En la lista de víctimas del gobierno de Lenín Moreno hay dos figuras que quedarán en los libros de la historia mundial como la explicación de un “poder” sometido y subyugado a los Estados Unidos: el australiano Julian Assange quien agoniza en una cárcel de Inglaterra y el sueco Ola Bini, con más de 70 días de cárcel inexplicable y un proceso judicial -sin poder salir del país- que no termina y una acusación que no se fundamenta ni justifica jurídicamente.
Pero hay otros. Ya han pasado los días de la salida de la cárcel de Paola Pabón, Virgilio Hernández, Christian González y su libertad es la mayor evidencia de que su detención no tuvo ningún sentido ni justificación legal. Y también está Jorge Glas, acusado de asociación ilícita, pero en su sentencia no consta para qué se habría asociado, qué delito cometió en esa condición y, sobre todo, juzgado con un Código Penal derogado y sin las pruebas correspondientes.
Aunque no lo reconozcan abiertamente y dejen sueltas algunas frases de la razón de ser de la persecución, lo que hacen con Rafal Correa es fruto del odio de Moreno y sus acólitos, que ahora cuentan con el apoyo del poder militar y económico de cierta embajada y desde ahí su soberbia y arrogancia. Los 30 procesos judiciales contra Correa (al igual que hacen con Lula, Evo Morales y Cristina Fernández), ya es obvio decirlo, es una disposición bien clara de Washington para aniquilar a líderes políticos que, al contrario de Moreno, no se someten a ese poder omnímodo, que ahora asesina a jefes militares iraníes.
En todos los casos (de extranjeros como ecuatorianos), los altos organismos de derechos humanos de la ONU y de la OEA se han pronunciado con fundamento jurídico y con razones de peso para exigir no solo el respeto a la vida, que ya de sí es un asunto mayor, sino para cuestionar los procedimientos judiciales.
Haber demolido la institución histórica del asilo político dice mucho de un gobierno y de un personaje oscuro como Moreno. A diferencia de él, estos días el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidió la liberación del fundador de Wikileaks, pero sobre todo porque: «Hay cables que se dieron a conocer cuando nosotros estábamos en la oposición, que hablaban de nuestra lucha y puedo probar que son ciertos, que obedecen a la realidad de ese entonces, de relaciones ilegales, de actuaciones ilegales, ilegítimas, violatorias de la soberanía, contrarias a la democracia, a las libertades. Entonces sí lo hago, sí manifiesto mi solidaridad y mi deseo de que se le perdone [a Assange]».
Ojo, el señor Moreno ha dicho que es gran amigo de AMLO, pues si es así debería hablar con su amigo y decirle por qué quitó el asilo a Assange para ver qué respuesta le da un estadista, un político fajado en las disputas hondas y no el cálculo de cómo vivirá después de la presidencia.
Con lo que hace Moreno y el aparato político y represivo (incluidos algunos jueces y el nefasto Pablo Celi) ya sabemos cómo quedará en la historia, pero sobre todo ya entendemos mejor por qué todos los poderes fácticos se retratan en él. La prensa, las cámaras y los banqueros han construido su propia imagen en el retrato de un Moreno cargado de odio, incapaz de entender el lugar que le dio la historia, bajo el manto de la Revolución Ciudadana, solo comparable con un Luis Almagro.
¿Cómo se siente alguien a quien le dijeron de “patojo” para arriba y ahora es él quien adula a sus exdetractores y quienes le trataban con desprecio en las reuniones sociales? ¿De qué modo puede volver a ver a sus excompañeros, quienes le pusieron en la Presidencia, si los persigue y quiere aniquilar? Pero ante todo, ¿cómo va a ir por el mundo teniendo presente que en su conciencia cargará con la vida de Julian Assange, el mayor periodista que ha dado la historia y quien se atrevió a desafiar al mayor poder mundial con el solo mostrar la verdad de los documentos de las embajadas de Estados Unidos, que nadie ha dicho que son falsos o forjados?