Por Carol Murillo Ruiz
1.
En el mundo del trabajo hay tres formas de asumirlo: el que trabaja, el que no trabaja y los desempleados fuera de la maquinaria industrial, burocrática, tecnológica, comercial, etc.
Se podría decir incluso que a esas tres formas arbitrarias del trabajo que hemos elegido, se puede añadir otra: el que no trabaja y gana dinero; ésta última es tan vaporosa que merece luego una explicación aparte.
Pero todos trabajamos en estas sociedades explotadoras y silenciosamente capaces de transmitir valores junto a la palabra trabajo, por ejemplo: dignidad. El trabajo dignifica al ser humano. Cierto y falso, sobre todo cuando esa deducción viene de los capitalistas de aquí y acullá. Un sistema que desplaza a millones de las posibilidades de tener trabajo y ganar el pan con el sudor de la frente. O perogrulladas como hay que enseñar a pescar…
Hoy es el día del trabajo. Habrá marchas para demandar mejores condiciones de trabajo a los jefes. Pero, asimismo, en las marchas, se repiten las rancias consignas y los dinosaurios sindicales que vegetan gracias al letargo de miles de trabajadores sin causas. Las antiguas plataformas de lucha desaparecieron y está a la orden del día vender las luchas laborales a gobiernos, como el actual, para los que el trabajo es apenas una ocupación (temporal) de subsistencia. Trabajar para medio comer. El bienestar integral está fuera de la doctrina capitalista de lo que el ser humano requiere para existir con dignidad; o sea, el trabajo es mal pagado, sin derechos, sin seguridad social, sin cobertura sanitaria… pues se elude el verdadero valor del trabajo digno. Un salario seco y escuálido; además, trabajos enajenantes. Punto. ¿Trabajo y vida?: ¡Qué les importa a los patrones!
Una ocasión decíamos que sería muy interesante que se realice una gran marcha -paralela- cada 1 de mayo; que congregue a los desempleados, a los que no tienen trabajo formalizado, a los que salvan el almuerzo, a los que el sistema ha lanzado a la tarea exasperante de rebuscar trabajo -que muchos ven con desdén- porque no tener trabajo causa pavor o porque buscar trabajo te coloca en una situación frágil y de desventaja frente al posible empleador o a cualquiera, porque entonces aparece esa detestable frase: sí hay trabajo, pero la gente no trabaja porque no quiere…
Lo anterior está inscrito en la idea de que el trabajo por sí solo, sin coberturas sociales, es trabajo y que quien lo desecha es un vago. Poco a poco el imperativo de los derechos laborales ha sido aplastado por la filosofía no garantista del odioso neoliberalismo. Las leyes laborales que tal enfoque impulsa se escudan en no adquirir responsabilidades públicas y privadas frente al trabajo formal.
2.
Pero todos trabajamos. Todos somos trabajadores y no emprendedores o pequeños empresarios independientes o profesionales autónomos. Hay y habrá jerarquías. Las tales nuevas modalidades de trabajo esconden la naturaleza social del trabajo; porque la noción de que el trabajo resuelve las necesidades domésticas (apenas individuales y familiares) es la negación del valor social del trabajo. Así, cuando se habla de derecho al trabajo, por un lado, y de derechos laborales por el otro, estamos refiriéndonos a algo colectivo, no particular. Ergo, los emprendedores o profesionales, en la lógica generalizada, se hacen cargo precisamente de manipular el valor social del trabajo: con tal de yo tener trabajo y mi familia coma, no me concierne el resto… Una falacia sin nombre.
Por eso una marcha de desempleados, de trabajadores informales y sobre explotados, de niños obligados a vender caramelos en las calles, de jóvenes forzados a dejar sus estudios, de mujeres que convierten su cuerpo en herramienta del trabajo sexual, de hombres y mujeres empujados a migrar, y otros tantos disfraces que encubren la vileza de este sistema, también deben ser tomados en cuenta cada 1 de mayo. Tener trabajo y no tenerlo son las dos caras de una misma moneda, y ensamblar estas dos luchas es más que digno.
Todos trabajamos en sentido estricto. Todos somos trabajadores de nuestra existencia. Todos batallamos porque nos humaniza amar, pensar, reír, disfrutar del sol o del sabor de un dulce. Todos trabajamos la vida. Claro, unos tienen más “suerte” que otros, unos fulguran más talentos que otros, unos poseen más competencias de oficio o profesión. ¿Y quienes no tienen ni suerte ni talento ni oficio ni profesión? Son las mayorías. ¿Esas mayorías no tienen el derecho de conseguir un trabajo para ganarse el pan? ¿Esas mayorías no trabajan sus vidas? Las contradicciones brotan justo para observar la crisis del no trabajo en el tejido espantoso de la estructura social. Pero éstas no surgen de la “mala suerte” del organigrama económico, estas contradicciones se reproducen cada vez más en el nivel de oportunidades que la clase social alta estipula. Ergo, la meritocracia es un espejismo o una tómbola.
