Miguel Ruiz Acosta

En la entrega anterior decíamos que, de acuerdo a Ferreira, lo esencial del fascismo es la utilización de métodos violentos por parte de las fracciones más reaccionarias de las clases dominantes y otros sectores de clase que los respaldan, para destruir a las organizaciones progresistas de la sociedad, sobre todo de aquellos que desafían, con su discurso y su acción, las estructuras de exclusión y dominación de un país. La coyuntura brasileña no es la excepción. De acuerdo con el periodista Breno Costa el problema va mucho más allá de Bolsonaro en cuanto tal, pues consiste en la emergencia de una “ola conservadora” que arrastra a buena parte de los habitantes de aquél país, expresándose en la alta votación que recibieron los candidatos a diputados del partido de Bolsonaro (PSL) y de otros partidos ideológicamente afines: “Brasil tiene un bloque de extrema derecha que pueden llamar propio, independientemente de quién gane las elecciones presidenciales”.

¿Cómo explicar la ola conservadora? Retomando el argumento de Ferreira al cual nos referimos en la Parte 1 podemos afirmar que aquella es resultado, al menos en parte, de la socialidad neoliberal, individualista al extermo, que no sólo se conformó durante las décadas precedentes a la gestión del PT (2003-2016), sino que sobrevivió en muchos sentidos durante esta última. No son pocos los analistas que han anotado que las políticas sociales del PT, si bien ayudaron mejorar los niveles de consumo y de inclusión de algunas capas sociales, no fueron acompañadas de una transformación sustantiva de la forma liberal individualista como se relacionan las personas entre sí y con el Estado. En palabras de Ferreira: “En esta sociedad individualizada no hay solidaridad, pero es un mundo de la competencia total, con una moral que admite cualquier comportamiento para ascenso y supervivencia, el mundo estadounidense de los vencedores y perdedores. La violencia en la competencia social se convierte cada vez más en el culto de la violencia como medio de vida”.

El problema de fondo reside en que  uno de los principales componentes de este tipo de sociedad es el miedo (a no conseguir trabajo, a ser despedido, a ser violentado, a los migrantes, a encontrarse sólo en el mundo, etc.). Así, miedo y violencia se conjugan como una explosiva pareja que es a la vez resultado y combustible de un proceso cada vez más profundo de desgarramiento y ruptura de los tejidos sociales y comunitarios de aquellas regiones en donde avanza el (neo)liberalismo contemporáneo; precarizando no sólo las condiciones de trabajo, sino de la vida en general… y no sólo de los más pobres, sino de amplias capas de la población.

Sin pretender menospreciar los alcances “objetivos” de la gestión del PT y algunos otros procesos sudamericanos, todo parece indicar que aquellos no fueron acompañados de una transformación profunda de la socialidad neoliberal, pues algunas de las políticas más “exitosas” como la de Bolsa-familia no lograron ir más allá del limitado horizonte de apoyar económicamente a individuos aisaldos, sin apostar por reconstruir los espacios comunitarios ni la subjetividad de esos individuos, y transformarla en subjetividad colectiva con horizontes emancipadores. Por supuesto que, por sí mismos, los límites de las políticas petistas no explican la emergencia de la ola (neo)fascista. Habría por lo menos que darle buena parte del crédito al trabajo de hormiga de diferentes organizaciones de la sociedad civil neoliberalizada (iglesias pentecostales y neopentecostales y medios de comunicación asociados a éstas, entre otros) en ocupar los lugares que dejó vacíos la izquierda… y la derecha liberal moderada, que también se mostró incapaz de gestionar razonablemente la crisis.

Sin embargo, tampoco sería muy saludable para la izquierda brasileña y latinoamericana (en el gobierno, y por fuera de él) hacer caso omiso de los límites programáticos que no logró franquear en los años recientes, cuando su hegemonía política se dio mucho más en el plano electoral (volátil de por sí) que en las dimensiones socioculturales más profundas y duraderas. Como sostiene el mismo Ferreira “ese proceso de construcción de la hegemonía neoliberal y fascistización… contó con el apoyo de las organizaciones privadas de la burguesía y de sus aparatos ideológicos, como los monopolios de los medios de comunicación”.

El drama que hoy se despliega ante nuestros ojos, es que esos vacíos están siendo ocupados por un amplio conglomerado de redes con menor o mayor organización de individuos proclives a legitimar un tipo de dominación de carácter fascista (respaldada por movilizaciones de masas) que ponen en el centro la eliminación violenta de sus oponentes políticos, como dejan ver las últimas declaraciones de Bolsonaro sobre la necesidad de “barrer del mapa” a los rojos del PT, dejar que Lula se pudra en la cárcel, e incluso encarcelar a su oponente político, Haddad.

El caso brasileño es, sin lugar a dudas, un foco de alarma para el resto del continente, y no sólo por las implicaciones regionales que pueda tener la política exterior de un eventual gobierno de Bolsonaro (como una potencial escalada militar contra Venezuela) sino, sobre todo, por el peligro que representa el triunfo de un movimiento de carácter fascista el cual podría querer ser emulado por las fracciones más reaccionarias de la derecha latinoamericana. Con esto no queremos decir que en el resto del países estén dadas todas las condiciones para que así sea, pero no se puede descartar del todo que, bajo ciertas coyunturas que les sean favorables, esas derechas le tomen como referente y avances en sentidos similares. Fascistas o no, esas fuerzas han venido recuperando fuerza durante los últimos años en la región, sacando partido del bache económico que atraviesa Nuestra América, pero también de las contradicciones que los procesos progresistas no pudieron resolver. Sin pretender ser derrotistas, es necesario reconocer que atravesamos un momento más que difícil; los proyectos emancipatorios están contra las cuerdas. Requeriremos mucha inteligencia estratégica para enfrentar la embestida neoliberal/neofascista que ya ha comenzado.

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