América Latina no sería víctima de la fuerte ofensiva de la derecha, si esta no contara con las debilidades de la izquierda latinoamericana. Elemento común en la recuperación de fuerza de la derecha ha sido, por ejemplo, el rescate por parte de la derecha, de bases sociales de apoyo que los gobiernos progresistas habían logrado. Gobiernos que han sido elegidos o reelegidos con altos niveles de apoyo electoral, han sido derrotados o han sido arrinconados a apoyos apenas mayoritarios. Se trata no tanto de la pérdida de bases de apoyo de sectores medios de la población – aunque se haya dado también en estos -, sino, sobre todo, de la pérdida de sectores populares, beneficiarios directos de las políticas sociales de los gobiernos, que han sido rescatados por fuerzas de derecha, en base a fuertes campañas mediáticas, pero también a mecanismos de persecución y criminalización política de los liderazgos de la izquierda.
Como resultado de esto, a pesar de poseer un programa de gobierno con un potencial de amplio arraigo popular, gobiernos han sido derrotados o han triunfado por márgenes exiguos de votos, frente a una derecha que no puede enfrentarse a ese programa, porque no posee propuestas de políticas sociales. Por eso, la derecha tiene que desplazar la agenda central de los países hacia temas como corrupción, seguridad pública o temas conservadores de carácter moral.
La izquierda latinoamericana había sido hegemónica en los países donde ha logrado elegir y reelegir a sus gobiernos, todos antineoliberales en su esencia. Aquí me voy a detener en un aspecto de las debilidades que han llevado a los retrocesos de esos gobiernos: la incapacidad del pensamiento crítico latinoamericano de ser contemporáneo de esos avances, de haber comprendido su naturaleza, su fuerza y sus debilidades, y haber contribuido para el análisis de esos procesos, apoyándolos y promoviendo la superación de sus problemas.
En la primera década sectores del pensamiento crítico, incluidas sus principales entidades, se involucraron en los gobiernos que recién surgían. No contó con la participación de todos los sectores del pensamiento social, en parte críticos de algunos aspectos de esos gobiernos, en parte desconectados absolutamente del carácter progresista de los gobiernos, muchas veces sumándose a la derecha en la oposición.
Cuando los gobiernos progresistas han empezado a enfrentar más dificultades, con la recuperación de la iniciativa de la derecha, la incapacidad de formulación teórica de la crisis que se venía ha dificultado todavía más una reacción del campo progresista. Estos no pudieron contar con amplios debates que apuntaran hacia las debilidades que facilitaban la recuperación de la iniciativa de la derecha, la pérdida de la disputa sobre temas teóricos y políticos centrales, como la democracia, el rol del Estado, entre otros. Se había registrado un repliegue de gran parte de la intelectualidad hacia las universidades, encerradas sobre si mismas en sus temas prioritarios de análisis, así como procesos de burocratización que han afectado a entidades que debieran representar y movilizar al pensamiento crítico.
Hoy, la capacidad de comprensión de los problemas actuales de América Latina se concentra alrededor de los principales líderes de la izquierda en el continente, porque no se puede separar enfoques teóricos de salidas políticas concretas. Pero también porque estos requieren una comprensión de mayor profundidad y alcance sobe la crisis que vive el continente y sus perspectivas de superación positiva.
Sin la participación activa y creativa del pensamiento crítico latino-americano no podremos salir de esta crisis con fuerza suficiente para impulsar un nuevo ciclo progresista en nuestros países. Así mismo, sin salida política concreta, el pensamiento crítico se agotará y no tendrá rearticulación con la práctica política realmente existente.
– Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
Fuente: América Latina en movimiento