Por Lucrecia Maldonado

Se dice que fue Macchiavello quien afirmó que mientras un grupo de personas (generalmente quienes buscan un estado de bienestar y creen que la política es servicio antes que búsqueda de poder) tienen escrúpulos que les detienen y moderan sus acciones ante sus adversarios ideológicos o políticos, existe otro grupo de personas (generalmente quienes persiguen el poder para su propio beneficio y el de sus pares) a las que nada detiene en este intento y se vuelven, por decirlo de un modo coloquial, capaces de cualquier cosa. En este mismo sentido, la gran Almudena Grandes sostenía que “la derecha, cuando pierde el poder, se comporta como si se lo hubieran robado”. Y es un episodio que cumple con estos postulados el que relata la más reciente novela del escritor y periodista ecuatoriano Orlando Pérez, Dieciocho Días.

La opinión pública del Ecuador y de otras partes conoce la emboscada romántico-violenta-mediática de que fue víctima Orlando Pérez hace algunos años. Emboscada que, con variantes, se ha repetido por ejemplo en el caso del ex Defensor del Pueblo, Freddy Carrión. Episodios, además, muy emparentados con el Lawfare y que de alguna manera se aprovechan de aquella tendencia a confiar y a no sospechar propia de gente que, llegado el caso, no sería capaz de hacer lo mismo, ni siquiera algo parecido.

Más allá de la anécdota real, ya bastante sórdida y dolorosa, se puede considerar un acto de valentía utilizar la creatividad y el quehacer literario para exorcizar los demonios de carne y hueso y los demonios psicológicos que pueden quedar flotando en el ambiente después de vivencias tan impactantes. Muchas obras de ficción nacen de experiencias personales tal vez demasiado fuertes como para ser narradas desde una perspectiva real. Y además, como dijo el poeta Antonio Machado: “también la verdad se inventa”

La novela de Orlando Pérez realiza un viaje interior por la memoria del personaje, zaherido por el odio político; explora el odio de otro personaje, antagonista, sumido además en los tortuosos caminos de la dependencia del alcohol y en una psicología tan compleja como enfermiza. Pero más allá de eso nos muestra los entretelones de un sistema nacional e internacional que medra de los errores de sus aliados y enemigos para construir tramas y emboscadas perversas que menoscaben el poder del adversario, pasando por encima de cualquier condicionamiento ético o moral. Demuestra cómo se inician los tortuosos caminos del azote del lawfare o judicialización de la política (y de todo lo que convenga o no).

Asentándose en una sólida voz testimonial, no exenta de fragilidad y dolor, la novela da cuenta de la compleja psicología de los personajes, y muestra un contexto bien amparado en la realidad, pero también apegado a las percepciones del narrador. Explora el mundo interior del narrador personaje, así como de los otros actantes, ya sea protagónicos o secundarios. Por otro lado, a pesar de mostrar los tenebrosos entretelones del manipuleo mediático y político, también deja, finalmente, asentada la idea de que no todo está perdido, pues a la par que existen la artería, la maldad y la falta total de escrúpulos, también nos encontramos con muestras de sincero afecto y lealtad, que tal vez no alcancen a reparar los daños provenientes del otro lado, pero sí a sostenerse en medio de aquello que San Juan de la Cruz llamó la “noche oscura del alma”.

Lectura recomendada para todas aquellas personas que quieran encontrar verdad en la ficción, para quienes quieran comprender cómo hoy por hoy un tipo de maldad ancestral pero más afinada se enseñorea en los ámbitos de nuestra sociedad, pero sobre todo para quienes deseen encontrar aquello que siempre nos muestra la buena literatura: los entretelones y claroscuros de la condición humana.

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