Cristian Castillo

Son aciagos días los que vivimos. Existe en el ambiente una sensación de pena con el desenlace del día viernes. Se percibe angustia, incertidumbre, dudas. Son todas sensaciones legítimas de una sociedad que no entiende de estas cosas. El Ecuador no está acostumbrado a vivir coches bomba, secuestros, asesinatos a sangre fría. Somos una sociedad ingenua en esta materia porque nuestra historia no registra estos hechos como usuales. La respuesta natural es la inquietud. De una u otra forma, todos nos preguntamos: Y ahora, ¿qué sigue? 

Nos pasan muchas ideas por la cabeza y todos nos atrevemos a vislumbrar escenarios posibles. Ninguna de las conversaciones que he escuchado hasta ahora sugieren, por desgracia, un escenario de paz. En mayor o menor medida, la sociedad tiende a suponer que lo que pasó es solo el inicio, que lo que viene puede ser peor.

En este contexto, tenemos segmentos de la población que, enceguecidos por su propio odio, nos tildan a nosotros, de culpables absolutos. Sugiriendo las más descabelladas teorías al respecto. Que durante 10 años convivíamos en paz con la narcoguerrilla porque les dimos carta blanca, que hemos construido un narco Estado, que somos todos narcotraficantes, que somos la reencarnación de Pablo Escobar. Esto, como bajo; hay otras afirmaciones que son ya, derechamente, estupideces. Lo peor de esto, no es quien se inventa estas teorías de la conspiración, sino quien las replica sin detenerse a pensar ni un segundo en lo absurdo de la teoría. Nada importa ya, necesitamos un culpable y es mejor decir que fue el correísmo. 

Quisiera no tener que decir nada más al respecto, pero por desgracia, es necesario hacer notar lo falaz de todo esto. Un narco Estado (también por desgracia) es México, donde no hay imperio de la ley, donde hay ejecuciones sumarias rutinarias, donde hay poblaciones abandonadas, ya sea porque la gente huyó, ya sea porque la guerra de bandas acabó con la población. Nada de eso ha habido en Ecuador desde 2007. Y no, no es porque hayamos negociado nada con nadie, ¡Por favor! ¿Quién puede creer que se puede tener una suerte de acuerdo de convivencia con bandas criminales? ¿Alguien puede creer que el crimen organizado va a tener una suerte de ética para respetar a un gobierno, el que sea? Y no, tampoco es que los narcotraficantes estuvieron en el gobierno de Correa. Ya basta de lanzar lodo contra todos los que estuvimos en ese gobierno. La gran generalidad de los que allí estuvimos somos clase media, con estudios, con la única intención de hacer un mejor país. A lo mejor en algo nos jalamos las cuadras, pero en general pusimos nuestro mejor esfuerzo y nuestros mejores años para sacar adelante un proyecto que, ya sáquense las vendas, sí tuvo resultados notorios en la calidad de vida, no solo de los más pobres, sino de toda la población en general. 

Al día de hoy, de nada le sirve a la sociedad paralizarse para encontrar quién es el culpable. Podría dedicar todo un análisis a las decisiones tomadas en los últimos meses que también conducirían a una explicación plausible, y nada falaz, de por qué llegamos a donde llegamos. Pero no lo voy a hacer. Ahora mismo, lo que necesitamos todos es dejar de lado nuestras profundas diferencias ideológicas con los sectores de derechas; y éticas, con los sectores de izquierdas y cerrar filas en torno a nuestro país, en torno a la sociedad de paz que hemos sido y juntar el hombro para que esos escenarios que nos atemorizan como probables, no sean posibles en el corto y largo plazo. Para esto, al menos yo, estoy dispuesto, reconociendo mi condición legítima de ciudadano ecuatoriano opositor a este gobierno, a dejar de lado mi oposición y en aunar esfuerzos para que no perdamos la paz. Probablemente, muchos de nosotros, sino todos, estamos en las mismas. ¡Todos queremos paz! 

No obstante, para que esto suceda, necesitamos a la vez que, desde los que están en el poder, dejen de empezar cada afirmación con un: “Es que el gobierno anterior esto, o lo otro”. Este apuntar con el dedo les pudo haber funcionado al principio, pero ahora, la ciudadanía común (no esos sectores que tienen tanto odio carcomiendo sus venas) requiere respuestas, no que justifiquen el cómo llegamos a este punto, sino que expliquen lo que tenemos que hacer como país para salir de él. 

En las grandes materias de la acción de gobierno, estoy y seguiré estando opuesto, de manera legítima, como cualquier ciudadano que cree que las decisiones del gobierno nos llevan a un mal destino. Sin embargo, para poder mantener mi condición de opositor legítimo, debemos resolver este asunto de manera integral, íntegra y definitiva. Por eso, ante esta situación, dejaré de lado mi condición y estaré dispuesto a apoyar las decisiones del gobierno de Moreno, en la medida en la que, nos acerquen a la paz, nos alejen de la guerra y nos incluyan a todos y todas (después de todo, representamos a un 35% de la población, al menos). En este momento tengo una profunda empatía con el Presidente Moreno, sin duda son sus más tristes días como Primer Mandatario. Él es el Presidente ahora y debe tomar las decisiones que nos saquen de este embrollo, mi deber, el de todos, es apoyar estas decisiones, en la medida en la que nos garanticen permanecer en la senda de la paz, que nos incluyan a todos, que nos expliquen lo que tenemos que hacer y no que se escuden en supuestas decisiones de quienes estuvimos al frente del gobierno hasta mayo de 2017. 

Esta es una invitación a la sensatez. Todos los sectores políticos y sociales, todos, al menos por esta única vez, dejemos de lado todo lo que nos distancia. La misma urticaria que yo puedo ocasionarles, créanme, me la ocasionan algunos grupos y élites. En circunstancias normales haré notar los errores argumentales y éticos de muchos de sus postulados, pero estas no son circunstancias normales. Para que podamos, en efecto, poder seguir estando en bandos opuestos, esta vez, necesitamos estar en un solo bando, el del Ecuador, y para eso se necesita dejar de tirarnos lodo y culparnos mutuamente.

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