Por Alfredo Serrano Mancilla

Las elecciones de Ecuador no se celebraron este pasado 7 de febrero. La ciudadanía votó en gran medida en octubre del 2019. No hay forma de entender el resultado electoral si no es mirando por el retrovisor.

La votación de Yaku no se explica por Yaku. Ni la de Hervas por Hervas. Los 36 puntos que suman entre ambos tienen un claro origen: el rechazo, el rechazo a secas.

Y a ese factor cabe sumarle otro fundamental: Ecuador lleva varios años sumido en un estado de confusión e incertidumbre tal que no resulta fácil ordenar ideológicamente el amplio abanico de candidaturas. La Presidencia de Lenín Moreno caotizó la política ecuatoriana.

Los casi 20 puntos que logró Yaku en primera vuelta tienen como base el rechazo a las políticas económicas de la “triple alianza” (Lenín, FMI y grandes grupos económicos). Rechazo que tuvo como gran protagonista al movimiento indígena. No es a Yaku a quien ha votado la gente. La mayoría de su electorado hubiera votado a Yaku, Iza, Vargas, o a cualquier otro representante de esa resistencia demostrada épicamente en las calles frente al ajuste neoliberal. Ese espíritu rebelde indígena trascendió, convirtiéndose en un verdadero sujeto político y electoral.

En ese alto porcentaje que obtuvo Yaku también está presente otra parte de la ciudadanía, afín a una agenda progresista en clave ambientalista y feminista.

Podríamos decir que Yaku es un candidato no progresista que logró quedarse con parte del voto progresista e indigenista.

Los otros 16 puntos que han llamado mucho la atención son los de Hervas. En este caso, la explicación es algo más difusa. Por un lado, está lo que hereda de una formación clásica en Ecuador, Izquierda Democrática, con apoyo histórico en algunas regiones del país, como Pichincha. Y, por otro lado, tenemos a un candidato Tiktok, excéntrico y provocador, que ha conectado con un sector más antisistema, cansado de la vieja política y con posiciones ideológicas muy heterogéneas.

Pero, a pesar del buen resultado de esos candidatos, ninguno de ellos estará en la segunda vuelta. A este privilegio sólo lo tendrán Arauz y Lasso, quien, in extremis, ha superado en votos a Yaku.

Arauz representa hoy la principal fuerza política y electoral del país. El correísmo, tras cuatro de años de persecución y con una propuesta manifiestamente progresista, tiene un apoyo firme de un tercio del país (32,5 %). Desde esta posición de fuerza y con esta base consistente, a partir de ahora el binomio Arauz-Rabascall tiene la misión de ampliar y seducir a un nuevo electorado que, por una parte, muestra afinidad en muchos sentidos comunes, pero que, por otra, exige ensanchar la agenda programática en ejes previamente citados (ambientalismo, indigenismo, feminismo, la no corrupción).

El otro contendiente en la segunda vuelta será Lasso, quién por sí mismo no podrá mejorar su intención de voto (20 %). Su imagen positiva es muy baja, y su techo electoral también. El banquero tiene un discurso demasiado conservador como para ser atendido por el electorado Yaku & Hervas. Seguramente, su estrategia se centrará en el pedido del voto útil contra el correísmo. No tiene otro camino para procurar sumar el extra de 30 puntos que necesita para ser presidente.

En ese cometido, Lasso tendrá una gran dificultad: la ciudadanía jamás obedece por control remoto a lo que le diga uno u otro candidato de cara a una segunda vuelta. Y mucho menos si se trata del electorado Yaku & Hervas. Estos 36 puntos no votaron específicamente a dos personas. Eligieron cansados de lo viejo, rechazando todo lo que ha sucedido en estos últimos años, buscando nuevos aires. Y Lasso es quien tiene más puntuación negativa en todas esas variables.

Restan dos meses para la cita electoral definitiva. Ecuador votará de modo binario, entre dos opciones nítidamente antagonistas, sin tanta dispersión. Y quedará atrás el espíritu de la primera vuelta. Sólo hay dos alternativas posibles, fácilmente contrastables, tanto en lo que hicieron tiempo atrás como lo que podrían hacer hacia adelante.

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