Por Lucrecia Maldonado
A principios del año 2017 algo más del cincuenta por ciento de los votantes ecuatorianos elegimos la continuación de un proyecto de bienestar antes que de privilegios, más allá de cualquier error atribuible a lo que se llamó, no sin razón, la Década Ganada. Después de algunas escaramuzas, las aguas se aquietaron y entonces el ganador, Lenin Moreno, giró 180 grados y se convirtió en un furioso neoliberal cuyo gobierno se dedicó a desmontar con brutalidad y todo el proyecto que él mismo había representado y que eligió una mayoría de votantes, así como a perseguir sin tregua a sus antiguos compañeros de partido y movimiento.
No ha sido la primera ni la única vez que ha ocurrido. Fuentes ocultas y extraoficiales dicen que eso le costó al Imperio algunos millones de dólares más la promesa de quince años de protección para el traidor y su familia. Todo eso debe salir de la partida “Apoyo a la Democracia” del Pentágono, si es que es cierto, lo cual no consta de manera fidedigna, pero sí entra en el campo de las posibilidades.
La mal llamada Democracia Representativa es una falacia, pues las mismas oligarquías locales junto con su aliado del norte, o al revés, se encargan de que, si no gana en elecciones ‘democráticas’ quien ellos han elegido para servir a sus codiciosos intereses, de una u otra manera se ocuparán de manipular lo que sea para colocar uno o varios nuevos títeres en el lugar correspondiente. Miremos, por ejemplo, lo que sucede en Perú hoy por hoy: no les gustó el presidente Castillo, quien ganó en elecciones supuestamente libres, y activaron todos los subterfugios y leguleyadas para declarar su vacancia e incluso apresarlo. Y las legítimas protestas de sus electores tienen a la fecha un saldo de cincuenta asesinatos por parte de las ‘fuerzas del orden’, que no son más que los perros guardianes del sistema.
Ante la aparición y el avance del Progresismo en Latinoamérica, se activan en todas partes las alertas que forman parte de un minucioso y paciente trabajo de desestabilización soterrada que desemboca en la acción directa y todo está ‘fríamente calculado’, como diría el Chapulín, para virar la tortilla hacia sus intereses tarde o temprano.
Desde periodicazos que pretenden convertirse en notitia criminis para iniciar procesos judiciales a cual más espurio, pasando por opinólogos (que no comunicadores ni periodistas) aparentemente muy afectados del hígado que van inyectando odio y prejuicios en sus seguidores y hacen dudar a quienes no lo son, hasta manifestaciones violentas llenas de reclamos de fraude cuando no gana quienes ellos deseaban, pasando por encima cualquier legalidad y pretendiendo manipular por el emperro y el escándalo mediático.
Otra de las armas de los supuestos demócratas es el lawfare, que busca proscribir del escenario político a los candidatos más opcionados para obtener el favor popular. Entonces el espectro electoral se reduce a las opciones que no estorbarían la codicia pentagonal ni local. Nada más. Escoger no entre todas las opciones, peor votar por quienes quisiéramos, sino por los que a ellos les ocurre que les estorbarán menos. Y obviamente, siempre presente el fantasma del fraude, sea manual o ‘científico’.
Por ejemplo, aunque no es oficial ni le consta a nadie, corre por ahí el runrún de que, en el caso de la Alcaldía de Quito, como los candidatos afines al gobierno no se ven muy favorecidos por las preferencias populares, el plan podría ser auspiciar veladamente la candidatura de Jorge Yunda para impedir que Pabel Muñoz gane las elecciones (quien va ganando fuerza en las preferencias de los votantes, según los últimos sondeos), pero una vez que se defina la situación a favor de Yunda, activar las alertas del lawfare en su contra para impedirle asumir el cargo y así matar dos pájaros de un tiro. Es un rumor no comprobado, sin embargo, también entra en el juego de posibilidades, dada la desvergüenza con que los organismos electorales se vienen comportando durante los dos más recientes períodos presidenciales.
Como en otras ocasiones, la pregunta que surge es: ¿qué hacer como pueblo, como votantes, como electores? ¿Por qué estamos tan signados por la pasividad? ¿Por qué aceptamos que se irrespete nuestro voto y que finalmente ganen candidatos que cuentan con el favor pentagonal y con la aquiescencia de las oligarquías locales pero a quienes en últimas no los ha elegido el pueblo para la dignidad que sea? ¿Y cuándo seremos capaces de hacer respetar nuestra elección?