La pandemia del Coronavirus y la “gestión” de Lenín Moreno Garcés han probado hasta dónde les llegan el patriotismo y la democracia a la derecha ecuatoriana, entendida esta como ese sector que no tiene patria, que solo usa el término para fines comerciales y financieros, y que ideológicamente se ubica en el conservadurismo mundial, ese que privilegia el capital sobre el trabajo, manifiesta un connotado racismo y un excluyente gobierno donde no caben la participación ni la igualdad social.
Todo esto a propósito del revuelo armado en los medios por la retirada de un “viejo político” llamado Jaime Nebot. Su decisión es sensata: no tiene nada que ofrecer al Ecuador, su experiencia y sapiencia son meros supuestos, y los dotes de estadista que le atribuyen propagandísticamente son inexistentes. Lo que sí sabe Nebot es que su presencia en la papeleta electoral (como ocurrió cuando pudo ser candidato en el 2017) divide mucho más a la derecha y cohesiona al progresismo. Y lo que ofrece (una consulta popular) no cambia al país en lo de fondo por todo lo hecho por esa derecha en los últimos tres años.
Es cierto que las crisis -en general- son momentos y tiempos para aprender, pero sobre todo de quienes tienen esa disposición o voluntad. La derecha ecuatoriana -como Moreno en Carondelet- demostró, hasta ahora, que no aprende nada. Por el contrario, usó la pandemia para recuperar poder, desbaratar derechos sociales y laborales, aplicar el decreto 883 que en octubre por poco lo saca del cargo. Nunca entendió que vive en un país que por cuenta de las élites económicas y sus herramientas de demolición (la prensa corporativa) no puede desarrollarse para (como sueñan algunos) al menos parecerse a una de esas naciones a las que apelan como ejemplo, pero nunca copian lo esencial.
A pesar del supuesto liderazgo nacional atribuido a Jaime Nebot, ni siquiera tuvo la voluntad de asumir un rol protagónico en esta crisis económica y sanitaria, más allá de su preocupación por sus coterráneos y las empresas de sus amigos. El “pensamiento complejo” requerido quedó por fuera de él y de muchos otros que hablaron para justificar la inoperancia gubernamental y de algunos alcaldes y prefectos.
Hasta ahora, la derecha ecuatoriana no ha sido capaz (a pesar del esfuerzo que hacen algunos Pelagatos y otros editorialistas de la prensa comercial) ni siquiera de definir la clase de crisis que vive este país; ni la designa y menos la entiende. Si hubiesen hecho eso (empezando por los de la derecha más rancia en Carondelet), al menos habrían tomado decisiones propias y autónomas. Y es posible que no quiera entender el problema o la crisis, eso es lo más seguro.
Nebot nunca será presidente del Ecuador y con ello queda sentenciado políticamente: no tuvo la “valentía” de asumirse como el contradictor directo y frontal de Rafael Correa disputando la Presidencia de la República (lo pudo hacer en el 2009 y 2013); se alió con Moreno por conveniencia y quiso imponer todo a su estilo, pero más pudieron los negocios y los entronques con la élite financiera quiteña y el apoyo utilitarista de Guillermo Lasso; colocó a su heredera en la ciudad de Guayaquil y hasta aquí le da más dolores de cabeza que ilusiones de que su supuesto modelo exitoso continúe; su racismo al ofender a los indígenas en octubre acabó con su “trepada” en las encuestas y la muerte de Carlos Luis Morales selló su descuadre con la realidad y con la ofensiva autoritaria contra quien no se somete a sus órdenes y negocios.
Ahora, en la derecha, sin el “líder natural”, hay una interrogante de fondo: ¿tendrán candidato en el actual vicepresidente y querrán hacer con él lo que hicieron con Gustavo Noboa, Lucio Gutiérrez, Jamil Mahuad y Lenín Moreno? ¿O es que es tan difícil dominar a ese espacio de poder costeño que es preferible ir por lo que siempre han hecho lo socialcristianos: ¿ganar curules en la Asamblea y desde gobernar a base de chantaje o torpedear todo intento de democratización nacional para solo pensar en sus negocios privados?