Ahora que la querida Venezuela está acosada por la agresividad imperial y el servilismo cómplice de la derecha nativa, vengo a elevar mi pequeña voz para expresar mi solidaridad con ese país hermano y exponer, ante este selecto auditorio de patriotas, algunas de las razones en que se asienta la fraternidad ecuatoriano–venezolana.

PRIMERA RAZÓN DE NUESTRA HERMANDAD HISTÓRICA: LA GEOGRAFÍA.

La geografía, amigos, es la base física sobre la que se asientan los países, el ecosistema en el que viven sus pueblos, el escenario en el que se desarrolla el drama de su historia. Y ocurre que Ecuador y Venezuela son dos países geográficamente muy parecidos, puesto que ambos son tropandinos, para usar la precisa definición científica de Misael Acosta Solís, que muestra como una particularidad esencial esa circunstancia de que nuestros países compartan una geografía montañosa y, a la vez, tropical, donde conviven y se entremezclan el frío de las alturas con el calor de las tierras bajas.

Hay más, en ambos países esas tierras bajas son tanto las de un litoral cercano al mar como las de unas llanuras interiores cálidas y húmedas, que son las de la Amazonía y la Orinoquia, dos espacios selváticos vinculados entre sí, en los cuales se refugió la vida durante la última glaciación, ocurrida hace 30 mil años. Al terminar ese fenómeno protohistórico, de ahí salieron los seres humanos a repoblar el continente y lo hicieron cargados de los productos vitales que los habían sustentado, y que en adelante sustentarían a muchos otros pueblos del mundo: el maíz, las papas y otros tubérculos, los pimientos, las calabazas y el cacao. Así, pues, no hay que seguir discutiendo acerca de cuál cacao es más fino y aromático, si el de Ecuador o el de Venezuela, pues ambos provienen de un tronco común: el cacao fino de aroma proveniente de la Amazonía, que nuestros antepasados de la cultura Mayo–Chinchipe lo consumían ya como bebida alimenticia hace 7 mil años, esto es, unos 5 mil años antes de que el cacao llegara a Mesoamérica.

SEGUNDA RAZÓN DE NUESTRA HERMANDAD HISTÓRICA: LA MEMORIA HISTÓRICA.

La historia es vista por los historiadores como un largo proceso de vida social ocurrida en el tiempo, pero, en la memoria de los pueblos es, sobre todo, un registro de recuerdos y sucesos notables que nos unen o distancian con otras gentes.

En el caso de Ecuador y Venezuela bien podría decirse que “Nuestros países tienen una amistad sin límites”. Es una frase parecida a esa que alguien consignó para referirse a la amistad entre los pueblos ecuatoriano y chileno, y que tiene un evidente doble sentido respecto de otras amistades nacionales.

Como comprenderán, no puedo hacer ahora un recuento sistemático y minucioso de todos los hechos históricos que nos unen, pero aclaro que he escogido para esta conferencia la mención de algunos asuntos de singular importancia.

1º.- Simón Bolívar y Manuela Sáenz.

El mayor de ellos es, naturalmente, ese espectacular símbolo de amor, unidad y libertad que constituye la pareja de Simón Bolívar y Manuela Sáenz. Esos dos personajes, unidos en la gloria del escenario histórico, están unidos también en la memoria de nuestras naciones. Son la prueba de un amor superior a su tiempo y a su espacio, de una relación basada en el afecto personal, pero también en el amor a la libertad y a la unidad de nuestros pueblos. Manuela lanzándole desde el balcón una corona de laureles y Bolívar bailando con ella en su bienvenida a Quito, son dos imágenes de una cautivante fuerza y belleza.

2º.- La memoria de la Masacre del 2 de agosto de 1809.

Pero la admiración de Bolívar por los quiteños venía de antes, puesto que valoraba como un suceso trascendental de la historia americana la Revolución Quiteña de 1809, que dio inicio a la insurgencia política americana contra la dominación española. Es más, en su “Manifiesto a las Naciones del Mundo, sobre la Guerra a Muerte” que decretara en 1814 contra los españoles, Bolívar mostró a la matanza de los próceres quiteños, del 2 de agosto de 1810, como la principal justificación de los americanos en esa guerra sin cuartel contra los peninsulares. Expresó entonces:

“En los muros sangrientos de Quito fue donde la España, la primera, despedazó los derechos de la naturaleza y de las naciones. Desde aquel momento del año de 1810 en que corrió la sangre de los Quirogas, Salinas, etc., nos armaron con la espada de las represalias para vengar aquellas sobre todos los españoles. El lazo de las gentes estaba cortado por ellos; y por este solo primer atentado, la culpa de los crímenes y las desgracias que han seguido, debe recaer sobre los primeros infractores.”

3º.- Quito, parte esencial de Colombia la Grande.

