Por Orlando Pérez
He vivido (y lo digo como un “lugar común”) la experiencia de estar sometido a la Policía y a los policías en dos ocasiones. Y más allá de lo anecdótico que pueda parecer, hay algo que me lleva al presente y al juicio político a la ministra de Gobierno (eufemismo, de paso) María Paula Romo.
Antes, coincido con Juan Villoro que el “El gran desafío del periodismo de tentación consiste en mejorar las debilidades de los lectores”. Y lo cito para contrastar esos artículos, paradójicos y panegíricos, de “periodistas”, que se han dado a la ingrata y triste tarea de defender a Romo.
La debilidad de un lector está dada por ese factor sublime también llamado memoria. Y aquí, en condición de escritor y lector al mismo tiempo, recurro a la mía para colocar desde ahí una pregunta: ¿Por qué María Paula Romo se somete a la Policía? Ni siquiera a los policías. A ellos los usa para la foto y para el mural ignominioso. ¿Se somete a ella para sobrevivir al absurdo de defenderla de algo que no cabe en los manuales de lo “políticamente correcto”? ¿O es al revés?
Recuerdo perfectamente, por cada poro de mi piel, las dos ocasiones que fui torturado por los policías, en nombre del Estado. Ni siquiera mencionaban a la Policía. No querían matarme o aniquilarme físicamente. Eso es obvio. Querían someterme. Intentaron, incluso, convertirme en su aliado, soplón o “compañero”. Y ese sometimiento pasaba, ineludiblemente, por convertirme en reo. ¿Solo reo de la justicia? No, sobretodo de su esquema y estructura ideológica. En otras palabras: ser parte de su sistema de valores y de su rango de prioridades políticas. Como ahora hay otros periodistas, que sin necesidad de pasar por la tortura son cooptados para defender intereses que ni son los suyos.
¿No le pasa algo parecido a la ministra Romo? Ella ha sido “torturada” desde sus debilidades políticas frente a un ACONTECIMIENTO en el que le correspondió ser parte del libreto represivo, en calidad de PERSONAJE protagónico, desde el discurso de seguridad y desde el relato (casi paranoico) del Golpe de Estado, para salvaguardar la razón de fondo: un régimen incapaz de gobernar desde sus originales resortes políticos, sino desde las imposiciones de unas élites empresariales y financieras, pero sobre todo desde una matriz ideológica hegemónica implantada desde cierta embajada y todo lo que ello implica.
Cuando me torturaban los policías -no la POLICÍA- me pedían delatar, mentir, confiar, hablar y callar. Todo al mismo tiempo. Claro, decirles a los policías quiénes eran y por qué estaban ahí, triturando mi cuerpo, era un modo de devolverles un motivo más para odiar su oficio. Callar, también, era otro modo de impedir su trabajo y, por qué no, acelerar mi condena.
A Romo no le obligan a callar, le imponen un relato. Quizá es más grave ser sometido (como el feminismo lo explica mejor) sicológicamente, día a día, a algo con lo que no se está de acuerdo, pero se asume por necesidad de sobrevivir en esa estructura (machista) donde no hay un varón sino un sentido de la política (también machista) que ni siquiera favorece a los policías o a los generales bajo el mando de Oswaldo Jarrín, sino a la élite empresarial y bancaria que nos gobierna, negada a aceptar insubordinación indígena, chola, longa, expresada en La Revuelta de los humildes, como titula un libro de pronta circulación.
Esos policías, que ahora sintonizan con Romo, son los mismos (en su naturaleza represora y torturadora) de la época de León Febres Cordero.
Ojo: Romo y los periodistas que la defienden piden a los asambleístas pruebas fehacientes de que la Ministra de Gobierno haya violado la ley, como si tratase de un juicio penal. No entienden qué es un juicio político, donde solo caben algunas acciones de orden legal, las demás son omisiones y disposiciones fraudulentas frente a unos códigos deontológicos. ¿Romo y sus periodistas exigirían los mismo en el juicio contra los líderes correístas, en los diversos casos impuestos desde su poder? Por largo tiempo los correístas han exigido pruebas y un debido proceso, lo mismo que ahora piden Romo y sus medios, además de esa cadena de “influencers” pagados para lavar la imagen del régimen de Lenín Moreno.
Los correístas y un sinfín de perseguidos, procesados y enjuiciados por la protesta popular de octubre forman parte del “blanco” del aparato mediático para señalarlos como “violentos”, “terroristas” y otros epítetos, para con ello justificar la represión que dejó sin ojos a decenas de personas, alrededor de mil detenidas ilegalmente y 11 fallecidos, además de 1.300 ciudadanos y ciudadanas heridas.
Si Romo ya fue condecorada por la “crema y nata” de la Policía continental en Washington, ¿por qué ahora podría ser juzgada por unos “asambleístas corruptos”, como dicen los trolls que usan para defenderla? ¿Dónde queda el respeto a la independencia de funciones de la que tanto hablaban años atrás?
Gran triunfo para la Policía criolla haber subordinado a una feminista de “izquierda”, defensora de los Derechos Humanos, abogada de las libertades, para colocarla en el pódium de la represión como herramienta “legítima del Estado” y también para menoscabar la legitimidad de la protesta social, de la insurgencia popular y del devenir “natural” de las transformaciones sociales a escenarios de bienestar.
Seguramente, como parte del acuerdo para sostener a Romo en el poder, tal como ocurre con Jeanine Áñez, es la prevención y la urgencia de contar con una visa de residencia permanente y bajo condiciones de “académica” en una universidad gringa.
Claro, el juicio histórico contra Romo tiene sentencia y condena. Bastaría con revisar el sentido común de los ecuatorianos para entender que Octubre de 2019 marcó el devenir oscuro y ya condenatorio de un régimen esclavo de unos poderes fácticos difíciles de derrotar. Pero para algo sirve la democracia. Ojalá en ella, en un juicio político, por ejemplo, sea el símbolo de una reivindicación urgente de las víctimas de Octubre.
Salir de la tortura física, en dos ocasiones, por más de 72 horas cada una de ellas, genera unos anticuerpos y unas defensas en el alma, el espíritu y en la conciencia, a pesar de los policías y de la Policía, de Washington y de todos aquellos que intentan someter a alguien con ideas, gusten o no, que no nos impone ninguna embajada ni menos el dinero.