Por Selene López

La cumbre CELAC -China reveló tanto el potencial como las limitaciones de la diplomacia regional en esta nueva era. China defiende el orden creado por Estados Unidos. Es un recordatorio de que la multipolaridad no garantiza la autonomía y que la región debe evitar caer en viejas trampas con rostros nuevos.

La propia arquitectura del orden internacional de posguerra —el sistema de Bretton Woods— se diseñó para aislar la cooperación comercial y económica de la alta política. Permitió a los países, en particular a los del Sur Global, participar en el comercio global sin verse obligados a adoptar posturas ideológicas. Sin embargo, ese orden se está erosionando. Irónicamente, es Estados Unidos —su principal arquitecto— quien está desmantelando estos principios mediante una política exterior cada vez más marcada por la coerción, la descertificación, las sanciones y el unilateralismo. Es Washington —no Pekín— quien hoy exporta presión y cohesión.

Históricamente, Estados Unidos ha seguido una gran estrategia de negación táctica , una lógica basada en impedir que las potencias rivales ganen influencia en América Latina, una región que desde hace tiempo ha buscado mantener dentro de su órbita estratégica. Pero los vacíos de poder no duran mucho. En las últimas dos décadas, China ha ocupado ese espacio como acreedor, inversor y socio comercial, expandiendo significativamente su presencia en la región. 

Pero no se equivoquen: este no es un momento de liberación. Es un momento de ajuste de cuentas. A medida que crece la influencia de China, América Latina corre el riesgo de caer en dos trampas seductoras pero peligrosas:

Trampa 1: Alineaciones binarias falsas

América Latina debe resistir la ilusión de que su única opción es entre Washington y Pekín. Intercambiar una dependencia por otra —ya sea con banderas o con banderas— no equivale a soberanía. La verdadera pregunta no es con quién alinearse, sino cómo aprovechar estratégicamente las relaciones para construir una autonomía estructural .

Superar la dependencia implica más que equilibrar los lazos: requiere negociar desde una posición de fuerza. Un diálogo pragmático con ambas potencias —por ejemplo, el comercio con EE. UU., la infraestructura con China— solo puede funcionar si la región desarrolla un verdadero poder de negociación colectiva. De lo contrario, simplemente se fragmenta según nuevas líneas de extractivismo y competencia.

Sí, Estados Unidos sigue siendo un socio clave en términos de comercio, vínculos migratorios y flujos culturales. Sí, China ofrece préstamos atractivos e inversiones masivas en infraestructura. Pero sin una agenda compartida y una estrategia regional coordinada, estas oportunidades corren el riesgo de reforzar las mismas asimetrías que históricamente han mantenido a América Latina al margen de la toma de decisiones global.

Trampa 2: Poner el carro delante de los caballos

La pregunta fundamental no es qué  puede negociar América Latina con Estados Unidos o China, sino por qué . ¿Cuál es el modelo de desarrollo de la región? ¿Qué tipo de sociedades queremos construir? Esa conversación debe ser prioritaria.  

Sin esa visión estratégica, la diplomacia se vuelve reactiva, impulsada por ganancias a corto plazo en lugar de una transformación a largo plazo. No basta con celebrar las exportaciones de litio a China ni la expansión del comercio con EE. UU. La verdadera cuestión es si esos flujos impulsan la innovación, la modernización industrial y la justicia social en el país.

¿Queremos seguir siendo la mina mundial de litio, cobre y soja? ¿O queremos construir tecnología, cadenas de valor regionales e industrias verdes con la propiedad local, la rendición de cuentas democrática y un futuro bajo en carbono como base?

América Latina solo puede interactuar estratégicamente con China o Estados Unidos si primero responde a una pregunta más fundamental: ¿qué tipo de desarrollo queremos? El modelo debe anteponerse a las alianzas. Una vez clara esa visión, entonces decidimos cómo, con quién y con qué propósito interactuar, no al revés. La agenda no debe definirse en Washington ni en Pekín, sino desde la propia región.

La prueba de la CELAC: del foro a la fuerza

Estas son las preguntas que la CELAC —aún más un foro que una fuerza— debe afrontar. ¿Cuál es nuestro modelo de desarrollo compartido? ¿Cómo podemos, juntos, negociar mejores condiciones con China, Estados Unidos y Europa?

Si la CELAC continúa operando sin coherencia ni estrategia, América Latina seguirá siendo un escenario pasivo para la competencia entre grandes potencias. Pero si encuentra un propósito común y fortaleza institucional, tiene una oportunidad real de moldear las reglas de un nuevo orden internacional.

Este momento, definido por la transición energética, la reorganización de las cadenas de suministro globales y el auge de China, no es solo un cambio geopolítico. Es una oportunidad estructural.

Sin embargo, incluso las oportunidades pueden consolidar viejos patrones. La demanda de minerales críticos como el litio, concentrado en Chile, Argentina y Bolivia, se ha disparado. Estos son insumos clave para paneles solares, baterías y vehículos eléctricos. Pero si bien los precios han subido, las estrategias nacionales difieren considerablemente. Algunos países buscan la propiedad pública, otros dan la bienvenida a la inversión privada, y muchos aún carecen de un plan claro a largo plazo.

El riesgo es claro: un nuevo extractivismo disfrazado de verde. El reto es convertir estos recursos en apalancamiento, no solo en ingresos.

Por RK