Reseña del libro de Mauro Cerbino, “Por una comunicación del común. Medios comunitarios, proximidad y acción”, Quito, Ed. CIESPAL, 2018, 239 pg.

Hernán Reyes

Sorprende lo poco usual que es encontrar juntos en el mismo libro, una reflexión epistemológica y una revisión teórica, un abordaje analítico sobre un problema específico con base empírica, y una propuesta utópica de renovación del pensamiento y la prácticas comunicacionales; más aún, si todos esos dispares materiales expresan una mirada marcada por los matices, la ambición creativa y una criticidad severa y rigurosa, de corte casi radical.

Una obra de estas características, seguramente va a enriquecer no sólo el acervo de conocimiento académico sobre la comunicación y la comunicación comunitaria, sino que enfrentará algunas duros cuestionamientos, en especial por parte de quienes han defendido y defienden un modelo de pensar la comunicación desde el lado del poder. Y es que se trata de una obra donde posicionarse epistémica y teóricamente va de la mano con posicionarse políticamente, y en la que, por lo tanto, se aúnan los abordajes sobre el saber y el poder, lo que implica situarse en aquella zona desde donde se presupone que “la verdad es un objeto de deseo sumamente esquivo que nadie posee y necesita ser construido”- como plantea Esther Díaz.

¿Por qué caminos transita Mauro en su proceso de construcción reflexiva y qué otros itinerarios ofrecen a sus lectores? En primer lugar, transita por una crítica epistemo-política a la comunicación mediática de apetencias mercantiles masivas, que ahora en muchos de nuestros países pretende nuevamente tomar las riendas del olvido y la desmemoria colectivas, paradójicamente desde la producción banalizada del acontecer y desde el baratillo del “estar informado”.

Esta “desmitificación” de las “bondades naturales” de la comunicación masiva-mercantil-privatizante y que remite a ese “lugar” antropológico, aniquilado por la homogenización y vaciamiento cultural de los grandes medios, desde lo que autoritariamente plantean como “creíble” y aún “pensable” y proveen a la gente de referencias comunes y, por otro, de salidas (im)posibles.   

“Cuanto más se ve, menos se alcanza”. Este parece ser el principio desde el cual opera la comunicación mediática comercial y con mayor fuerza los nuevos medios electrónicos, contra cuyo poder arremete Cerbino.  La operación de ocultamiento por hipervisibilización o de ese periodismo que expresa la labor de los “especialistas del secreto” es lo que prevalece por parte de estos medios, o en palabras del autor: “es sabido que la operación deliberada de ocultar las condiciones de posibilidad de la generación informativa (…) otorga la posibilidad de mostrar y hacer creer en lo que muestran”, a la vez que se pregunta que “si lo que se muestra o se dice adquiere valía gracias al valor de lo que se oculta” (40-41).

Sobre esta base, podríamos entender la lógica de tantos casos de escandalización periodística sustentados en la práctica de la denunciología interesada que estos meses inundan los contenidos mediáticos en Brasil, Argentina, Ecuador. Y así mismo podríamos criticar la mirada benevolente en el plano teórico de varios autores sacralizados en la academia.

Por otro lado, el libro aborda una compleja pregunta: ¿dónde están los alcances y límites de lo hegemónico de la comunicación?. Cerbino nos recuerda que hay ciertas teorías que so pretexto de la “liberación” del consumidor mediático minimizan la opacidad del lugar y del territorio, apuestan por una subjetividad deshistorizada y desde una concepción de alteridad marcada por un imaginario individualista.

Charles Melmen llamaría a esta pretensión ideologizante la recreación del “complejo de Colón” y esta operación resulta en el texto desde una crítica rotunda al sesgo neoliberal de los discursos subyacentes de la academia, puesto que no hay una real democracia desde el consumo,  ni se puede abolir la consideración del espacio social, como lo pretenden la lógica post-fordista y ciertas modas académicas imitativas que se desentienden del papel crucial de los medios y de los contenidos mediáticos y eluden la hegemonía de los contenidos funcionales a los intereses mercantilistas de las empresas mediáticas.

Finalmente, el libro atiende el problema del sujeto de la comunicación del común, el “entre ellos”, que implica para el autor del libro la existencia indispensable de un lugar de la enunciación, y de una “toma  de la palabra” como diría De Certeau, que no es ni individual ni ilustrada, sino colectiva y territorializada. Y define al principal elemento que aglutina este tipo de comunicación del común: la praxis colectiva del “comunicar más allá o abiertamente en contra de la ‘lengua oficial’ y la pseudo legitimidad de la comunicación mediática comercial”

Estas son algunas de las sendas inacabadas que abre el libro de Mauro y que no se cierran en una verdad metafísica sobre lo comunitario, sino que proponen una mirada particular que, como todas las miradas académicas auténticas, está sujeta al escrutinio y a la crítica. Ya era hora de un remezón de este tipo a las comodidades y modas imperantes en la academia ecuatoriana dedicada a pensar la comunicación, tan despreocupada de la comprensión de esas prácticas “otras” que emergen de la mano de la comunicación comunitaria/alternativa/emergente/ciudadana y contra-hegemónica, por la que algunos hemos luchado por años y por la que hay que luchar con más insistencia en este convulso momento político que vivimos en la región y en el país, como necesidad imperativa.

 

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