Carol Murillo Ruiz
Cuando se miran con ojos propios los hechos políticos, económicos y mediáticos acaecidos desde el 24 de mayo de 2017 hasta hoy (hechos que niegan el origen de un proyecto de gobierno) no se puede pensar menos en que cada pronunciamiento, entrevista, mensaje, acuerdo, diálogo, alianza o, por ejemplo, las astutas medidas económicas tomadas –por el gobierno- en medio de la fraguada vergüenza contra la supuestamente descomunal corrupción de la última década, es una obra guionada, al detalle, para recuperar no solo la dirección del Estado y sus alcances reales y conceptuales, sino recomponer algo que empezaba a fracturarse a fuerza de la pedagogía política y comunicacional de Rafael Correa: el sentido común.
Ya hemos dicho que uno de los errores de la revolución ciudadana fue no haber realizado un titánico y elaborado trabajo político allí donde la razón del poder no llega, es decir, la razón del pueblo. Pero una vez que eso no tiene remedio hoy porque los hechos arriba mencionados atacan precisamente la soledad política de los sectores sociales peor informados, es inevitable recalcar cómo el sentido común es una especie de plastilina que bien tocada, diseñada y conducida es útil para invertir valores y afectar subjetividades.
¿Cómo entender que la axiología del poder, o sea, ese conjunto de valores morales y sentimientos que comparte una comunidad (simultáneamente) golpeada por la explotación, el abuso y el desprecio de ese mismo poder, cada día haga suyos esos valores y los asuma como propios? El largo trajinar de la ideología del poder, en todos los ámbitos, produce esta enajenación que modifica el discernimiento, las percepciones y las nociones de lo debe ser la ética pública, mas no la ética del poder o los viejos poderes y sus esbirros libertos. La ética pública es una cosa y la bravata moralista del poder es otra. No se conectan, no son harina del mismo costal.
Después de más de un siglo en que los operadores políticos de la democracia descubrieron que se puede usar y confundir a las masas y que varios sectores dizque contradictores del poder también sirven para nutrir ese objetivo, no hubo escrúpulos aquí para poner en marcha mensajes y montajes que desvirtúen la necesidad de que las sociedades estén ávidas de dirigentes –en todos los frentes- que hablen del Estado, de lo público y de lo privado sin que se mezclen los intereses corporativos con el bien común (en términos liberales). Hasta de ese discurso se han olvidado. Hoy los empresarios y banqueros ni se inmutan cuando hablan de sus negocios por oposición al Estado. Ni los movimientos sociales se erizan cuando agencian propinas del gobierno de turno. Otra vez el Estado fallido: asistencialismo, filantropía, caridad, beneficencia. ¡Este es el fondo del asunto!
Por eso modelar el sentido común general en el Ecuador, en contra de un proyecto y un líder que dio identidad social y política a un gran sector de nuestra comunidad, es un imperativo ideológico imposible de descuidar. La afrenta del correísmo fue darle lugar a quienes ni sabían que un Estado social es posible cuando se instala en su rearticulación política unas ideas renovadas sobre lo público y lo estatal, y se otorga al pueblo una identidad genérica que le permite acceder a eso que parecía abstracto: el Estado. Ergo, los grupos de poder –a los que ni siquiera pertenece el actual mandatario, acaso apenas como reflejo condicionado de un contexto perverso- tienen que borrar de la subjetividad (nacional) la sola imagen de que el pueblo es la sustancia de un Estado social. Turbar el sentido común del pueblo es hoy la mejor y más cruel operación de manipulación que puede vivir una sociedad que conoció, por diez años, la política en el espacio de lo público, y no como una lotería que se saca quien confía en la suerte y no en la racionalidad de un orden social en apariencia moderno.
Sí, cuando se mira lo ocurrido desde mayo de 2017 hay que santiguarse. Tan bien trazaron la cancha los fantasmas que zanganean dentro y fuera de Carondelet que fue fácil cooptar a un aparente líder como Moreno para echar a andar la maquinaria psíquica que unos mentores que entienden bien, es decir, que saben cómo se mueve la subjetividad de un pueblo sin preparación ideológica y alertas de convicción política.
A eso ayuda la liviandad mediática que hoy alcahuetea a reporteros que denigran el oficio. Todo para tener espectadores (la clase media y el pueblo) babeando asco frente a noticias y reportajes que solo una imaginación nerviosa puede pretender verosímiles.
Así estamos: viendo a través del cristal del poder de turno.
Un día abriremos los ojos (los propios) y veremos la realidad.