En el siglo XI nace el Imperio Selyúcida en los territorios que hoy son Irán, Irak, Afganistán, Turkmenistán, Oriente Próximo y la propia Turquía. Este imperio genera al Imperio Otomano, que pone fin a más de diez siglos de existencia del Imperio Bizantino, luego de conquistar Constantinopla en 1453; a partir de entonces esa ciudad se llama Estambul y se convierte en la capital del Imperio Otomano. En el siglo XVII, en el cenit de su poder, este imperio incluye toda la península Turca, el Oriente Próximo, las zonas costeras de la península Arábiga, el norte de África, los Balcanes, Bulgaria, Rumania, Hungría, Serbia, Ucrania, Georgia, Azerbaiyán y Armenia, un área total de aproximadamente seis millones de km².

En 1683, el Imperio Otomano intenta tomar Viena, pero las fuerzas del Sacro Imperio Romano Germánico aliadas con Lorena y la Mancomunidad Polaco-Lituana expulsan a los turcos de Austria. Pedro el Grande, zar de Rusia, arroja al Imperio Otomano de la orilla norte del mar Negro. Posteriormente, los griegos se alzan en armas y con el apoyo de Gran Bretaña, Rusia y Francia se independizan en 1823. Con la victoria de Rusia, en la guerra de 1877-1878, el Imperio Otomano pierde Bulgaria.

El Imperio Otomano participa en la Primera Guerra Mundial junto a Alemania, el Imperio Austro-Húngaro y Bulgaria; en 1918, la guerra termina con la derrota de este bloque. Ese hecho y los movimientos revolucionarios que surgen dentro del Imperio Otomano son el golpe de gracia que lo desploma, dando lugar a la formación de la República de Turquía, cuyo primer presidente, Mustafa Kemal, establece una república secular, democrática, constitucional y unitaria. En 1934, el Parlamento turco otorga a Mustafa Kemal el título honorífico de Atatürk, o sea, Padre de los turcos. Turquía participa en 1952 en el conflicto de Corea y luego ingresa a la OTAN. Las Fuerzas Armadas turcas tienen 1.043.550 efectivos y son las segundas más grandes entre los miembros de este organismo.

Vladímir Putin, uno de los presidentes más pragmáticos del mundo, le da a entender al Presidente Erdogan la necesidad de que sus países mantengan estrechas relaciones de buena vecindad, vivan en paz y que arrojen fuera de borda las rencillas del pasado. A partir de entonces, Turquía se convierte en uno de los socios comerciales más importantes de Rusia. Basta señalar que cada año viajan a Turquía alrededor de seis millones de turistas rusos, que gastan no menos de mil dólares por cabeza.

El 24 de noviembre de 2015, Turquía derriba un avión ruso que regresaba de cumplir una misión de combate contra los terroristas del EI, cuando ya se encontraba en el espacio aéreo de la República Árabe Siria y había estado solamente 17 segundos en el espacio aéreo turco; el Presidente Putin califica el derribo del Su-24 de “puñalada por la espalda.” El Kremlin emite un decreto que prohíbe nuevos contratos entre personas u órganos rusos con empresas y entidades turcas. Erdogan le pide perdón a Putin a los siete meses del incidente.

El 15 de julio de 2016 hay un intento de golpe de Estado contra el Presidente Erdogan, que se libra por un pelo de rana del magnicidio. La intentona fracasa gracias al apoyo de la ciudadanía y de la mayor parte del ejército turco, que se mantiene fiel a la Constitución de su país. Esto significa que un sector mayoritario de las Fuerzas Armadas de Turquía está de acuerdo con la política de Erdogan, que cuenta con una fuerte simpatía en la población civil, que comprende que su presidente intenta fortalecer la nacionalidad turca, fundamentalmente musulmana, alejada de la cultura europea.

