En otras palabras: un fraude judicial, un fiasco político y la más perversa prueba de la violencia política, que no solo es simbólica.
Pamela no es un producto mediático de una investigación periodística sino el fruto de una filtración y un montaje burdo, desde actores políticos, desde cierta embajada y con la venia y acompañamiento de Carondelet. Ella ha fabricado su salvación a costa de la mentira e inventar pruebas, cuadernos e inculpaciones que a la larga, como ya ocurre en Argentina, quedarán al descubierto en su momento.
Los Pelagatos reciben las pruebas y las evidencias del caso Ola Bini antes que los abogados del ciudadano sueco. Desde ahí forjan la “teoría del caso” y de inmediato la Fiscalía asume como parte de sus argumentos los ejes de la acusación. Y con eso creen hacerle un servicio a la Patria, cuando todos saben a quiénes sirven, de quiénes reciben pagos y cómo interactúan con el secretario particular de la Presidencia. Es decir: lo que no puede decir un banquero, un funcionario de Carondelet o la Fiscalía, los Pelagatos lo ponen en su porta y así asumen su interlocución bastarda. ¿Si quieren salvar a una ministra por qué no se confiesan como parte de su aparato político asesor?
Pamela, de ser cierto, recibió plata de Odebrecht y como no tiene cómo justificar dónde la depositó ahora “confiesa” que todo fue para AP. Si la justicia es tan cabal (como destaca el “anticorrupto”, “pobre” y “marido en la práctica”), entonces debieron rastrear la ruta del dinero antes de creerle del todo. Pero como Pamela no sabe cómo justificar sus lujos, los de su esposo, sus viajes, el “éxito” de sus allegados y toda esa fanfarria que armó mientras usaba el poder para sus extravagancias (todas verificables en las redes y en las cuentas de su marido) ahora se inventó un cuaderno, con cifras copiadas de las supuestas investigaciones de Villavicencio.
Los Pelagatos se asumen como la autoridad moral del periodismo cuando muchos saben cómo han sido su vida y recorridos por los medios, de qué modo auparon y usufructuaron de un Jamil Mahuad o de Guillermo Lasso cuando éste pagaba las contratapas de Vanguardia y con lo cual tenían garantizada la nómina para sus “investigaciones”. Son el periodismo rastrero del poder económico, de cierta embajada y de un conjunto de malhechores políticos travestidos de demócratas cuando todos saben que son solo negociantes de grandes contratos con el Estado, que en la época de Rafael Correa les fueron vetados. (¿O ya olvidaron sus disputas con Teleamazonas y el Banco Pichincha por aliarse a Lasso? ¿El modo que Fidel Egas los trató cuando intentaron cuestionarle en sus exabruptos bancarios).
Pamela es la figura de ese modo de arribismo, de cumplir con ese aspiracional de ser importante por el lujo que ostentas y de usar al poder para fines estrictamente individuales y particulares. Ella no soportaría una verdadera entrevista de prensa para confesar en realidad lo que hizo (como tampoco lo harían Santiago Cuesta o Fidel Egas). Por eso no responde a los abogados de los inculpados por ella. ¿Si Villavicencio y Zurita sabían de sus “andanzas” por qué nunca tomaron contacto o alertaron a sus “colegas” para entrevistarla? Saben bien que además de quebrarse su testimonio tiene unos hoyos negros más grandes que el sistema solar.
Los Pelagatos están en medio de la sospecha con la historia porque además de cohabitar con el poder político actual, a pesar de mostrarse como críticos, cumplen el rol impuesto por los Ruptura, en las largas conversas y contactos que hace la asesora de la ministra de Gobierno, la misma que establece el guión con el conductor de Veraz y de otros espacios de opinión en la prensa “casta y pura” del Ecuador.