Hay alguien en el gobierno de Ecuador que debe haber tenido pesadillas el pasado jueves 20 de junio en la noche. Seguramente no pudo dormir y si lo hizo, al levantarse y verse en el espejo, habrá visto el futuro yendo y viniendo de los juzgados para justificar una detención ilegal, injusta y violatoria de todos los procesos legales, del debido proceso y del respeto a los derechos humanos que ella dijo respetaría por encima de cualquier otra cosa.
Ya ni siquiera es incómodo pedir coherencia entre lo que dice y hace. La suma de los “desaciertos” en la administración de su cargo (con una veintena de muertos en las cárceles como lo más execrable) le obligan a dos salidas a su rol político: renunciar para evitar una catástrofe en su identidad política o mantenerse en el cargo como lo hace su jefe, con una consecuencia mucho mayor.
No hay un solo aliado político y tampoco juristas con decencia profesional que haya justificado la detención del ciudadano sueco Ola Bini. Ninguno de los argumentos expuestos por esa funcionaria el 11 de abril ha podido probarse. La Fiscalía (con todo el desprestigio alcanzado con su actual titular) no supo explicar las supuestas pruebas en contra del desarrollador e informático preso por 71 días.
Y siendo un caso aparentemente aislado y puntual solo confirma algo que se denuncia desde algunos sectores cada vez más escépticos del actual régimen y su retórica de respeto a las instituciones y a los derechos de las personas. Si bien la libertad de Ola Bini era un imperativo legal, también es cierto que probó cuánto pesa en la gestión del gobierno el susto, el miedo y el espanto por una supuesta amenaza a su “integridad”. Con un hecho de esta naturaleza esa funcionaria, en otro gobierno, el de la década pasada, ya habría sido colgada, linchada y sometida al escarnio mediático y político de la derecha y los defensores de los derechos humanos. Hoy eso no ocurre porque hay miedo y también chantaje y soborno político.
Si ya fue suficiente con el delito histórico de retirar el asilo a Julian Assange, en menos de seis meses, con la liberación de Ola Bini, a este gobierno y a esa funcionaria no le quedan muchas esperanzas de contar en su CV una hoja limpia y mucho menos ir por el mundo como una digna defensora de los derechos humanos. ¿Al frente de la Policía y de los aparatos de seguridad la funcionaria en mención ha dado muestras que como abogada es un excelente sheriff?
Y en lo de fondo queda más claro que nunca que la venganza y el odio no son las herramientas de los políticos preclaros como se quisieron asumir quienes se preguntaron, hace algunos años, quién jodió al país. ¿Si de seguir en el afán destructivo y macabro de sepultar al correísmo, esa funcionaria y sus socios quedarán manchados de sangre y de muchas causas en su contra? ¿Se olvidó ella y sus asesores que el mundo es redondo y da vueltas?
Mientras tanto Ola Bini ha dado una muestra de dignidad humana absoluta: no se va del país, asume su defensa en libertad y queda como una víctima que con solo su presencia acompañará las pesadillas de quienes quisieron someterlo al ostracismo.