Por Juan Carlos Morales
Más allá de los análisis económicos, las salvaguardias arancelarias nos llevan a una clave: la hora de creer, en serio, en los productos ecuatorianos, pero con calidad. No en ese excesivo sentido chauvinista de preferencia de lo nacional con desprecio a lo extranjero (como el patriotero francés Chauvin), sino de optar por nuestra industria.
El tema es, además, un cambio del chip cultural. Hace algunos años, en las polvorientas carreteras del país se podía leer un letrero de una marca de neumáticos que anunciaba pomposamente: ‘Llantas… tecnología alemana, para caminos ecuatorianos’. Era como esa visión de los viajeros del siglo XIX que miraban piojos en los tambos y que, curiosamente, es recogida en libros que hablan de las costumbres de los ecuatorianos.
Esas visiones neocoloniales se mantienen en nuestra América. En 1891, José Martí escribía: “Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España”.
Y esto, porque nuestras élites siempre estuvieron más preocupadas de la moda en París de lo que sucedía en Babahoyo, aunque allá tuvieran sus haciendas. De hecho, como se sabe, las fortunas de los Gran Cacao se acabaron muy cerca del Molino Rojo, aquel que frecuentaba Toulouse-Lautrec. Nuestras élites, nuestras pobres élites, nunca terminan de entender este país de bolón y humita.
Los curas de a pie comparten un texto de Leonardo Boff, quien dice que las élites, desde la Colonia, nunca cambiaron su ethos. Cita al historiador José Honorio Rodrigues: “La mayoría fue siempre alienada, antinacional y no contemporánea; nunca se reconcilió con el pueblo; negó sus derechos, arrasó sus vidas y cuando le vio crecer le negó poco a poco su aprobación, conspiró para colocarlo de nuevo en la periferia, lugar al que sigue creyendo que pertenece”. Hoy las élites económicas abominan del pueblo. Solo lo aceptan fantaseado en el carnaval, remata Boff.
¿Será verdad que nuestras élites piensan solo en Miami? De allí que da urticaria escuchar a un representante de algunos empresarios (aquellos que se creen tales porque compran un auto y lo venden más caro) decir, con horror, que el whisky estará por sobre los 100 dólares. Nada mejor que la Caña manabita o el Puro Puyo, en esta época.
Martí, hace más de un siglo, decía: “Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”. Sí, esa es la salida: crear y creer en un país de jeans de Pelileo y de textiles de Atuntaqui. Gibran Khalil Gibran escribió: “Pobre de la nación que no hila su propios vestidos”.
Quienes en la bonanza del cacao no pusieron una fábrica de chocolate, ni en la época aún de banano hacen un patacón de exportación, no pueden darnos clases de buenas costumbres.
Texto data del 2015