Por si no han notado, el gobierno que nos está llevando directo al garete es un gobierno empresarial. No me refiero sólo al Presidente, que ha hecho gala de su absoluta ignorancia en todos los asuntos de la alta magistratura. En todos. Tampoco me refiero a la banda de delincuentes, otrora juveniles, ahora gánsteriles de los Teletubbies que todo lo que tocan, pudren. Me refiero al segmento de empresarios que manejan los sectores de gobierno que son los más importantes para garantizar la viabilidad de la República como un lugar en el que encontremos desarrollo económico para todos.
Me refiero a los Cuestas, Jurados, Wateds, Martínez, Cevallos, Sonnenlhozners, Campanas, Duarts que, se supone, son grandes empresarios, con grandes reputaciones en el sector empresarial y con alta capacidad para manejar un país por el solo hecho de ser empresarios. Estos individuos han demostrado fehacientemente lo que hace un gobierno de estos seres. Así que, ya no más por favor. Deje nomás así. Ya vemos nosotros cómo arreglamos el tremendo desastre que han ocasionado.
El problema de fondo es que, la “gente de bien”, esa gente que se limpia en las leyes, que le importa un bledo la república y que es igual o más corrupta que el corrupto más corrupto al que señalan con el dedo con desdén, ha construido un imaginario, convincente para muchos, que incluye dos grandes falacias: por un lado, creer que el Estado es una empresa que se debe manejar con criterios empresariales, y por otro, asumir que para ser Presidente de la República hay que ser buen empresario.
Estos argumentos no tienen ni pies ni cabeza y no resisten un ejercicio de aplicación a la realidad. Los empresarios que manejan, hoy por hoy, el Estado, con su fijación en la disminución de gastos, lo único que han hecho es que nuestros indicadores de desarrollo social retrocedan a más allá de 2000 y no por la Pandemia, sino por todas las erráticas decisiones que tomaron desde que “asaltaron” el poder, gracias a la pusilanimidad del Peor Presidente de la Historia ecuatoriana. Muy pocas personas podrían afirmar que hoy les va mejor que hasta 2017 (excepto los banqueros y los especuladores financieros en general)
Esta columna no es anti empresa. Aclaro. El desarrollo de una nación está sostenido en tres grandes patas: el desarrollo de la sociedad, como un conjunto humano cada vez más educado, más sano, más incluyente en la diversidad; el desarrollo de un Estado robusto, capacitado e institucionalizado que asegure las condiciones para ese desarrollo de la sociedad; y un sector empresarial de mediana y gran escala que genere procesos productivos transformadores, que agregue valor a la sociedad y que remunere equilibradamente al capital y al trabajo.
Esta columna si es anti empresarios metidos en el Estado, basados en las falacias que he señalado. Empecemos por la primera. El Estado NO es una empresa. Repitan mil veces en el pizarrón. El Estado NO es una empresa. El Estado es sociedad en acción. El Estado es un tercero que las sociedades hemos generado para que resuelva los problemas que, de manera individual, no vamos a resolver nunca jamás de los jamases. El Estado no persigue fines acumuladores, sino distributivos. El Estado no prescinde de quienes no pueden hacer bien su parte del trabajo, sino que los protege y los cuida. El Estado no considera gastos inútiles a los relacionados con la protección de los débiles, sino que hace esfuerzos ingentes por mantener la seguridad social. El Estado no mira rendimientos financieros sino económicos y sociales. No se configura para lograr la mayor rentabilidad por cada dólar invertido, sino se pregunta dónde logra el mayor impacto social por ese dólar. La Administración no se sustenta en la búsqueda de la eficiencia de mercado, sino de la efectividad de la acción social. Un Estado en manos de empresarios va a cerrar los centros de salud de las zonas más alejadas porque nunca serán rentables financieramente. El gobierno empresarial no va a construir carreteras que unen zonas pobres porque no hay retorno sobre la inversión. El gobierno neoliberal no va a incentivar y proteger la producción nacional porque la libre importación va a dar más ganancias a menos personas, que son, precisamente, sus panas.
El Estado se administra a partir de epistemologías totalmente diferentes a las que se aplican en el sector empresarial. Por esta razón es que existen escuelas renombradas de Administración Pública que no analizan la realidad ni la miran de la misma manera, que las escuelas, también renombradas, de Administración Empresarial. Los aportes de intelectuales como Ramio, DiMaggio o Aguilar Villanueva, son fundamentales para entender la administración de la República, pero, probablemente, sean inaplicables en el sector empresarial. Porque, a la inversa, también es cierto. Los aportes de Drucker, Kottler o Chiavenatto son relevantes para entender la administración empresarial, pero no se aplican, necesariamente, a la realidad de la Res Publica.
Por otro lado, los grandes empresarios se reconocen como tales porque logran incrementar sus fortunas a través de “su trabajo” (léase explotación de sus trabajadores) y su sagacidad para los “business”. Son expertos en encontrar oportunidades de negocio que les permiten incrementar SU capital. El mejor empresario lo es por la forma en la que logra extraer riqueza de la sociedad para acumular capital que le pertenece a él. Y sólo a él. Por ejemplo, Noboa, que ha pasado de ser el bobo imprescindible en toda elección a un sujeto digno de admirar, ha incrementado su fortuna a lo largo de los años para su propio goce y disfrute. El proceso de extracción de riqueza de la sociedad que ha llevado a cabo esta persona no se ha visto reflejada en un cambio de condiciones de su entorno, ni siquiera de sus trabajadores (no se olviden la cantidad de problemas que ha tenido a lo largo de su “exitosa” carrera empresarial por las demandas permanentes de ex trabajadores ante el sistema de justicia). Un empresario en el poder no va a poder, nunca va a poder, imaginar cómo se debe distribuir la riqueza que genera la sociedad para que, equitativamente permee a todas las capas de la sociedad en forma de salud, educación, seguridad, vivienda digna, empleo de calidad. Eso es, sencillamente, imposible. Si no me creen, miren las propuestas de Lasso de sus anteriores elecciones que incluían privatizar la totalidad del sistema público de salud o desinvertir en el sistema de educación pública porque, dizque se operan mejor desde el sector privado.
Administrar un Estado requiere de una profunda convicción de la importancia de su fortalecimiento, no de cómo debilitarlo hasta convertirlo en una pocilga. Requiere también la necesaria comprensión de las dinámicas sociales que van más allá de las dinámicas de mercado. Un Estadista entiende a la sociedad como el lugar en el que todos debemos tener las mismas oportunidades de desarrollo, no como el lugar donde solo sobrevive el más fuerte. Manejar el Estado involucra la búsqueda adecuada de los equilibrios entre la generación de riqueza y su justa redistribución; entre el impulso a la creatividad y capacidad de los mejores sin dejar a nadie atrás; entre el aprovechamiento de los recursos para generar prosperidad y su conservación para las generaciones que vienen después de nosotros.
Ninguna de estas ideas tiene cabida en el ideario empresarial, porque para ellos, al final del día, todo se reduce al estado de Pérdidas y Ganancias y al Balance de Resultados. Instrumentos en los que, en ninguna parte, se hace referencia a personas sacadas de la pobreza, jóvenes educados con calidad, justicia de verdad para todas y todos, porque estos indicadores pueden dar pérdida financiera y afectar la liquidez del sistema.