Putin y Erdogan establecen entre sus países una alianza económica sin precedentes. Conscientes de que esa es la única salida ante las amenazas de Washington, estos presidentes firman un acuerdo para ampliar el gasoducto submarino que conecta a sus países a través del Mar Negro, para que Turquía adquiera a buen precio el gas ruso, lo que garantiza su seguridad energética y la de los países del sur y sureste de Europa; para la construcción de varias centrales nucleares y para vender a Rusia sus productos agrícolas… Tanta amistad despierta recelos en Occidente.

Para la OTAN, Turquía se ha convertido en una verdadera pesadilla, pues es el único miembro de esta organización que está instalando los S-400, que los va a defender de cualquier ataque aéreo, incluso de la OTAN, lo que es un grave problema para dicho organismo. Se trata de un paso audaz que pone de manifiesto la voluntad de Ankara de escoger soberanamente sus opciones, de un enroque que evita formas inéditas de presión y ultimátum por parte de EE.UU., es una medida que ratifica la necesidad del Estado turco de poseer un sistema de protección aérea propio, que controle futuras intentonas golpistas, como cuando para este propósito los aviones partieron de la base militar de Incirlik, donde se encuentren fuerzas de EE.UU. que la controlan y realizan actividades de espionaje; esto sirvió de catalizador para la actual decisión turca. Según Erdogan: “Después de la entrega de los S-400 a Turquía, el nuevo objetivo será su producción conjunta con Rusia.”

Los aviones militares de transporte rusos ya los han trasladado a Turquía, lo que es un evento histórico para su sociedad, cuyas fuerzas armadas tomaron esta decisión, pero no bien vista por EE.UU. y sus aliados, que amenazaron con imponer fuertes sanciones a Turquía; además, este traslado se hace al cumplirse el tercer aniversario del golpe de Estado que intentó eliminar físicamente a Erdogan, lo que le hizo comprender donde estaban sus amigos, porque sólo Rusia acudió en su ayuda, pese a que los países miembros de la OTAN tenían la obligación de hacerlo. Por esta razón, el Presidente Trump pospone la imposición de sanciones para otra fecha, no quiere que se vincule a sus órganos de seguridad con ese fatídico evento.

El Presidente Trump, al que no entusiasma la idea de imponer sanciones a Turquía, aclaró que fue el expresidente Obama quien denegó a los turcos la adquisición de los Patriot. Por eso, EE.UU. dio un paso atrás y quiso vendérselos cuando Turquía decidió comprar los S-400, pero a los turcos les pareció mala la oferta, pues los S-400 son más baratos, además de ser mejores. Ahí sí se pusieron las cosas de color de hormiga para Trump, que últimamente no acierta una. Falló en Cuba, Venezuela y Nicaragua, falló en China, India, Rusia e Irán, y ahora no puede darse el lujo de fallar en Turquía, porque se trata de un aliado muy valioso, que controla una región de suma importancia para los intereses estratégicos de EE.UU.

Erdogan ya le dio apoyo moral a Maduro y es más seguro que no acompañe a Trump en una hipotética guerra contra Irán ni en ninguna otra aventura militar que emprenda. Es peor todavía, el diputado ruso Vladímir Zhirinovski escribe: “Me he reunido dos veces con el presidente de Turquía, Recep Erdogan, y me ha dicho personalmente que Turquía estaba dispuesta a retirarse de la OTAN.” Cualquier amigo del Presidente Trump debería decirle “ya metió la pata en Irán, no la meta también en Turquía” y aconsejarle sobre lo que podría pasar si llegara a aplicar las sanciones a ese país, que el Congreso de EE.UU. le propone.

Trump se encuentra ante una disyuntiva fatal: no es tan importante que sancione a Turquía y que la economía de ese país sufra provisionalmente, porque después se va a recuperar, pero a partir de ese instante se va a alejar de su órbita; ahora bien, si no hace nada corre el riesgo de que cunda el mal ejemplo en otros aliados suyos, a los que hoy día sujeta con saliva. En ese caso, ni Bolton le va a servir de consejero.

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