Juan J. Paz y Miño Cepeda

El presidente Lenín Moreno ha creado su propia imagen no solo en el espacio nacional sino en el internacional. En su reciente visita a España ha tratado de dejar en claro que Ecuador vive un nuevo ciclo. En su exposición ante empresarios y prensa ha combinado los ataques al expresidente Rafael Correa, con una visión sobre un futuro prometedor en el país, alguna idea sobre la física cuántica, invitaciones a invertir y una sui géneris referencia al “progresismo moderno”, al que, sin embargo, solo ha podido definirlo con tres palabras: “no lo sé”, para enseguida añadir: “pero tal vez suena a lo que queremos hacer”.

Pero lo que se ha impuesto es el proyecto económico de las elites empresariales más retardatarias del Ecuador, que reviven propuestas recicladas de los viejos principios sobre mercado libre y emprendimiento privado, que caracterizaron la economía nacional desde mediados de la década de 1980 hasta los inicios del nuevo milenio.

Aquel modelo empresarial deterioró las condiciones de vida y de trabajo en Ecuador, aunque crecieron las actividades privadas, se potenció como nunca antes la concentración de la riqueza y el paraíso de los negocios, incluso a costa del Estado, todo lo cual se ofrecía como modernidad nacional. Nunca antes en la historia se sucedieron tan perjudiciales acciones como la “sucretización” de las deudas privadas (1983 y 1987), los “salvatajes” y el feriado bancario (1996 a 1999), la dolarización (2000), la permisividad gubernamental a la evasión o elusión tributarias de los ricos, particularmente en el pago del impuesto a la renta, y la debacle de los servicios públicos, ocultando, al mismo tiempo, la generalizada corrupción privada.

Hoy, la economía empresarial ecuatoriana se reimplanta y el panorama social del futuro tomará, inevitablemente, el rumbo que se puede advertir en Brasil o en Argentina, donde la misma creencia ciega en las supuestas bondades de la inversión privada sin trabas y del mercado libre, solo muestran deterioro sistemático de las condiciones de vida y de trabajo de la población. Con ello, el país ha dejado de ser un referente internacional y peor latinoamericano, como proyecto de sociedad.

El último comunicado del FMI, después de la visita a Ecuador entre el 20 de junio y el 4 de julio, luce como anticipo de lo que empieza a ocurrir, pues afirma: «Después de cinco trimestres consecutivos de contracción, el crecimiento de Ecuador se reanudó a finales de 2016 y rebotó fuertemente a 3 por ciento en 2017. Sin embargo, la economía parece estar enfriándose, como lo demuestra la contracción del 0,7 por ciento en el primer trimestre de 2018 con relación al trimestre anterior”.

También internamente, las recientes cifras sobre empleo y desempleo presentadas por el INEC demuestran que la situación laboral y social se deteriora. De acuerdo con esos datos oficiales, el pleno empleo cayó entre junio del 2017 y junio del 2018 en 161.689 puestos de trabajo; además, en el mismo período, la pobreza subió de 23,1% a 24,5%; mientras que la pobreza extrema lo hizo del 8.4% al 9%. Incluso una publicación de Cordes señala: “el manejo económico de los últimos doce meses no ha sabido generar las condiciones para mejorar las ya pobres estadísticas del mercado laboral”; y añade: “en los próximos meses posiblemente se observe mayor deterioro”.

Los conceptos elementales o los argumentos temporales, no pueden ocultar más una situación económica y social que renueva los beneficios a una élite, perjudican a la población e imponen los intereses privados sobre los intereses nacionales.

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