No se puede olvidar que el Libertador consideraba a Quito como parte esencial de la República de Colombia, según lo había dispuesto su Ley Fundamental, dictada el 17 de diciembre de 1819. En efecto, el artículo primero de ella señalaba que las Repúblicas de Venezuela y Nueva Granada quedaban integradas en una sola, “bajo el título glorioso de República de Colombia.” El artículo segundo señalaba como territorio de la nueva entidad política “el que comprendían la antigua Capitanía General de Venezuela y el Virreinato del Nuevo Reino de Granada…”Y para fines administrativos, la Ley dividía el territorio de la nueva República “en tres grandes departamentos: Venezuela, Quito y Cundinamarca”, precisando que “las capitales de estos departamentos serán las ciudades de Caracas, Quito, y Bogotá…”. 

4º.- Los venezolanos en la independencia de Guayaquil.

La independencia de Guayaquil, ocurrida el 9 de octubre de 1820, contó también con una activa presencia de tres notables protagonistas venezolanos: los capitanes León Febres Cordero, Luis Urdaneta y Miguel Letamendi, que regresaban a su país (la Gran Colombia), luego de ser licenciados en Lima por el Protector del Perú, general José de San Martín, del batallón español “Numancia”, en el que habían servido hasta entonces.

5º.- Antonio José de Sucre.

Sucre es otro personaje excepcional, cuyo recuerdo nos une en la historia. Llegó a Guayaquil con mil soldados colombianos el 7 de mayo de 1821, en respuesta al pedido de apoyo militar que hiciera la Junta de Gobierno de Guayaquil, el gobierno grancolombiano. Antes  había llegado ya un primer contingente militar por vía marítima, desde Buenaventura a Guayaquil, bajo el mando del general José Mires. Sucre también traía precisas instrucciones del Libertador para el manejo militar y político de la campaña del Sur.

Convertido en jefe del ejército de la independencia, Sucre llevó adelante una dura campaña militar en el actual Ecuador, en la que tuvo triunfos y derrotas, para finalmente vencer a los españoles en la memorable batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, en un combate que duró unas cuatro horas y donde hubo alrededor de 600 muertos (400 realistas y 200 republicanos) y 330 heridos, lo cual muestra la fiereza del combate, que en gran parte se hizo con armas blancas.

Hasta entonces, la República de Colombia había enviado para la campaña del Sur un total de 130 oficiales y 1.314 soldados. Sus gastos de operación, excluido el costo de municiones  y equipos, habían sido de 201.301 pesos.  

6º.- El recuerdo de la Gran Colombia.

Para los ecuatorianos constituye un timbre de orgullo nacional el que nuestro país haya formado parte de Colombia la Grande, ese formidable país que abarcaba todo el norte de Sudamérica y estaba extendido entre el Atlántico y el Pacífico, cubriendo con su territorio una extensión de 2’519.954  km2, que poseía todos los climas, tenía acceso a los mares Atlántico, Pacífico y Caribe y estaba surcado por algunos de los ríos más grandes y caudalosos del mundo: Amazonas, Magdalena, Orinoco, Guayas, Napo, Putumayo y Caquetá.

Es poco conocido que hacia 1825 Colombia contaba con una población de cerca de dos millones y medio de personas y tenía uno de los ejércitos más poderosos del continente, con 30 mil hombres sobre las armas, de los cuales la mitad eran soldados profesionales y la otra mitad milicianos. Que su marina de guerra estaba integrada por varios navíos de más de 60 cañones, algunas fragatas de 44 cañones y alrededor de 300 embarcaciones menores. Que tenía ya tres importantes universidades públicas, dos escuelas náuticas y una amplia red de colegios y escuelas públicas.

Tampoco se recuerda que su producción incluía minerales como oro, plata, platino, cobre, mercurio, esmeraldas, perlas y sal. Que entre sus productos agropecuarios figuraban innumerables alimentos (azúcar, algodón, cereales, hortalizas, frutas, cacao, café, añil, tabaco, carne en pie y tasajo, perlas y otros), que abastecían en suficiencia a su población y aún permitían exportar algunos de ellos, así como maderas, tintes y variados productos medicinales; y que también producía bienes manufacturados y artesanales tales como textiles, jabón, harinas y otros.

Colombia era, pues, una potencia económica y militar, que durante más de una década proyectó su poderío en el continente americano, siempre con miras a fortalecer la independencia de los demás países. Tras liberar del todo su propio territorio, emprendió la liberación definitiva del Perú, que el Protector José de San Martín no había podido concluir. Y luego procedió a la liberación de la antigua Audiencia de Charcas, perteneciente al Virreinato del Río de la Plata, la que posteriormente, por propia voluntad, se constituyó como la República de Bolivia. E inmediatamente Colombia estableció Tratados de Alianza con esos nuevos países, acrecentando de este modo su influencia en el continente.

Mientras esto sucedía en el sur, nuevos países del norte manifestaron su voluntad de unirse a Colombia. Uno de ellos fue Panamá, que, tras independizarse de España por sus propios medios en noviembre de 1821, proclamó su integración a Colombia pese a las gestiones e invitaciones de México y Perú para que se uniera a ellos. El otro fue la antigua Capitanía General de Santo Domingo, que se proclamó independiente de España a fines de 1821, con el nombre de Estado independiente del Haití Español, e hizo constar en el acta de independencia su voluntad de formar parte de la Gran Colombia.

