesos de la CAN y el MERCOSUR.
La ambigüedad del gobierno del Ecuador, al margen de boletines oficiales forzados, apenas alcanza para legitimar, casi por carambola, la ‘huida’ de UNASUR de unos países dóciles con quienes le ofrecen armas, glamour de ricos y enorme miseria humana. Amén de que hayan dicho que lo hacen por la urgencia de “resolver la situación de acefalía de la organización…”. ¿Quedarse no es mejor para tratar políticamente y con franqueza semejante entuerto producto de la inercia y el manía ideológica de sus cancillerías?
De cualquier manera, este es un mal síntoma, pues someter a un doble aprieto a la UNASUR es una noticia, ¡cuándo no!, avalada por un poder mediático regional que, sin notarlo, hace desear la desintegración del Sur y, acaso, la guerra en tiempos en que la paz es el mejor escudo de la política.