3.
Hoy ví un documental alemán titulado: New work: una nueva forma de trabajar. Parecía ciencia ficción. El sueño de un país desarrollado donde su gente puede escoger libremente cómo trabajar desde cualquier parte y con conexión a internet en el pico de una montaña o en el encrespado de una selva, metafóricamente hablando. Personas ultramodernas que logran sus sueños de trabajo y excursión al mismo tiempo; y la comprensión absoluta de sus empleadores que respaldan este modelo: new work. Digamos, una versión más estilizada de la de acá respecto de la cantilena de los emprendedores, de ser jefe de uno mismo, de disponer del tiempo sin presiones y otras coqueterías que se inventa el capitalismo para hacer creer que el trabajo es parte de la voluntad individual y, también, de los milagros de la tecnología.
Cuando miramos a los países, los latinoamericanos, Ecuador nomás, enseguida caemos en la cuenta de que nuestros contextos son distintos y las demandas aquí aún están al nivel de lo primario. (Inclusive las potencias exhiben pobreza, abandono y paro laboral). Ese nivel de necesidades primarias compite con la no preparación de las mayorías que trabajan sus vidas sin saber qué es la vida; porque su falta de trabajo o sus trabajos precarios no les permite sentir, pensar, gozar, proyectarse, mirar el futuro. La pandemia, por ejemplo, nos devolvió a una realidad de desempleo e inopia enormes; y la tecnología solo le permitió a un segmento de la sociedad conservar sus empleos y aceptar las rebajas de sus sueldos a riesgo de perder sus plazas.
Los niños y jóvenes que estudiaban, los que recién habían obtenido un título universitario, los que obtuvieron una humilde vacante como primerizos, los que recién entraban al colegio virtual… frente al desempleo de sus padres, encerrados y agobiados por la peste del covid, tuvieron que retardarlo todo. Hoy una masa de jóvenes y hasta niños se ha enredado en el submundo de la delincuencia, en el microtráfico de diferentes drogas o en el consumo de las mismas, en el sicariato; en fin, se relacionan con el peligro y la muerte sin esperanzas de un sol que les ilumine una sola sonrisa. Los mayores, desbordados por las deudas, migran, se dejan chantajear, y los pocos que tienen pequeños negocios están sometidos a las vacunas, vieja táctica delictiva que se “aprovecha” de la inseguridad para vender seguridad a punta de amenazas. En resumen: un país en caída libre porque no solo la pandemia destrozó la economía sino porque justo en una crisis global tuvo la desgracia de elegir dos gobiernos que optaron por destruir el estado con la regresión de lo público. No puede haber mayor escenario de perfidia política para administrar el empobrecimiento de la población y catapultar prácticas punibles de sobrevivencia y la penetración del crimen organizado que, como ya lo hemos dicho, se presta para combinar lo legal y lo ilegal.
Claro: acá nos llegan únicamente “trabajos bárbaros”. Trabajos miserables. Aquí no hay ni el asomo de ese ultramoderno new work. Aquí todo se resuelve a bala. De parte del gobierno y de parte de los desadaptados sociales…
4.
Hay varios países grandes (sic) donde la investidura de un rey es la noticia más relevante, y otro donde las pillerías de un rey emérito ocupan los cansinos espacios de la farándula. Las monarquías son esas instituciones vaporosas donde los nobles ganan muchísimo dinero del Estado sin trabajar. O esa socialité ex de Vargas Llosa que vive de sus relaciones sociales (y maritales) en un modelo que paga por su presencia en los cocteles y comparsas de una elite decadente, avalando una estética también decadente. Gente que vive sin trabajar mientras explota a súbditos y alardea del codeo con los ricos y la seudo nobleza. Trabajos vaporosos, nos anima a decir; que esgrimen aún la audacia de ser modernos mientras pagan indirectamente una guerra que, vaya paradoja, trae desempleo a miles de europeos. Es decir, el paro y la migración como secuelas de un conflicto que atora las relaciones comerciales de ese continente y los otros. La explotación de los que dominan el mundo sigue siendo la regla para que el trabajo nunca sea digno sino una dádiva del poder.
A las gentes sencillas nos toca trabajar sin ninguna codicia; arrugando el utilitarismo del sistema. No obstante, nuestros sencillos trabajos no nos ponen en el pináculo de esos capataces modernos sin ética y sin vergüenza.