Por Lucrecia Maldonado
Después de permanecer más de tres meses con paradero desconocido, Germán Cáceres, quien asesinó a golpes a María Belén Bernal, su esposa, en el interior de la Escuela Superior de Policía de Pusuquí, fue identificado, por un turista, dicen algunos, trabajando como bar tender en un paradisíaco paradero turístico colombiano. Y, obviamente, su presencia fue reportada de inmediato a las autoridades colombianas y en seguida a las ecuatorianas.
A través de diversos medios informativos se ha documentado suficientemente este acontecimiento, por lo cual ya no hace falta abundar sobre ello. Sin embargo, sorprende que, a partir de ese momento, se ha dado una tendencia en redes para defender, minimizar el hecho e incluso victimizar a Germán Cáceres. ¿Increíble? Sí, pero cierto. Desde aquellas personas que acuden a citas bíblicas y evangélicas referidas al “no juzguen para no ser juzgados”, otros que, como si nada, lanzan un “cualquiera comete un error”. Paralelamente, se intensifica una campaña de desprestigio en redes contra la víctima, María Belén Bernal, tratándola no solo de ‘celópata’, como ya se ha hecho, sino además de ‘tóxica’ y echando sobre ella la responsabilidad de su asesinato, y también, como era de esperarse, contra su madre, Elizabeth Otavalo, acusándola de oportunismo y, como si fuera algo malo, de ser ‘correísta’ en algunos casos, como si una persona seguidora de Correa (en caso de serlo, que no le consta a nadie que Elizabeth Otavalo lo sea) no tuviera derecho ni siquiera a reclamar por el asesinato brutal de su hija.
Obviamente, como cualquier otra persona privada de libertad, Cáceres merece que sean respetados sus derechos y que se le siga un proceso correcto y sin tachas. Por otro lado, tampoco se trata de escarnecerlo y estigmatizarlo porque sí (como, por otro lado, sí hacen, por ejemplo con los miembros de la Revolución Ciudadana, muchos personajes de la prensa, las redes y la política nacional). Se trata de que su horrendo crimen, como los de muchísimos otros ‘casos aislados’ protagonizados por miembros de la Policía Nacional, sean sancionados en justicia y a través de procesos transparentes, sin privilegios tan solo por pertenecer a ese cuerpo colegiado que, hoy por hoy, es el mimado del gobierno, y se aprovecha de ello cada dos por tres.
Sorprende, por otro lado, que quizá los mismos que hasta hace poco estigmatizaban a los organismos defensores de Derechos Humanos como defensores de delincuentes, ahora victimicen y defiendan veladamente a alguien que, si no es un delincuente, no se sabe qué es… ¿tal vez un ‘cometedor profesional de errores’ o algo parecido? Porque ese es el argumento que usan: fue un error que cualquiera puede cometer, así como una suma mal hecha, no más. Se hace gala de una doble moral que realmente ofende a la inteligencia: no es un crimen el femicidio, el crimen es señalar al femicida. Una mujer que interrumpe un embarazo es una asesina, un hombre que mata a golpes a su esposa solo ‘cometió un error, a cualquiera le puede pasar’.
Por otro lado, en una extraña sincronicidad, por estos días el señor Andrés Tarquino Páez ha colocado en redes un spot donde sale del closet en relación con su afición al alcohol, pero se excusa diciendo que será “borracho, pero no ladrón”. ¿Es en serio? ¿Y cuando le ‘depositaron por error’ una enorme suma de dinero en una de sus cuentas personales, de qué se trató? ¿de una contribución para un camión de cervezas, o qué? Otro error que a cualquiera le puede pasar, tal vez.
Ante estos sucesos cabe preguntarse qué está pasando en nuestra sociedad, tal vez está siendo permeada ya por las traiciones y el cinismo de la clase política durante los últimos cinco años. Si las granjas de trolls y los candidatos inescrupulosos salen a esgrimir semejantes despropósitos debe ser porque piensan que caerán en terreno fértil, y aparentemente en un número considerable de casos es así. Porque una buena parte nuestra sociedad, se quiera o no, es clasista, machista y misógina, y seguro prefiere un borracho a un supuesto ladrón, aunque ni se diga quien es ni se le haya demostrado nada, después de todo lo uno es un ‘vicio masculino’ mientras que lo otro atenta contra la propiedad, aunque no la tengas. Y no les importa, por eso mismo, que haya sido un policía borracho quien cometió el sonado crimen del que hablamos más arriba.
Tristes tiempos vivimos, con una clase política enferma de diversas perversiones, una policía repleta de ‘casos aislados’ diarios de crímenes y corrupción imperdonables, y un considerable sector del pueblo que comulga con ruedas de molino tan solo para asimilarse a sus verdugos y pensar que así obtendrá su favor.