Arturo Belano
En los años 20, Estados Unidos vivió el periodo de Ley Seca que se extendió hasta 1933. La prohibición dio resultados, hay que reconocerlo. El único positivo (sin embargo) fue el hecho de que se disminuyó a más de la mitad el consumo de alcohol, al menos según los registros administrativos disponibles. Por el otro lado, hizo algo menos agradable: provocó el auge considerable y peligroso del crimen organizado, permitió el desarrollo de una industria clandestina que, gracias a la ilegalidad, infló artificialmente los precios, lo que atrajo a innumerables bandas de delincuentes en todo el territorio que protegían la producción, traslado y distribución de alcohol, lo que a su vez, trajo como consecuencia el incremento de la violencia en las ciudades, incluyendo asaltos, asesinatos e intimidación, además de una galopante corrupción en todas las esferas públicas.
El mundo entero lleva más de 40 años de una “guerra sin cuartel” contra casi todas las drogas (por alguna ilógica razón, el cigarrillo y el alcohol no están involucradas en esta guerra) y lo que tenemos es exactamente el mismo relato de los Estados Unidos de los años 20. Solo que peor. Al Capone es un niño de pecho al lado de los grandes carteles de la droga internacional actual, Capone no tenía ni los recursos tecnológicos, económicos o políticos, ni el mercado global que sí tiene el mercado negro de las drogas en la actualidad. Llevamos 40 años en una lucha sin cuartel que, como civilización, vamos perdiendo por goleada. Y, aun así, tenemos políticos prominentes proponiendo hacer más de lo mismo. Einstein decía que hacer lo mismo esperando obtener un resultado diferente es un evidente síntoma de locura. Y así estamos, toda una sociedad ciega, sorda y muda ante la evidencia.
Toda la violencia que se ejerce alrededor de las drogas tiene una simple explicación económica: los ingentes recursos financieros que genera anualmente. De acuerdo con un estudio del London Economic School de 2013, la industria del narcotráfico generaba a ese entonces, ingresos cercanos a los 800 mil millones de dólares anuales. Pocas industrias pueden generar ese nivel de ingresos a nivel global. Con estos ingresos pueden mantener todo un aparato de seguridad que proteja cada eslabón de la cadena de producción, ya sea por las buenas, a través de redes de corrupción, o por las malas, a través del ejercicio de la violencia y el terror. Así, la primera pregunta que cabe es ¿En dónde se deposita todo ese dinero? Claramente en nuestra región no. Sería imposible lavar esa cantidad de dinero con el tamaño de nuestras economías.
Con recursos ilimitados para proteger cada eslabón de la cadena de producción, los grandes carteles adquieren armamento de última tecnología, medios de transporte cada vez más sofisticados, medios de vigilancia para la mercancía y para los actores políticos que pudieran incidir en ellos. Todos estos recursos se adquieren en el mercado negro a precios desorbitantes. Mercado negro que, una vez más, no está en nuestra región. La segunda pregunta que cabe entonces es ¿En dónde se fabrica toda esa tecnología? Claramente no en nuestra región, puesto que no tenemos la capacidad para producir o proveer de servicios así de especializados.
En cada fase del proceso productivo, desde su siembra hasta su entrega, pasando por su procesamiento, encontramos redes de abastecimiento que permiten la producción. En estos eslabones encontramos proveedores de todo tipo, desde precursores químicos hasta medios de transporte, los cuales están dispuestos a todo a cambio de los buenos precios que reciben por sus servicios. Ingresos que pasan a formar parte del mercado informal y sobre el cual los Estados no tienen control ni registro. Finalmente, la tercera pregunta que cabe, es ¿Cuáles eslabones de la cadena son más rentables? Claramente la siembra no lo es. Y todos los que trabajan en negocios logísticos saben lo mucho que encarece el precio final de un producto por alcanzar la “última milla”.
Mantener un discurso político basado en la guerra contra las drogas, a la luz de estos hechos económicos, se vuelve sospechosamente ineficaz, máxime cuando tenemos en el alcohol y en el cigarrillo la prueba más fehaciente de que existe otra vía más efectiva para disminuir el impacto del consumo de substancias estupefacientes y psicotrópicas en las sociedades.