La primera consideración, de muchas que pudieron o debieron hacerse, apunta a señalar el hecho fundamental de la pertinencia, de la oportunidad o de la coyuntura y entender sus definiciones: preguntarnos, por ejemplo, sobre la continuidad del proyecto histórico que se inauguró en 2007 con el triunfo de Rafael Correa Delgado y Alianza País que se interrumpió (quedó en suspenso) con la elección de Moreno en 2017. No siempre coincidieron el espíritu crítico y la apertura política, amplia y democrática, inclusiva, que correspondieran ambas al sentido de continuidad que debía tener ese propósito político e ideológico, pero que enseguida dejó de lado el problema de la contingencia. ¿Falto un poco de suspicacia, de cuidado, de malicia?

Porque cuando se dio cabida a varias corrientes de pensamiento que venían de distintas vertientes ideológicas, pensando que ahí se aseguraba la persistencia del proyecto ciudadano, al menos se cometió el gran pecado de la inexperiencia política. O de la subestimación ideológica porque la propia historia del país ha demostrado, muchas veces, lo contrario en algunos períodos de su propia coyuntura y contingencia. Porque algún momento dejamos de ‘habitar’ en lo político, seguramente por determinadas premuras. El término habitar -como el acto de residir o morar-  puede tener algunas connotaciones: la más importante se relaciona con la vida. Habitar la vida o la vida que me habita. Habitar el cuerpo. Habitar el pensamiento.

Por lo tanto, ya no se puede insistir en el tema de la traición de Moreno, como el único argumento que nos sirva para entender por qué la revolución ciudadana (RC) quedó, repentinamente, fuera de lugar. Y, enseguida, el desajuste extremo entre la necesidad de continuidad y la ‘decisión’ de haber  escogido a Moreno como el candidato que hubiera merecido esa confianza. ¿Otra vez, casualmente, el ‘decisionismo’ como doctrina de lo negativo? No es un tema menor porque se pensó que así se debió resolver la transición, de pasaje entre lo que se había logrado, que fue mucho y lo que debía consolidarse por la aplicación política de un programa de gobierno.

Ya no hace falta entrar otra vez en el debate sobre si Moreno es un renegado y un perjuro (que lo es, por supuesto) un patrañero y reaccionario, si no en lo que arriba queda señalado: la pertinencia histórica y la incongruencia de haberle elegido como candidato. Las contradicciones de este ‘parto’ construyeron un laberinto de violencia -la del odio, ‘encendida, personal (…) de quien persigue directamente la eliminación del otro y que después se vuelve violencia de cálculo (B. Echeverría, Vuelta de Siglo 2006)- y de confusión y fragmentación en militantes y simpatizantes de la RC.

La cuestión es extraordinariamente compleja cuando nos obliga a pensar, ¿sin suficientes herramientas de análisis? un gobierno morenista -de lejos el peor de la era republicana- que se entregó a las élites descoyuntado del tiempo histórico. ¿Ahora debemos hacernos cargo de las ruinas de su gestión, de su fracaso? De alguna manera, sí. Por pertinencia histórica, más allá de las subjetividades tormentosas y porque no podemos dejar que la historia nos jale hacia atrás.  

Hay que encadenar los razonamientos críticos bajo otros o nuevos miramientos, para discutir las bases de responsabilidad que señalen auténticamente, tanto a los actores como a los calumniadores del proyecto revolucionario, que todavía no concluye. Y avanzar. Recuperar, si el término es correspondiente, el juicio político, la prudencia, la sensatez desde las aprensiones (el miedo incluido) y la experiencia. O, parafraseando a Hannah Arendt, recobrar la capacidad de pensar en lo que debemos hacer.

