Por Abraham Verduga.
Karma, justicia poética, «quien siembra tormentas cosecha tempestades»… Dejemos esas expresiones para los miserables. Se supone que somos algo mejores que ellos. Fue el insigne periodista Ryszard Kapuściński quien elevó la vara para sus colegas: “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona, se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino”.
Esta máxima subraya la nobleza de la profesión, una nobleza que resplandece en aquellos pocos que, en medio de la vorágine de intereses y presiones, permanecen fieles a la búsqueda de la verdad y al servicio del bien común. Lamentablemente, Kapuściński no es un referente en nuestro país, donde el periodismo es uno de los oficios más devaluados. Según el último informe del “Barómetro de las Américas” (2023), la confianza en los medios cayó al 37%.
En Ecuador, alcanzar el éxito periodístico parece más fácil imitando a figuras como Jorge Lanata, con su estilo incisivo, sarcástico y sensacionalista. Emularlo, incluso en el vestir, puede resultar más rentable, aunque imitar su acento porteño resulte un tanto más ridículo en nuestro contexto.
Estas líneas no pretenden convertirse en una prédica desde un pedestal moral. Es más bien un llamado a la coherencia. Si en verdad somos mejores que ellos, o al menos intentamos serlo, no nos puede mover ahora el ánimo de venganza. Somos mejores precisamente porque jamás nos ha movido la frivolización del dolor ni la burla del miedo. Somos mejores porque nos mueve el rigor y la verdad histórica, la objetividad y la honestidad intelectual, sin engañar a nadie sobre nuestra posición ideológica.
Somos mejores, cualquiera lo es, si algo se remueve en nuestras entrañas cuando hemos visto en televisión nacional a periodistas «cool», los fundadores de las “noticias sexis”, incitar a la violencia contra un líder popular, clavando dardos a su fotografía mientras emiten comentarios racistas sin el más mínimo recato. Somos mejores que aquellos que, en un acto canallesco, celebraban públicamente con cangrejos y cerveza la detención de Julian Assange, un mártir de la libertad de expresión perseguido por hacer periodismo valiente, cuyo “delito” fue la filtración de documentos reservados… y la exposición de los trapos sucios de poderes acostumbrados a la impunidad.
No hace falta comulgar con las ideas de un político perseguido para reprochar el acto de hostigarlo allá donde vive, invadiendo su círculo familiar e intentando tomar fotos de su morada. No podemos celebrar la desgracia ajena, no sería coherente festejar lo que le pasa a Andersson Boscán tras sus revelaciones en su más reciente podcast publicado en La Posta. Boscán no es alguien que me inspire confianza, jamás lo ha sido. Recuerdo que en 2017 me bloqueó en Twitter (ahora X) por señalar que publicaba fotos falsas de una manifestación supuestamente en Caracas, cuando en realidad eran de la Plaza Tahrir en Egipto. Mi comentario fue: “Cuando el ‘periodismo’ se fue al Cairo”.
Han pasado años desde entonces y no me queda duda de que el periodista que es hoy es mejor que el de sus años como empleado de Diario Expreso. Ha conseguido un estilo más propio, más auténtico, y sin duda, como el tipo inteligente que es, ha aprendido de sus errores. No soy un seguidor asiduo de su trabajo, prefiero evitarlo lo más que puedo, pero es evidente que ha asumido grandes riesgos al revelar verdades incómodas. ¿Qué hay detrás de esa decisión? Solo él lo sabe, pero cualquiera que sea su motivación, no se puede ignorar el enorme riesgo personal que decidió asumir. El caso Gran Padrino es gracias a él; nace de su trabajo. Y es de bien nacidos reconocerlo.
Jugó sus cartas y ahora sabe lo que se siente recibir condenas con titulares, experimentar la impotencia de que se le saquen frases de contexto, enfrentar el asesinato reputacional, entender lo que significa que te inicien una causa judicial a partir de una publicación en un portal web. Hoy saborea la amargura de las acusaciones sin pruebas y soporta la indiferencia (o complicidad) de La Embajada en una campaña articulada de acoso y derribo. Ahora sufre el dolor indecible de poner en riesgo a su familia, a sus hijas, por causa de su trabajo. Ahora siente miedo y piensa en la muerte.
Apreciado Anderson, hoy solo quiero decirte algo: Bienvenido al lawfare. Mi más sincera solidaridad.