Los mayores y mejores estrategas políticos de América Latina (algunos de ellos reunidos en Quito la semana pasada) consideran que Ecuador no ha dejado de ser un laboratorio de estudio de sus actores políticos: fuimos capaces de botar a tres presidentes sin violencia ni mayores consecuencias en heridos o muertos; tuvimos la genialidad de crear la figura de la Muerte Cruzada, precisamente para evitar esas “caídas” de presidentes; y, como gran supuesta novedad: durante diez años hubo gobernabilidad bajo el liderazgo de un solo presidente, estabilidad y crecimiento económico, sin descontar la disminución de la pobreza y la desigualdad.
Y ahora, al parecer, volveremos a ser foco de la atención ya no solo de esos estrategas y analistas políticos sino de las nuevas generaciones que crecieron sin el cuco de la caída de gobiernos o la inestabilidad por la codicia de esas extrañas fuerzas que ahora acosan y rondan Carondelet. Todos los ministros y asesores, además de los más allegados a Lenín Moreno, dan por hecho que la Muerte Cruzada se dará para que las elecciones presidenciales coincidan con las de los gobiernos locales y del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Y con ello habrá concluido la gran labor de Moreno: “descorreizar al Ecuador por la derecha”, como acostumbran decir ahora ciertos académicos.
¿Por qué la urgencia? ¿De dónde sale tanta codicia por el poder si Moreno cumple con todo el libreto que ni Guillermo Lasso habría podido? ¿Cuál es el factor detonante para impulsar un salto al vacío de toda la institucionalidad política y por qué esto está atado a la situación económica si las estadísticas no prueban la existencia de una terrible crisis?
En primer lugar hay un elemento clave a analizar: ¿Moreno solo llegó a Carondelet para descorreizar y salvar su pellejo, su salud o su familia con algunas concesiones, prebendas, cargos y favores personales? Hasta ahora no hay nada que se le atribuya como su creación personal en alguna política pública para la transformación social del país. Y lo poco realizado, en alguna área concreta, ha sido producto de la misma inercia del Estado y la sociedad por lo ocurrido los diez años anteriores.
En segundo lugar: si el propósito es allanar el camino para que los socialcristianos ganen todos los espacios de poder, ¿efectivamente les hace falta la Muerte Cruzada o con eso repiten la fórmula ya ensayada con Jamil Mahuad en 1998? ¿Hay un aprendizaje al menos para corregir esos errores o creen que estos diez años solo fueron un paréntesis y la acumulación de odio y sed de venganza impide medir las consecuencias de un desbarajuste político e institucional de esa magnitud? Parece que las respuestas son negativas y posiblemente subestiman el acumulado histórico de un proceso, en apariencia, invisibilizado ahora por todo el aparato mediático conservador.
En tercer lugar: si todas esas fuerzas políticas aupadas por Gustavo Larrea, Alberto Acosta, Enrique Ayala Mora, Juan Sebastián Roldán y lo que queda de Alianza PAIS consideran que ellos sí podrán corregir los supuestos males del correísmo y serán los encargados de hacer realidad la Constitución de Montecristi solo bastaría exigirles que lo hagan ahora con Moreno, sin Muerte Cruzada, si algún grado de sensatez y madurez políticas tienen con todos los años que llevan encima y la “curva de aprendizaje” de sus malabarismos en casi todos los gobiernos anteriores.
Solo queda claro algo: Moreno quedará marcado en la historia como un político sin luces, arrastrado por las fuerzas de las élites y sus presiones, ajeno a todo intento de liderazgo inteligente, tal como lo reconocen esos estrategas políticos reunidos en Quito que jamás saldrán públicamente a comentarlo como sí lo hacen en los pasillos, cenas y almuerzos de esos encuentros donde lejos de los micrófonos se habla con prudencia y con cierta responsabilidad pública.