Miguel Ruiz Acosta
Con estas y otras palabras los más de 1,500 estudiantes de diversas universidades públicas (Central, Politécnica) y privadas (Católica, Salesiana) se hicieron escuchar el pasado lunes 19 de noviembre; lo hicieron mediante una manifestación que partió de la Universidad Central del Ecuador con destino al Centro Histórico de Quito. Convocada unos cuantos días antes, la movilización sorprendió a propios y extraños por su gran concurrencia, así como por la creatividad y energía desplegadas a lo largo de ese día. Y, a los que pudimos observar de cerca sus preparativos por ser parte de la comunidad universitaria desde donde se lanzó la convocatoria, también nos llamó poderosamente la atención la intuición política de las y los jóvenes quienes, en medio de una situación complicada (campañas electorales en la Universidad Central), fueron capaces de dejar momentáneamente de lado las disputas más inmediatas, para dar paso a una demostración unitaria de rechazo al recorte presupuestario de las instituciones de educación superior planteado en la proforma presupuestaria para el 2019. Esa madurez, por ejemplo, se evidenció en la decisión de salir a las calles sin banderas partidarias, privilegiando el discurso de consenso contra el recorte.
“Por la educación, nadie se cansa”
Y sí, la juventud que salió a defender un presupuesto digno para las universidades no parecía cansada. De hecho, marcharon por duplicado, haciendo el recorrido de ida y vuelta a la Central, aguacero incluido. Para muchos, tal vez la mayoría, era la primera vez que hacían política callejera, que no por eso deja de ser política, ni es menos importante que la que se hace en los pasillos del poder. Claro, no todos eran vírgenes en esas lides; algunos —los menos— mostraron cierta experiencia durante la manifestación: los había de diferentes tendencias políticas del amplio abanico de las izquierdas; pero —los más—estaban allí no como militantes de alguna organización, sino en tanto estudiantes indignados con un gobierno que les escatima recursos en nombre de la austeridad.
Porque, en última instancia, fue contra las políticas de austeridad tan caras al “neoliberalismo neocriminal” (como se leía en una de las pancartas) que se movilizaron los jóvenes; austeridad que, después de una época de ensayos neokeynesianos de ampliación del gasto social por parte del Estado, vuelve a asomar peligrosamente en América Latina, como lo muestran el informe Panorama Fiscal de América Latina y El Caribe 2018 de la CEPAL, así como las movilizaciones anti-austeridad en Colombia y Argentina.
Lamentablemente, el Ecuador no parece que vaya a ser la excepción, sobre todo después de la aprobación de la Ley Orgánica de kilométrico nombre: “para el fomento productivo, atracción de inversiones, generación de empleo, y estabilidad y equilibrio fiscal” que la sabiduría popular rebautizó con el más corto y certero de “Trole 3”, en tanto heredera de la legislación de la época del neoliberalismo más desembozado en el país. Dicha ley podría ser llamada “de las cuatro falacias” pues, como se ve hasta el momento, ni fomenta la producción, ni atrae inversiones, ni genera empleo y, peor aún, como bien anota el economista Jonathan Báez, tampoco está en posibilidad de lograr el pretendido equilibrio fiscal porque, pese a su nombre, lo que buscaba era otra cosa: generar un marco fiscal favorable a las élites económicas. Dicho proceso comenzó con el perdón de las deudas de los grandes grupos empresariales y continuó con la eliminación de restricciones a la fuga de capitales y a la elusión fiscal.
En palabras del propio Báez, es una autoemboscada del aparato Estatal, que renuncia voluntariamente a ejercer una de sus principales potestades, que es la de cobrar impuestos a quienes más tienen. Con ello, las perspectivas gubernamentales se reducen básicamente a dos opciones: a) contratar más deuda en el exterior y… b) disminuir el gasto social (educación, salud, cultura) y la inversión pública. En una palabra, austeridad en clave neoliberal; esa misma austeridad que resultó en una oleada privatizadora de los bienes públicos en Grecia, como lo muestra el documental Catastroika; escenario que no parece del todo lejano, como se puede deducir de una proforma que anuncia ingresos de mil millones de dólares por “concesiones” no especificadas (¿autopistas e hidroeléctricas a manos privadas?).
“La Universidad luchando, también está enseñando”
A día seguido de la manifestación, tras larga encerrona entre 20 rectores de las universidades ecuatorianas y representantes gubernamentales, se anunció un acuerdo para mantener el presupuesto de las instituciones de educación superior para el próximo año, además de aprobarse mecanismos para facilitar el acceso de las universidades a los recursos que les corresponden ¿Significa esto un triunfo para el movimiento estudiantil? Desde la perspectiva más inmediata, todo parece indicar que sí. No obstante, no pocos de los chicos movilizados permanecen escépticos; no confían del todo en un gobierno que ha dado muestras de poca congruencia entre el decir y el hacer; demandan garantías de que esos acuerdos se cumplan, sobre todo considerando que el Ejecutivo ya no puede modificar la proforma, a menos que la Asamblea se la devuelva para elaborar una nueva.
Y, lo que es más significativo, estarán vigilantes y movilizados para defender a sus universidades. Algunas preguntas quedan flotando en el aire: ¿se revertirá el recorte sólo durante 2019? ¿A qué otros rubros del presupuesto social intentarán reducir los recursos? ¿A la educación básica? ¿A la salud?
Por lo pronto, los estudiantes ecuatorianos han dado el banderazo de salida de lo que podría convertirse en un movimiento más amplio contra las políticas de austeridad del gobierno. El lunes pasado, ellos fueron nuestros maestros; aprendamos de su valiente lección.