Hace casi 100 años, el 2 marzo de 1919, bajo el fragor de la Revolución Rusa y por idea de Lenin, nació el Komintern, abreviatura rusa de Kommunistícheskiy Internatsional o Internacional Comunista. Su finalidad, tal como estaba establecido en sus estatutos, era aglutinar a los partidos comunistas del mundo con el objetivo suprimir el sistema capitalista mundial e implantar la dictadura del proletariado, abolir las clases sociales y construir el socialismo, primer paso para la creación de la sociedad comunista.
Según sus postulados, toda sociedad burguesa, por muy democrática que sea, no es más que un sistema de opresión a los trabajadores por parte del capital, o sea, la dictadura de la burguesía. La república burguesa promete el poder para la mayoría, pero no lo puede materializar, pues lo impide la propiedad privada de los medios de producción. La libertad existe exclusivamente para la burguesía, los proletarios y los campesinos sin tierra son los modernos esclavos. En la Unión Soviética, por primera vez, hay democracia para la inmensa mayoría de la población: los trabajadores, los obreros y los pequeños campesinos. Jamás ha habido un poder estatal ejercido efectivamente por el pueblo, esto era lo que representaba el poder soviético. Comenzaba así una nueva época en la historia del hombre, sin la esclavitud capitalista, en un Estado proletario que daba paso a la verdadera libertad, exenta del yugo del capital.
El 15 de mayo de 1943, antes de la Conferencia de Teherán, el gobierno de la URSS, “teniendo en cuenta la madurez de los partidos comunistas”, resolvió disolver el Komintern. Roosevelt quedó muy agradecido con Stalin por esta decisión, que le facilitaba la colaboración con la Unión Soviética para la realización del fin común, la derrota del nazi-fascismo. Stalin, quien siempre creyó que la Revolución Mundial, finalidad implícita del Komintern, era un disparate del ala radical comunista, mató dos pájaros de un tiro, dio gusto a los Aliados y eliminó una entidad, el Komintern, que ya no tenía la importancia que tuvo en sus primeros años y que podía ser definida como la oficina de asuntos exteriores del Partido Comunista Soviético. Pero, la Internacional Comunista en sus inicios, cumplió un papel importante en el movimiento comunista internacional, forjó cuadros de la estatura de Hồ Chí Minh, Zhou Enlai, Luis Carlos Prestes, por mencionar a unos pocos, y dio luz a todo revolucionario.
Hegel dijo que la historia se repite y Marx agregó que se repite como farsa. En cierta manera, esto también sucedió con el Komintern, que con el paso de los años, y sin que se sepa de quién era la idea, dio origen a una nueva internacional, pero del crimen, que utiliza sus herramientas económicas, diplomáticas y militares para asegurar que las riquezas del mundo les pertenezcan exclusivamente a ellos. Como para estos internacionalistas, la única ley que impera es la apoderarse de las riquezas ajenas, para lo cual utilizan sin tapujos cualquier delito, este organismo podría ser denominado Delintern, o sea, la Internacional del Delito.
Las cabezas visibles de la actual Delintern son John Bolton, Asesor de Seguridad Nacional del Presidente Trump, Mike Pompeo, Secretario de Estado de EE.UU., y Elliot Abrams, Encargado Especial para Venezuela. Todos ellos, encabezados por el mismo Presidente Trump, han delineado el objetivo de mantener un mundo unipolar mediante la más absoluta inestabilidad, resultado de la oleada de conflictos que desató EE.UU. en Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Libia, Siria… y que ahora pretende desatar en Venezuela. Para ellos, la mentira es verdad, las guerras son humanitarias y el mundo entero les pertenece. Están tan imbuidos de que estos axiomas son reales, que un senador de EE.UU. advirtió a Rusia: “Fuera de nuestro hemisferio.” Y no necesitó aclarar a cuál hemisferio se refería, pues, para defender sus intereses, los órganos de control del Delintern, fuerzas armadas, medios masivos de información, banca y sistema financiero internacional, a los que se añade la quinta columna, merodean el vecindario de Rusia, China, la UE y el resto del mundo.
Hace 12 años, en Múnich, al prever que la correlación de fuerzas estaba cambiando a favor de la multipolaridad, el Presidente Putin advirtió que los conflictos de esta época eran consecuencia del intento de imponer por la fuerza la unipolaridad, que estas acciones, unilaterales e ilegales, no resolvieron ni un solo problema sino que generaron nuevas tragedias humanas y focos de tensión. “Juzguen por ustedes mismos: la cantidad de guerras, conflictos locales y regionales no ha disminuido… Y en esos conflictos mueren no menos, sino más personas que antes. Muchas más, significativamente más”, y propuso abandonar la ideología unipolar a favor de la “búsqueda de un equilibrio razonable entre los intereses de todos los jugadores de la relaciones internacionales.” No le escucharon entonces y ojalá que ahora los actuales líderes europeos de Occidente caigan en cuenta de que la multipolaridad es inevitable y construyan una Europa sólidamente unida para defender sus intereses comunes; una Europa que no le siga el juego a la Delintern y colabore, por lo menos, en la búsqueda de la paz en Venezuela; que silencie los tambores de guerra y de paso a una tregua en el conflicto de poderes que se da en ese país; que abra el diálogo entre el gobierno y la oposición y haga viable la convocatoria a un referendo consultivo, con observadores internacionales calificados, que consulte al pueblo venezolano si desea que se realicen elecciones generales que legitimen los poderes públicos. Esta es la salida al conflicto actual y no la intervención extranjera que se está avanzando ahora.
De no haber un acuerdo nacional y darse la invasión armada extranjera o la guerra civil que busca EE.UU. y el Grupo de Lima, o sea, la Delintern, la infraestructura urbana y rural de Venezuela se destrozarían y, luego del enfrentamiento civil armado, en el que incluso el que gane resultaría perdedor (estudiar la Guerra Civil Rusa), sería de todas maneras necesario sentarse a conversar para reconstruir el país (estudiar lo que está pasando en Siria). ¿Para qué dejar para después lo que se puede hacer ahora? Es de inteligentes aprender de los errores ajenos.