En respuesta al artículo El “anticorreísmo de la izquierda” publicado en Ruta Krítica el de junio de 2020, nos permitimos expresar lo siguiente:
Quienes participamos en la política desde la militancia en organizaciones de izquierda tenemos bien claro que cualquier error que se cometa en dicha actividad no pasará inadvertido. En ocasiones será justificativo para establecer distancias y en otras para hacer de esas distancias verdaderas barricadas de antagonismos que, pasado el tiempo, se convierten en las principales dificultades para establecer un horizonte común y una ruta efectiva para la lucha política.
En los últimos años, la política latinoamericana ha translocado los términos de la famosa frase de Kate Millet para pasar de lo “personal es político”, hacia lo político es personal. Así es como podemos entender el “novedoso” surgimiento de una serie de adjetivaciones que relacionan el nombre de determinado presidente con una pretendida corriente de pensamiento. Fenómeno nada casual, por supuesto, con el que aparecieron denominaciones tales como chavismo, correismo, kirchnerismo, por citar algunas.
Tampoco resulta novedoso que no hayan sido, en un ataque de megalomanía, los nombres propios a los que se hace referencia con esos términos, los que construyeron dichas categorías, sino que fue una adjetivación muy estratégica de sus detractores para vaciar de contenido ideológico la disputa política, y llevar la contienda al plano de las afinidades con la persona y no con el proyecto que se pretendía implementar. Vale recordar que dicha estrategia discursiva fue ya utilizada con la Revolución Cubana, y que, con su gran capacidad estratégica, Fidel la detuvo de tajo alejando cualquier posibilidad de que sea su nombre, falazmente ideologizado, el que concentrara en una persona el desarrollo de un proceso político.
Hay que decirlo con total seriedad: estos “ismos” latinoamericanos del siglo XXI fueron haciéndose sitio en el análisis político, gracias al encuadre mediático que las oligarquías nacionales utilizaron, para acumular en dichos términos cualquier situación que pueda indisponer a la población con las figuras. En el caso ecuatoriano fue el propio Rafael Correa quien, en varias ocasiones, salió a discutir la existencia del “correismo”: “Yo no soy “correísta”, soy bolivariano y alfarista”[1].
El desarrollo de esta estrategia semántica no se ha detenido y vemos como cada vez los “estrategas del antiprogresismo” van añadiendo calificativos: castro-chavismo; narco-chavismo; terrorismo castro-chavista; correato; narco-kirchnerismo; y un sinnúmero de otras denominaciones que podrían parecer ridículas pero que han cumplido a cabalidad su intención: asociar a la persona con actividades absolutamente repudiadas por la opinión pública y deslegitimar los grandes logros en materia de derechos sociales, conseguidos durante las administraciones progresistas.
Sin embargo, la dialéctica, que opera en la lucha discursiva, ha permitido que quienes son partidarios de dichas figuras resignifiquen los términos y asocien la adscripción a este con las conquistas antes mencionadas. Por ello, existen kirchneristas, correístas, chavistas que militan dentro de esas categorías y que se organizan políticamente alrededor de esta idea.
Entonces, surgen ciertas interrogantes: ¿el desarrollo de una retórica política ha sido capaz de dotarle de contenido ideológico a dichos términos? ¿Representan una tendencia política concreta? No a la primera, si a la segunda. Por lo tanto, resulta ocioso pretender discutir la segunda respuesta respecto a la primera pregunta.
Estoy seguro que cualquier militante –correísta, chavista, kirchnerista-, que tenga un nivel de formación política básico, sabrá que en su autoidentificación como X-Y-ista no estará expresando la adhesión a un sistema de pensamiento ideológico, sino a una expresión colectiva que lo organiza. Para evitar malinterpretaciones y más allá de lo que los medios han pretendido, un “correísta” no será un sujeto acrítico, dispuesto a hacer lo que a Correa se le antoje, sino que será un militante de lo que se ha denominado “progresismo”.
Por su parte, quienes militamos en otras organizaciones, diferentes a RC/Compromiso Social, ¿tenemos la obligación de definirnos como correístas o anticorreístas? Simplemente no. Y nuevamente, resulta claro que el encuadre mediático es el que ha utilizado, muy a su conveniencia, esa falsa disyuntiva para impedir cualquier tipo de diálogo/debate democrático entre sectores que tienen un adversario común.