Fijémonos en la actual disyuntiva: hay que salvar la vida de la mayoría de los habitantes de la Tierra, del Ecuador y para eso hay que resolver un problema grave de salud pública y de contagio. Es una cuestión de voluntad política, -frente a un gobierno ineficiente, inútil, que no toma medidas- por lo tanto es un asunto político, no económico. Es decir, ‘pensar en lo que haremos’ respecto de la salud, el trabajo y la acción como parte de la ‘vida activa’ o vita activa, como la llamó Arendt. Es la vida activa (el trabajo, la acción y la labor como proceso biológico) que está afectada con la llegada del coronavirus y la pandemia. Pero que ya fue antes descalabrada por la voracidad incontenible del capitalismo.

El presidente Moreno acaba de imaginar un salvataje económico que deberán pagar los ciudadanos. La argucia: el llamado cuaresmal al sacrificio de todos. El ardid: la creación ilegal de un fideicomiso que será manejado por la ‘sociedad civil’ (otra vez los notables). El fin último: lavarse las manos de su responsabilidad como mandatario. El corolario: no tenemos presidente ni gobierno.

Porque hay que entender la dimensión de este contagio, también desde lo que afecta, desquicia y desarticula. Los analistas dicen que no habrá un regreso a la normalidad, tal y como la estuvimos viviendo y pensando; si acaso aquello de la normalidad, lo que estuvo antes de la pandemia, puede considerarse como lo estrictamente estereotipado y redundante, cuando el sistema capitalista, fagocitado por el neoliberalismo, deshumanizó el mundo de la vida sometida a las leyes del mercado.

¿Es una cuestión de seguridad como dice Naomi Klein en su libroLa Doctrina del Shock: el Auge del Capitalismo del Desastre (2008)? Para decirlo de otra manera, el ser humano ha vivido los últimos 30 años bajo una ‘promesa de falsa seguridad’ -la del capitalismo- y por lo mismo la suya es una situación permanente de zozobra, miedo y fragilidad. ¿Hay necesidad de una destrucción cíclica para una nueva creación y eso es lo que el mundo sufre actualmente?

Por eso embrollan los llamados hechos por ciertos sectores empresariales y financieros, a conformar una especie de ‘colegiatura nacional’ o de  agrupar a ‘filantrocapitalistas’, que según Matthew Bishop, editor de The Economist, ‘no son donantes tradicionales, sino inversores sociales que consideran y calculan maximizar las ganancias para las causas que han elegido colocar bajo su ala’ (Ágata Székely Forbes, México).

Incluyendo la última y poco oportuna invocación de Rafael Correa, (en entrevista con Viky Dávila de Semana Noticias de Colombia, manoseada y descontextualizada después por El Universo) de que apoyaría a un político nacional para salir de la  catástrofe, aunque el redentor de la patria sea un socialcristiano ‘como Jaime Nebot’ conservador y de derecha (en este caso importa el comparativo ‘como’) que jamás tuvo liderazgo para nada, salvo que es uno de los responsables directos del ‘modelo exitoso’ que tiene a Guayaquil enfrentada a una de sus peores tragedias sociales, económicas y de salubridad, que revela la desigualdad, la inequidad y el autoritarismo en la ciudad más populosa del país.

El discurso, como categoría ideológica y ética, con la pandemia también acaba de perder su poder de convencimiento, de orientación, de avance, de consulta o de aprobación comunitaria. Ya no hay ningún discurso, en estos momentos, que pueda ser revindicado, ni por la forma ni por el fondo. ¿Buscar las verdades más allá del discurso? Por eso debemos volver a habitar la política y lo político. Recuperar, además, el sentido de la meditación: hoy debemos meditar sobre la condición humana tal como lo quiso en su momento H. Arendt. Pensar lo que vamos a hacer. Pensar cómo lo vamos a hacer.

Y para eso hay que emplazar a todos los sectores progresistas y democráticos del país, verdaderamente cotejados, sin entrar en el juego vano de coincidencias o de diferencias pretendidas. Y la condición sine qua non es que Moreno y su combo de oportunistas y mediocres, de dentro y de fuera, se vayan.

Por Editor