En América Latina, la posibilidad de una conflagración abierta, que se iniciaría con la invasión armada a Venezuela y que pudiera involucrar a varios países y gobiernos, con consecuencia impredecibles para las economías y la seguridad regionales, solo tendría un objetivo último: fundar un nuevo orden e imponer una ‘normatividad’ y una normalidad que se inscriban en la ‘lógica de la guerra’ de las acciones imperialistas de Trump y de los Estados Unidos, pero como eje fundamental de la lucha ideológica contra el progresismo.
Es decir, con la invasión armada contra Venezuela y el derrocamiento del presidente Maduro para reemplazarlo por un monigote que hace poco se autoproclamó ‘presidente interino’, el imperialismo quiere alcanzar un objetivo de corto y mediano plazo: obligar a los gobiernos latinoamericanos -incluso a aquellos que se resisten a la hegemonía- a una definición en relación con lo que ahora impone el neoliberalismo: que la democracia sea imaginada como mercado. Esa es la democracia guarimbera de la administración de Donald Trump, democracia utilitaria que tiene un carácter exclusivamente instrumental para favorecer los intereses de los capitales mundiales.
El sábado 23 de febrero en la ciudad fronteriza de Cúcuta, en Colombia, el imperialismo construyó una narrativa belicista que los medios de comunicación comerciales amplificaron a los cuatro vientos. Varios presidentes guarimberos, como Duque de Colombia y Piñera de Chile, (Díaz-Canel, presidente de Cuba les llamó ‘payasos’), agrupados en el Cartel de Lima, junto a algunos cantantes internacionales vinculados a la industria cultural, costeados por el millonario inglés Richard Branson (acusado varias veces por sus constantes acosos sexuales) pretendieron imponer la metafísica del miedo, para ubicarnos otra vez en los momentos de crisis y confrontación de la década de los ochenta, cuya expresión más procaz fue la doctrina de la seguridad nacional para viabilizar la ofensiva de neoliberales y neoconservadores.
La ‘lógica de la guerra’ del imperialismo, quiere volver a imponer en la región la eliminación física del adversario y la abolición de cualquier forma de pensamiento progresista que pudiera construir en la práctica y los hechos, una alternativa democrática que ponga el acento en las preocupaciones por el deterioro de las condiciones de vida y la revalorización de la sociedad civil, como lo hacen los gobiernos de Maduro en Venezuela, Morales en Bolivia y Ortega en Nicaragua y lo hicieron antes Lula en Brasil, Kirchner y Hernández en Argentina y Correa en Ecuador, siguiendo el ejemplo revolucionario de Cuba, por supuesto.
La línea histórica de los pueblos latinoamericanos y sus luchas contra el autoritarismo, son el fundamento de las perspectivas democráticas, que nacieron de las experiencias opresoras de los años 70. A partir de los golpes militares de Brasil en 1964, Perú en 1968, los de Uruguay y Chile en 1973 y Argentina en 1976, orquestados y auspiciados por Estados Unidos, la región entró en un proceso de reconstitución de formas de organización política y social, que a la larga construirían instancias de participación unitaria y unificadora, justamente para confrontar esas décadas anteriores de ilegalidades profundas y de inequidades e incluso, llegar a la misma revalorización de la política.
El capitalismo imperial está dispuesto a crear una crisis deliberada entre Colombia y Venezuela, aún a costa de su propio fracaso. Y, sin embargo, no solamente está ahí el empecinamiento del presidente Trump que busca postular para América Latina y el mundo, una doctrina cuantitativa copiada integrante de los principales postulados del fascismo. Porque en las tesis del imperialismo está el falso predicamento de que son las élites económicas las que deben conducir los distintos de la humanidad. Bajo la justificación de esa nueva forma de despotismo, la guerra solo es un recurso necesario que conduce de manera inexorable a que ‘los pocos que dirigen (una nación, un país) activamente crean la forma de vida e incluso crean el conocimiento de ésta (…) Factum est verum. El conocimiento es tan solo una sombra del acto’. (Weber, Historia de la Cultura, p. 350).
Al llegar hasta este punto, hay que insistir que, en relación con América Latina, la política exterior del imperialismo norteamericano, siempre fue constituir un ‘mentalidad dependiente’ aunque a algunos teóricos o analistas, les resulte anacrónico. No solo eso, porque muchos presidentes y políticos neoconservadores, han puesto en juego esa mentalidad dependiente a favor del imperio, y han llegado al servilismo y la sumisión como lo acaban de demostrar con cinismo en la fracasada ‘operación humanitaria’ para entrar a Venezuela.
La resistencia civil organizada y las Fuerzas Armadas bolivarianas que Venezuela impuso el 23 de febrero en la frontera colombiana contra la arremetida imperialista, solo puede entenderse como un signo de fortaleza democrática, como un franco testimonio de su fuerza histórica y moral, que ahora mismo nos está obligando a desprendernos de cualquier atisbo de indiferentismo o de aparente neutralidad en materia ideológica y política.