Por Luis Varese
La palabra unidad en la izquierda, suena hasta ingenua, por decir lo menos, y el caso peruano no es la excepción, sino la regla en los últimos casi 50 años. Los gobiernos revolucionarios, progresistas o de democracias populares han ocupado cada vez más espacios en Nuestramérica. Cómo han ganado las elecciones, qué alianzas han hecho, qué dirigentes tienen. Cómo han conquistado esa unidad para ocupar más del 50% del campo electoral, del campo político. Qué tienen en común. Veamos a cuales países nos referimos: México, Honduras, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Bolivia, Argentina y pronto Brasil. En Perú y Chile, a pesar de haber lanzado programas progresistas y por ello recibido el apoyo popular, sus gobiernos han optado por posiciones alineadas con Estados Unidos en el campo internacional y ninguna reforma profunda que beneficie a las grandes mayorías.
Qué distingue a estos movimientos triunfantes en el campo electoral.
En el campo internacional una política no alineada y multilateralista por un lado y por otro el apoyo al fortalecimiento de los mecanismos de unidad regional, como CELAC, Unasur, Mercosur. Es decir una política internacional soberanista en defensa de sus intereses nacionales y a la vez en defensa de la Patria Grande, como una unidad en la diversidad.
En lo programático dentro de sus países, una política claramente antineoliberal, de redistribución de la riqueza en el marco de la creación de un estado de bienestar y de creación de nuevas formas de socialismo en algunos casos (Cuba, Nicaragua, Venezuela, heroicas, cercadas y triunfantes).
En lo político la presencia de un partido político o un frente que agrupa a varios partidos. El arraigo con el movimiento popular, los movimientos sociales y la flexibilidad en la política de alianzas sin abandonar los intereses de los más pobres.
Siempre en este campo la presencia de un líder o lideresa históricos o dirigentes con capacidad de convocatoria y negociación. Cada uno o cada una con su propuesta nacional surgida y recogida de las propias bases y las necesidades de los más pobres.
Situaciones muy complejas como la de México, Honduras, Bolivia, Brasil o Colombia han sido superadas y han logrado extraordinarios triunfos electorales e importantes derrotas de la derecha que controlaba los medios de comunicación, los recursos del Estado y el poder económico con el apoyo imperial, en cada uno de estos países. En todos ellos una izquierda empoderada y con vocación de poder.
En el Perú ganó la decisión del pueblo mayoritario y pobre de enfrentarse al neoliberalismo, representado por un dirigente sindical, de aire honesto y lenguaje simple. Tristemente y una vez más, la incompetencia, la falta de coraje y la venalidad del dirigente y su entorno han traicionado largamente la mayoritaria voluntad popular.
Ni una sola medida de impacto nacional ha tenido este gobierno y es a partir de esas necesidades evidentes que debe poderse construir ese frente amplio capaz de enfrentar a la lumpenoligarquía que nos gobierna.
Los movimientos regionales de defensa del agua, de la naturaleza, contra la minería destructiva. Las reivindicaciones de hombres y mujeres que trabajan en las grandes empresas agrícolas; la defensa de los pueblos originarios de la Amazonía y de su entorno; la lucha contra la tala y la minería ilegal en este mismo espacio. La seguridad ciudadana y la organización barrial contra las mafias.
Incluso temas tan evidentes como la denuncia y lucha contra el derrame producido por la Repsol capaz de aglutinar, pobladores, pescadores, ecologistas, hasta tablistas o surfistas, convocaría marchas y protestas capaces de revertir esta situación de arrodillados que tiene el Congreso y el propio gobierno.
No hay varitas mágicas para superar la crisis política, pero sí hay mecanismos y métodos. La situación política del Perú no es más grave ni más difícil que la México, Honduras, Colombia u hoy Bolivia.
Sentarse a la mesa con la Patria y el corazón en la mano. Dejar de lado los adjetivos que van desde “terruco” hasta “caviar”. No hay en el país un dirigente único, capaz de convocar, por lo tanto deberán ser los movimientos sociales, sus dirigentes mujeres y hombres los que construyan esa unidad, convocados por los propios movimientos a un evento que permita construir el proceso unitario en base a las reivindicaciones concretas. Deberán estar presentes, por supuesto, las representaciones de los pueblos ancestrales, los ecologistas, las feministas, el movimiento LGTBIQ, y dirigentes de partidos políticos que tengan la humildad de participar sin pretender ser los únicos ni los iluminados. Deberán dejar atrás el sueño del partido propio y sumarse a la necesidad nacional de resurgir como País en el bicentenario.
La derrota de la Repsol sería un buen inicio junto con la defensa del periodo presidencial contra las voluntades oscuras y brutalmente conservadoras de la lumpenoligarquía. No porque Castillo lo merezca, sino porque la voluntad del electorado debe ser respetada, su salida significaría la impunidad total para las hordas fascistas que representan Aliaga, Fujimori y compañía.
Las calles y la movilización popular son el único camino que queda por delante y ello a partir de una evidente vocación de unidad de las y los dirigentes. No hay un camino fácil, pero hay un camino.