En dicho sentido, resulta lamentable observar, en las movilizaciones populares de Octubre, como este falso antagonismo, suscitó episodios en que “correístas” eran funados por dirigentes políticos de otras organizaciones, a pesar de que las bombas caían sin distinción sobre unos y otros, cuando quedaba claro que la pelea era contra el adversario que lanzaba las bombas. Así mismo, en octubre se vio como quienes estuvieron en la calle “chupando gas”, no hacían distinción de si era correísta, “chino”, socialista, comunista, integrante de la CONAIE, estudiante, activista feminista, ecologista o ciudadano movido por su indignación contra el gobierno, al momento de recoger al caído, de defenderlo ante la arremetida policial, en definitiva de proteger al compañero/a de esa lucha. Si, la calle es el lugar donde nos hacemos compañeros.
Parece ser entonces, que la sentencia de que el sentido común no suele ser el más común de los sentidos, se está cumpliéndose dentro de las organizaciones políticas, aun cuando la movilización haya demostrado que, además de estéril esta discusión, resulta bastante nociva para recuperar los derechos sociales, hoy destruidos por el gobierno de Moreno.
En este punto, las organizaciones políticas tenemos la obligación de hacernos cargo de nuestro error –y lo digo en general y sin pretensión de juzgar a nadie, pues a lo interno cada quien sabrá como procesarlo-. ¿Acaso no hay, al menos, un punto estratégico de convergencia desde el cual se pueda pensar en la lucha política con criterios compartidos?
Y fue precisamente esa pregunta la que, quienes militamos en el Partido Comunista Ecuatoriano, nos realizamos al momento de proponer un debate entre diferentes voces de la política nacional, que puedan analizar y dar su criterio respecto a las limitaciones y posibilidades de una unidad política contra la agenda neoliberal. Y de eso podemos hacernos cargo, no de las múltiples interpretaciones que se pretende dar, lamentablemente, a un evento que tenía entre sus expositores a Virgilio Hernández, al que personalmente invité, puesto que reconocemos que su criterio existe e incide en la opinión pública nacional. Independientemente de si está a gusto de correístas, a disgusto de anticorreístas, con diferencias con los/as comunistas, socialistas o cualquier otro; y con el mismo criterio se pensó en Fernanda Espinoza y Silvia Salgado, además de la participación de Paúl Almeida, en su calidad de Secretario General del Partido Comunista Ecuatoriano, organización que promovió el evento, así como otras voces políticas que por diversas circunstancias no pudieron participar.
Por esto, es que llama la atención que un artículo titulado El “anticorreísmo” de la izquierda[2], publicado en este portal, realice una serie de afirmaciones respecto a las criterios expresados en dicho evento; pues, o el autor no atendió, ni la convocatoria ni el contenido; o simplemente anticipa sus criterios desde pre-juicios para los que no era ni siquiera necesario que atienda las exposiciones de aproximadamente 120 minutos.
Podría detenerme a rebatir varios puntos de lo afirmado en dicho artículo, a interpelar las extensas afirmaciones tales como los particularismos, los hoscos misticismos, las abolladuras programáticas, la izquierda institucionalizada y burocrática, el acomodo o la mimetización, los planteamientos viciados cuando no viciosos, la transfiguración autocomplaciente y políticamente conversa, el mito de la pureza justificada, la selección ideológica que discrimina a los afluentes históricos o la cerrazón purista o la izquierda nihilista o infantil, entre otras tantas que Rivadeneira dixit, más considero del todo inútil estar dando explicaciones a quien ya ha juzgado a la misma Historia; pero sobretodo porque caer en el juego de la adjetivación, únicamente nublaría el juicio de una realidad concreta que requiere poner las fuerzas en el verdadero frente.
Sin embargo, considero necesario realizar 4 preguntas –ojalá también al autor- y una afirmación respecto al artículo:
1. Respecto a la exigua militancia práctica: ¿Acaso dicha afirmación no se enmarcaría dentro del electoralismo negativo, que pretende establecer una suerte de razón plebiscitaria en función del número de adeptos y no tanto a la validez de los argumentos? ¿Acaso no está el país en estas circunstancias justamente por el electoralismo negativo?
