Por Gonzalo J. Paredes

América Latina está en disputa, un fenómeno que se gestó poco después de la primera década de los años 2000 donde sus gobernantes fueran, en su gran mayoría, de corte progresista. Los grupos de poder locales lo han procurado. Ecuador, no es la excepción, y su elite (más bien, su clase dominante) se ha valido de varias herramientas: lawfare, cerco mediático, compra de conciencias y lo que yo catalogo como “rincones oscuros”: venezuelización, el examen de ingreso a las universidades y “los años del correísmo son 14 y no 10”. Estos últimos generaron confusión en el electorado y lo llevaron a decidir su voto en el mismo día de las elecciones.

Las últimas elecciones en Ecuador no han sido justas, mucho menos honestas, para el progresismo y la sociedad en su conjunto. Y no me remito al conteo de votos, precisamente, sino a las condiciones en que se inscribió la candidatura de Andrés Arauz, la proscripción de su líder histórico, Rafael Correa, y la persecución de la primera línea dirigencial de la Revolución Ciudadana. Es que la traición de Moreno al programa de gobierno, elegido en las urnas en 2017, por sí sola no hubiera sido capaz de conseguir todo esto, necesitó de operadores como María Paula Romo y Pablo Celi.

La primera fue ministra de Gobierno de Moreno, descabezó a la cúpula de la Revolución Ciudadana (exiliada en México), y es señalada por el informe de la Defensoría del Pueblo como responsable de la criminal represión de las protestas de octubre de 2019. Se encuentra en los Estados Unidos. El segundo, usurpó el cargo de Contralor General del Estado y persiguió a todo aquel considerado correísta. Hoy está en la cárcel acusado de liderar una organización criminal.

Con estos antecedentes no se puede afirmar que perdió el progresismo. Más allá de que Ecuador no podrá contribuir a la idea máxima y movilizadora de la patria grande en los próximos 4 años, la Revolución Ciudadana alcanzó la primera minoría en la Asamblea Nacional, muy superior al resto de las bancadas políticas. Además, en el imaginario social de gran parte de la población está vigente la idea de un proyecto de país. Lo que sí se puede afirmar es que la candidatura de Andrés Arauz fracasó en su intento por llegar a la presidencia.

En una encuesta realizada, posterior al día de las elecciones, se evidenció que los votos alcanzados por Andrés Arauz fueron en un 83 % por el modelo político y económico correísta, lo que incluye la imagen del exmandatario Rafael Correa. La imagen de Arauz contribuyó en un 9 %, y el restante (8 %) por otras razones (ver gráfico). Por lo tanto, ¿qué faltaba para ganar la presidencia de la República? Es indudable que otro era el resultado, si Rafael Correa estaba recorriendo el país junto a Arauz. En las elecciones de 2017 eran tres los “cuerpos” que se trasladaban a lo largo y ancho del país: el candidato presidencial, el vicepresidenciable, y Rafael Correa. En 2021, el candidato a vicepresidente aportó muy poco desde su imagen (ver resultado de la encuesta) a diferencia de 2017.

Ante la ausencia física de Correa en Ecuador, el poco impacto de la imagen de Arauz y de su vicepresidenciable, y la cúpula de la Revolución Ciudadana en el exilio, el estratega de campaña cobraba relevancia en esta lid electoral, como fue en la tienda política de Guillermo Lasso. Y es que Arauz pierde por menos de cinco puntos porcentuales (420 mil votos), no por diez. No es una visión reduccionista adjudicar gran parte de la pérdida a la falta de una estrategia efectiva. En el debate presidencial del 21 de marzo se evidenció que Arauz no sostuvo el éxito con que inició, mantuvo una postura rígida, de formato, propensa al ataque de Lasso. Posteriormente, no se planificó el postdebate y sobrevino la desorganización, obligó al candidato a defenderse, más que atacar.

Además, los “rincones oscuros” invadieron no solo al electorado, también a la tienda de campaña de Arauz. Existió el “consejo” de que se apartara de Rafael Correa, marcara radical diferencia, algo más que independencia en la toma de decisiones. Esto fue otro error de estrategia. Arauz no lo podía hacer. Lasso “escondió” a Jaime Nebot (líder indiscutible de la derecha, pero con poca aceptación en Quito y en la sierra ecuatoriana) porque ha estado presente en la vida política del país desde 2005 con 2 candidaturas presidenciales en su haber. No necesitaba tarjeta de presentación.

En conclusión, el daño provocado por Lenín Moreno, junto a María Paula Romo y Pablo Celi, se retroalimentó con la inexperiencia en política de Arauz y la pésima estrategia de campaña (tardía, desordenada y sin una base empírica). De esta manera, el “efecto Correa” muy eficazmente alcanzó para posicionar a la Revolución Ciudadana y al progresismo como la primera fuerza política del país, pero no, esta vez, para presidente. Fue inhibido por la explotación de los “rincones oscuros”, una de las recomendaciones de Jaime Durán Barba al banquero Lasso.

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