Por Luis Herrera Montero
Conforme un análisis, basado en correlaciones de fuerza, el progresismo es la tendencia que constituye una legítima oposición a la hegemonía del neoliberalismo global, aunque su presencia sea aún regional. Entonces, América Latina está, por medio del proyecto progresista, construyendo una alternativa viable para superar al neoliberalismo y posteriormente al capitalismo. Igual de legítimo es pensar en opciones de mayor radicalidad en términos de cambio civilizatorio, pero sin perder de vista el real tablero político; de lo contrario, se caería en idealismos repletos de ingenuidad, que perjudican notablemente un proceso hacia devenires de utopía democrática; es decir, se estaría frustrando la concreción de otro mundo posible, por un proyecto sin perspectiva y desubicado. De ahí que en el presente texto proponga al progresismo como la ruta a seguir, si tenemos en cuenta el tablero político de correlaciones de fuerza en el mundo contemporáneo.
Así lo han demostrado experiencias políticas en América Latina. Bolivia, por ejemplo, con los reiterados triunfos electorales y por la pronta recuperación del poder estatal por parte del MAS. Otra experiencia se tiene en Argentina, también caracterizado por reelecciones y por la madurez del kirchnerismo de priorizar alianzas entre diversos sectores de oposición, que permitió derrotar al neoliberalismo durante el último proceso electoral, que otorgara el triunfo a Alberto Fernández. Todo indica que en Uruguay y Brasil el progresismo también parece contar con perspectivas reales para retomar el liderazgo gubernamental, por la autocrítica interna y por la inviabilidad del neoliberalismo en la región. Lastimosamente en Ecuador primó la desunión, propiciada por una derecha indigenista, que desde antes ha apoyado la candidatura presidencial de Guillermo Lasso, representante de lo peor en materia de conservadurismo, por su alineamiento reaccionario con políticas de carácter neoliberal. A esta evidente derechización se ha sumado una pseudo izquierda, que privilegió su enemistad con Rafael Correa, haciendo juego a una manipulación indiscutida de parte del capital financiero ecuatoriano y su extrema demonización al correísmo. El mencionado fraccionamiento tiene por sustento la traición de Lenín Moreno y de líderes de la pseudo izquierda mencionada, que viabilizaron medidas neoliberales, además con altos niveles de ineficiencia, durante cuatro años de gobierno. Dicha derechización pseudo izquierdista motivó también el actual triunfo electoral del banquero Lasso, a pesar de los esfuerzos del candidato Andrés Arauz por generar alianzas. Vale no obstante, reconocer un gesto de digna diferenciación de Jaime Vargas actual presidente de la organización más fuerte del movimiento indígena: La CONAIE.
Aires progresistas se vislumbran con claridad en las hermanas naciones de Colombia y Perú, que luego de décadas de regímenes neoliberales corruptos y totalitarios, están deviniendo con fuertes posibilidades de instituir regímenes adversos a dicha imposición neoliberal y sus componentes fascistas de represión y terrorismo de Estado. En Colombia el fascismo neoliberal ha perdido poder por la multitudinaria insurrección popular a nivel nacional. Hasta el momento, un gobierno progresista está por venir alrededor del liderazgo de Gustavo Petro. Habría, sin embargo, que tener presente, que un proyecto radical, como lo desearían muchos movimientos sociales movilizados, requerirá de tiempo y comprensión sobre la complejidad que implica desmantelar en el Estado a la mafia uribista. En cuanto a Perú, la notoria crisis institucional por motivos de corrupción, está llegando a su final. Ante la caída reiterada de presidentes, resulta muy meritorio el liderazgo electoral de Pedro Castillo. Prácticamente algo más de la mitad de peruanos le ha apoyado. Las oligarquías bajo el cinismo de representantes como Keiko Fujimori y Mario Vargas Llosa, han insistido en revivir el irreal fantasma comunista e incluso han llamado a la intervención militar para impedir el hasta el momento legítimo triunfo del Partido Político Perú Libre.
Respecto al fantasma del comunismo, paradigma teórico-político que jamás se ha puesto en práctica, no he hecho referencia a los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela por reproducir contenidos de un socialismo real ya suerado. Sin con esto descuidar la debida diferenciación con el conservadurismo reaccionario de los cubanos asentados en Miami y de la oposición venezolana liderada particularmente por Guaidó y López, que sin duda conllevan connotaciones mucho más graves. Entonces, dentro del actual contexto latinoamericano, retomar la proyección que ofreciera el llamado socialismo real, no es pertinente, porque este régimen pudo aplicarse solamente en tres naciones: Cuba, Chile y Nicaragua, y porque la problemática mundial de Guerra Fría devino en la derrota de dicho sistema y de sus posibilidades de reproducción también en Latinoamérica.
Los contenidos planteados no implican dejar de visualizar la necesidad de proyectos políticos que se inspiren y sustenten gubernamentalidades comunitarias e interculturales. De este modo, es una necesidad a no obviar el diálogo con perspectivas de bien común y buen vivir, que dan cuenta de una resignificación de la utopía con contenidos más allá de lo formulado en el siglo XIX como contrahegemonía y oposición al capitalismo. Obviamente, durante esos tiempos no se habían multiplicado movimientos y agenciamientos sociales de descolonización, alineados con feminismos, ecologismos y epistemologías del SUR, como lo marca el escenario planetario en la actualidad. Además de que el capitalismo también ha mutado progresivamente con las innovaciones científico-técnicas. En otras palabras, si el progresismo tiene relevancia si toma en cuenta las necesidades de recomposición constante de lo público. No hacerlo sería dormirse en los laureles y terminar jugando en favor del capital. Se trata pues de superar al sistema capitalista y sus nefastas consecuencias para el ecosistema del planeta en su conjunto, dentro del cual se debe entender a la humanidad y sus porvenires. Entonces, que el mundo sea cada vez más societal y menos estatal es un horizonte utópico de lo que se ha sido formulando como autogobierno del pueblo. En consecuencia, el progresismo es y debe entenderse como etapa de transición hacia cambios constantes que socialmente dialoguemos y diseñemos como horizonte utópico, valga la redundancia ya del tema, pero que es indispensable insistir en su necesidad.