2. ¿Puede acusarse de extremista y excluyente a una iniciativa en la que los criterios del sector RC, y otros sectores, no se expusieron por decisión propia del invitado?
3. ¿Puede acusarse a una organización que se autodefine como Marxista-Leninista de promover la inutilidad de la ideología ante el electorado? Cualquier lector podrá incluso discrepar respecto a la aplicación teórica/práctica del pensamiento marxista, pero acusar de promoción de la inutilidad de la ideológica es, a todas luces, una afirmación pretensiosa.
4. ¿Existe honestidad en el último párrafo respecto a las posibilidades de una unidad amplia cuando todo lo anterior es una reseña de acusaciones y descalificaciones?
Y la afirmación: Lutterbach señala: “hay en la sublimación una paradojal satisfacción de las pulsiones, es decir, las pulsiones son desviadas, no del objeto pero sí de su blanco o sea, se trata de otra satisfacción. Enfatiza así, no en el objeto pero sí en su propia mudanza”[3]. Y comprendo que muchas personas, mucho más quienes participamos del proceso de la Revolución Ciudadana en sus diferentes momentos y etapas, tendemos a sublimar las pulsiones y a buscar responsables, ajenos al yo, para comprender las razones por las que un proceso como el que vivió el país haya devenido en lo que hoy vivimos. Más me temo que ese sendero únicamente nos conducirá, ahí sí, a la soledad de la pureza y a los cenáculos impolutos del aislamiento político.
Cada organización y cada militante saben, estoy seguro que sabemos, aquello que hicimos bien y aquellos errores que en la práctica política hemos cometido ¿Tiene sentido asumir el papel de suplicantes? ¿Tenemos acaso la condición para erigirnos como profetas de la historia?
Quiero pensar que, después de todo lo que hemos visto y los grandes desafíos que nuestro país tiene en frente, la disposición de la unidad no se entienda como participación conjunta en elecciones; que democracia no se entienda como el criterio de pocos sobre muchos; que la crítica no se convierta en insulto; que lo colectivo no se suprima por el pensamiento único; que dos errores no suponen un acierto, o que el error es injustificable solo cuando lo comete el otro; que el debate entre propios y también entre diferentes no se anule de la lucha política.
¿Acaso aquel proceso que se originó en el pacto constituyente de Montecristi no sigue siendo la idea movilizadora? ¿No fue en unidad política que los que hoy no peleamos por saber quién es más progre, más revolucionario, más consecuente, más cualquier cosa- logramos llevarlo adelante? ¿No es el neoliberalismo nuestro enemigo?
Como alguna vez dijo Nela Martínez: «El respeto a la Patria es el respeto a su independencia y soberanía plenas, tengamos el honor de merecerlas» ¿No es suficiente consigna para saber quién es hoy el enemigo?
Finalmente, resulta evidente que la unidad es la urgencia y la mayor dificultad de los sectores de las izquierdas progresistas, revolucionarias. Urgente en tanto que es la condición sine que non para hacer frente al escenario político nacional; difícil en cuanto a las diferencias políticas de los diversos sectores que se ubican en el arco ideológico de la “izquierda”.
Ahí es, precisamente, donde radica la capacidad de los liderazgos políticos para comprender que la consigna de resistencia es lograr un consenso para rescatar a la nación del neoliberalismo y la posibilidad de la unidad se consolida en deliberar con transparencia respecto al horizonte político de un proyecto que recupere el proceso constituyente y establezca condiciones claras para el procesamiento de las diferencias.
Por estas razones es que
analizar la vigencia del pensamiento de la izquierda y las perspectivas de
unidad y lucha en el Ecuador se vuelve un debate necesario.
[1] https://twitter.com/MashiRafael/status/1193108677730942977?s=20
[2] https://rutakritica.org/el-anticorreismo-de-la-izquierda/
[3] http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/011/template.php?file=arts/Derivaciones/SUBLIMACION-no-sin-el-cuerpo.html