“La democracia de élites, representativa, es contrarrevolucionaria. Un gobierno tomando decisiones encerrado en cuatro paredes, expropiándole al pueblo su soberanía, es contrarrevolucionario.” (Hugo Chávez)

Diego Bastidas Chasing

El proceso político en Ecuador desde el retorno a la democracia ha estado marcado por el conflicto permanente entre el mantenimiento de la república oligárquica electoral y, por otro lado, el impulso democratizador que ha venido desde abajo y los sectores populares. La democratización del gobierno representativo ha sido una de las trayectorias distintivas de este proceso. Desde una lectura crítica, Bolívar Echeverría anotaba acertadamente que la forma de Estado en nuestras “repúblicas Pontemkin” latinoamericanas no era más que una expresión de una empresa público-privada para asegurar el proceso de acumulación de capital de unos pocos propietarios, a costa de la exclusión de la inmensa mayoría de habitantes.

El hallazgo de Karl Marx en El Capital fue el de desentrañar que toda forma de vida social -civilización- a lo largo de la historia ha tenido su punto de partida -mas no de llegada- y fundamento en el proceso de la producción material y sus diferentes relaciones de producción. Así mismo, el capitalismo genera formas simbólicas, culturales, o un habitus concreto en las relaciones sociales. En El Capital precisamente se explica cómo es que se acumula la riqueza dentro de este sistema productivo bajo la forma de los “commodities”, y cómo detrás de la producción de “valor” (valores de uso) se encontraba el esfuerzo intelectual/físico de los trabajadores en su relación con los elementos de la naturaleza. Los trabajadores entonces producen cosas (valores de uso) para satisfacer las necesidades humanas.

También, dentro de este sistema productivo-vida, afirmaba Marx en sus manuscritos económicos-filosóficos de 1844, que entre la estructura y la conciencia-agencia (superestructura) hay siempre una interrelación compleja, que resulta en diferentes vías; de ahí que es problemático querer encontrar una suerte de determinismo económico en la vida en sociedad. Esto es importante resaltarlo pues si alguna importancia sigue teniendo el pueblo en nuestros regímenes democráticos -condicionados por el Capital- es precisamente por la posibilidad de incidir en las estructuras socio-económicas.

Entonces, podríamos tener como una primera síntesis que nuestro proceso democrático ha estado fundamentado en esa tensión/disputa, entre el ideal de Democracia, la realidad de la acumulación/reproducción del Capital, unas burguesías beneficiarias de la inequidad social y de un sistema de poder –institucional- a su servicio, y las presiones/luchas populares por construir el Buen vivir/democratización.

Mucho tiempo le ha tomado a la teoría democrática contemporánea pensar un ideal de Democracia más allá del liberalismo y sus nociones mínimas de poliarquías electorales. En ese sentido, fue el pensador argentino Guillermo O´Donnell quien incorpora en la teoría democrática la noción de ciudadanía como agencia, esto es, que la unidad básica de análisis de un sistema democrático radica precisamente en el ciudadano. Para O´Donnell el hecho que un ciudadano contenga una agencia moral implica que este sujeto es capaz de influir, afectar la trayectoria del proceso político. Si se rastrean algunas de las reflexiones de O´Donnell en torno a esta innovación conceptual, claramente se encontrará que una de sus preocupaciones era cómo reconstruir la dignidad humana frente a las pretensiones alienantes -extrañamiento del sujeto frente a sí mismo- del Capital o del poder en general en los regímenes políticos democráticos contemporáneos.

Entonces, una segunda síntesis sería que si hacemos una lectura del trabajo de O´Donnell, en concordancia con Marx, esto es, entendiendo que dentro del sistema capitalista de producción -en el cual vivimos- detrás de las mercancías se encuentra el trabajo humano. La unidad básica de análisis que O´Donnell denomina ciudadano en Democracia, para Marx sería el trabajador. El trabajador es aquel que produce el “valor” dentro del sistema de intercambios y acumulación de riqueza mediante los commodities, mientras que por analogía el ciudadano sería la fuente última de legitimidad política (“valor”), según O´Donnell, del régimen democrático. Se entiende así por qué el ciudadano sería la entidad última de producción y reproducción del orden social democrático. Si leemos entre líneas encontraremos que este razonamiento tendría enormes consecuencias prácticas para entender el proceso político democrático.

