En estos tiempos no debe ser una sola la persona que se pregunta: ¿cuál es el interés en destruir un país? Tenazmente van destruyendo lo actuado por el gobierno de Rafael Correa, no solamente aquello que francamente podría tomarse como ‘correísta’, sino también aquello que hablaba de un mínimo sentido de otorgar bienestar a la población de nuestro país: la atención en salud, los avances en educación, incluso en las carreteras y caminos la gente ha vuelto a conducir más desaprensivamente que antes, se promociona la mediocridad académica con argumentos burdos y ridículos.
Ahora último, además, ya no guardan las formas: la persecución contra los líderes de la Revolución Ciudadana se manifiesta abiertamente. El vicepresidente elegido por el pueblo se encuentra preso desde hace más de un año y medio y, según confesión de la fiscal cuya calificación en el examen teórico fue de 10/20, se le atribuyó el delito de asociación ilícita, más o menos porque ‘no había otro’ que se le pudiera imputar. Otros líderes y personeros del anterior gobierno han tenido que salir del país para evitar su apresamiento, siempre con criterios antojadizos y sin sustento. Se envían a la INTERPOL solicitudes de ‘difusión roja’ que más demoran en irse que en ser rechazadas.
En la última marcha en rechazo a todos los desaguisados cometidos por este gobierno, la represión se pasó kilómetros de lo aceptable: toletazos que rompieron algunas cabezas, patadas a personas de la tercera edad y mujeres en la vía pública; amedrentamiento con perros y caballos, detenidos. Dos escenas en particular resultan altamente indignantes: la de un policía que arroja lejos, en gesto displicente, la bandera del Ecuador que algún manifestante portada, y la otra, la peor: una manifestante se acerca a levantar la bandera pisoteada que se encuentra en el suelo delante de una fila de policías, y el policía más cercano, con su traje de Robocop, le asesta un puntapié en la cara, la agrede con su escudo hasta que alguien del público se acerca a defenderla. Lo curioso es que, más o menos mientras estos hechos y escenas se suceden en el país, Moreno, en Estados Unidos, habla de democracia, de un gobierno tolerante, de un idílico territorio por el que campean la libertad de expresión y otras finas hierbas. Y la Ministra, feminista confesa, no dice palabra sobre las patadas a la mujer e incluso ironiza diciendo que a los detenidos nadie les acusará de terrorismo… ¿Para qué, si no hace falta?
La consigna de terminar con el correísmo por momentos se parece a una película de ciencia ficción: los discursos de Moreno y Trujillo, incluso en su fonética y gestualidad parecen dictados por máquinas. Hacen pensar en las teorías de robots biológicos o portales orgánicos, seres sin alma. Y respecto de su contenido estigmatizan por estigmatizar. No existe ninguna intención de trabajar por el país. Lo que están haciendo, y sin ni siquiera preocuparse por disimular, es devolver el país a todos los poderes fácticos que se vieron afectados durante la década anterior. Sin embargo, hay un componente más perturbador aun, y es que, poco a poco y lentamente se va instaurando un reinado de terror. La persecución a los líderes no está encaminada a castigar contravenciones, sino a que quienes suscriben el mismo pensamiento y pretenden tomarles la posta se vayan dando cuenta de cuál es el castigo que les sobrevendrá si siguen con sus protestas y reclamos. Y va en escalada. Que no nos sorprenda el momento en que comiencen cosas más graves, tal vez secuestros y desapariciones forzadas, obviamente sostenidos con cualquier discurso antojadizo, burdo y sin sentido, pues no se trata de justificar nada, y así lo tenemos que entender, sino de que la población en general comprenda que oponerse al gobierno fascista que hoy por hoy se encuentra en el poder no es un juego de niños ni un asunto de risa. Puede costarnos muy caro, a cualquiera. Y así quieren que lo entendamos, con sus caras cínicamente sonrientes, sus ejércitos de trolls que los aplauden en redes y sobre todo sus espurias acciones y sus ridículas victimizaciones.
En este momento, como en la promoción de aquel famoso remake de la película La mosca de la cabeza blanca, llamada sencillamente La mosca, el eslogan al uso es la advertencia espuria y cínica que entre líneas debemos leer más en las acciones que en los discursos de la Ministra Romo y otros funcionarios: correístas y afines, tengan miedo… tengan mucho miedo.