Ahora bien, ¿de qué tipo de ciudadanía hablaba O´Donnell? ¿Bastaría una noción de ciudadanía de corte liberal-individualista para dar por satisfecho el criterio de la agencia? O por ponerlo en términos de Garretón: ¿bastaría una noción de ciudadanía “narcisista”? Veamos, si la idea detrás de la agencia en O´Donnell es la de dar cuenta que en su dimensión constructiva los ciudadanos pueden influir la vida de las instituciones democráticas más allá del evento electoral, entonces tenemos que pensar una manera de construir una ciudadanía no alienante, de una manera que desborde las clásicas formas liberales. Se trata de una idea de ciudadanía, a mi modo de ver, que logre confrontar y trascender los males del poder del mercado, y vivir en tensión con el poder del Estado. Se trata, según creo, de prestar atención a la “forma-participación” como la fuente de valor dentro del sistema democrático.    

El punto aquí es el de entender que el alcance de este hallazgo teórico -ciudadanía como agencia- quedaría corto si ésta se queda como categoría analítica para describir una unidad -lo micro-, dentro del régimen democrático, tan solo en cuanto una persona cuyos derechos y responsabilidades estarían garantizados legalmente por el Estado, si luego no pasamos a desarrollar el potencial de la ciudadanía para la construcción de la sociedad del Buen Vivir -la vida en plenitud como el opuesto de la vida enajenada-. Aquí entra el tema de la “forma-participación”, bajo la cual la ciudadanía es capaz de generar acción colectiva para resolver problemas colectivos y no solo para influir o fortalecer las instituciones democráticas-representativas, sino más bien utilizar esos artefactos políticos para distribuir/re-distribuir el poder dentro de la sociedad capitalista y, ahí sí, intentar construir una sociedad democrática. Hay, pues, una apuesta normativa muy potente detrás de este razonamiento.   

La “forma-participación” ha sido inscrita en el ADN de los sistemas políticos de países como Ecuador, Bolivia y Venezuela gracias a los procesos constituyentes que dieron Constituciones en las que se recogen lo que ya venían pensando y experimentado los movimientos sociales en Latinoamérica -véase el caso de la ciudadanía/militante en el municipio de Porto Alegre en Brasil-. Por ejemplo, en Ecuador, dentro de la Constitución de Montecristi no solo que la participación del ciudadano es un derecho garantizado por el Estado, sino que es un principio transversal de la organización del poder político y las instituciones democráticas en todos los niveles. Gracias a este nuevo acuerdo constitucional hemos observado en la práctica la “forma-participación” mediante recientes revocatorias de mandatos por parte de los colectivos animalistas/ecologistas, esto es, movimientos sociales que asumen la agencia como forma de resolver el conflicto democrático. O en el caso boliviano, los movimientos sociales llegan inclusive a armar coaliciones de gobierno sostenibles en el tiempo bajo el liderazgo de Evo Morales en el MAS.  

La educadora popular Martha Harnecker como directora del Centro de Investigaciones Memoria Popular Latinoamericana (MEPLA), con sede en la Habana-Cuba, ha documentado exhaustivamente la revolución de participación democrática y las diferentes expresiones que la “forma-participación” que ha tenido lugar en la Patria Grande en las últimas décadas. Por lo que recomiendo revisar los audiovisuales del MEPLA para complementar la lectura de este artículo.

La última síntesis sería entonces cómo entender con mayor profundidad esta “forma-participación” como la fuente de valor -legitimación política- de nuestro ideal democrático y todo el amplio horizonte de posibilidades que esta forma de construcción de la política y la Democracia nos permitiría alcanzar para construir la sociedad del Buen vivir. La experiencia evidencia que la praxis de la “forma-participación” resulta un desafío, como toda exploración, para la ciudadanía organizada y en movimiento como para los gobiernos populares. Así, lo que se ha querido decir aquí es que la discusión de la “forma-participación” y la ciudadanía, bajo una lectura compleja y estructural, va mucho más allá de la mera discusión sobre la calidad de la Democracia, y, de hecho, como lo expresara brevemente O´Donnell en su libro “La calidad de la Democracia: Teoría e implementación” esta reflexión tiene que ver con el nuevo sujeto democrático -individual y colectivo- y su impacto concreto en la idea de Democracia y la lucha por el Buen Vivir en la región.

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