Para cuando el Libertador entró en Quito, el 16 de junio de 1822, esta ciudad y su provincia habían declarado ya su incorporación a Colombia, cosa que veían como un importante paso para la conquista de su libertad definitiva y el progreso de la naciente sociedad republicana. Bolívar, el Libertador de Colombia, y Sucre, el Libertador de Quito, eran aclamados por la multitud y agasajados por los pueblos, mientras que las autoridades civiles de la capital otorgaban premios y condecoraciones a los jefes, oficiales y tropa del Ejército Libertador.

Bolívar, conmovido por el entusiasmo de esta ciudad procera, buscó resarcirla de tantas luchas y sacrificios, por lo que, de inmediato, declaró la apertura del puerto de Esmeraldas para beneficiar a Quito, dispuso la construcción de un camino hacia ese puerto y  estableció beneficios varios para quienes se asentasen en esa nueva zona de colonización o utilizaren el nuevo puerto.  Para entonces la población del actual Ecuador se estimaba oficialmente 471.071 habitantes.

Incorporadas Cuenca y Quito a Colombia, por su propia y espontánea voluntad, quedaba por resolver únicamente la agregación de Guayaquil, dificultada aún por la supervivencia de la Junta de Gobierno provincial, presidida por José Joaquín Olmedo. Se debe aclarar que en Portoviejo, Jipijapa y otros pueblos de Manabí, la ciudadanía había proclamado su incorporación a Colombia y levantado actas solemnes de dicha proclamación desde el 6 de diciembre de 1821.

Simón Bolívar, triunfante sobre las fuerzas españolas que ocupaban el sur de Colombia e inquieto por las renovadas ambiciones de San Martín sobre el territorio de la provincia de Guayaquil, marchó rápidamente hacia el puerto, donde fue recibido con grandes aclamaciones por el pueblo el 11 de julio de 1822. Finalmente, atendiendo el pedido de 226 vecinos principales de la ciudad, encabezados por el Procurador de la Ciudad, legalizó la incorporación de Guayaquil a Colombia, que fue ratificada el 28 de julio por la Asamblea de Representantes de la provincia.

El Libertador y el gobierno colombiano correspondieron a esa decisión de Guayaquil con una especial preocupación por los destinos de esta ciudad y su provincia. Bolívar decretó que Guayaquil fuera la capital del nuevo Departamento colombiano del mismo nombre y estuviera gobernada por un Intendente, designando para tal función al prestigioso General de Brigada Bartolomé Salom.[1] También restituyó el Tribunal de Comercio de Guayaquil,[2] con el objeto declarado de liberar para siempre a la ciudad de imposiciones comerciales foráneas. Y, poco después, reabrió el Colegio de la ciudad, mejorando su organización y cátedras.[3] 

Mucho más hizo el Libertador por nuestro puerto. Interesado en desarrollar la vocación marinera de los guayaquileños, creó una cátedra de Náutica con 1.800 pesos de dotación[4] y más tarde desarrolló esta idea, disponiendo la creación de la Escuela Náutica de Guayaquil, que se inauguró el 1º de septiembre de 1823.

La más visible herencia de aquel glorioso tiempo unitario es la bandera tricolor que comparten Ecuador y Venezuela, creada originalmente por Francisco de Miranda, siendo la única diferencia el ancho de las franjas, que en el caso venezolano es igual para los tres colores y en el caso ecuatoriano es mayor para el listón amarillo, que ocupa la mitad de todo el espacio.

Otra herencia, poco conocida, es el mapa de Colombia la Grande publicado junto con la “Historia de la revolución de Colombia”, de José Manuel Restrepo, en 1827. Como podemos ver en ese mapa, para entonces el actual Ecuador (entonces llamado Distrito Sur de Colombia) tenía frontera con Venezuela y concretamente entre su Departamento de Azuay y el departamento venezolano de Orinoco. Luego, como es conocido, los vecinos del Ecuador crecieron a costa de nuestros territorios y también de los de Venezuela, y nos alejaron en lo físico a dos países siempre próximos en el espíritu nacional.

7º.- Juan José Flores.

Debo comenzar declarando que no me resulta grato el personaje llamado Juan José Flores, que nació en Venezuela y luego tuvo alta figuración política entre nosotros, pero de todos modos tengo que mencionarlo, porque es parte de nuestra historia común, en la que figura como primer gobernante de la República del Ecuador.

Fue un importante militar de la emancipación que, al igual que otros, se casó con una rica y sobre todo influyente dama de la aristocracia terrateniente, con lo cual el poder militar surgido de la independencia vino a fortalecer el poder oligárquico heredado de la colonia.

Lo peor fue que más tarde se volvió un filibustero, puesto que pasó de ser general de la independencia a presidente de la república del Ecuador y luego, tras ser expulsado del poder por una revolución nacionalista, se convirtió en vendepatrias y se ofreció a España para reconquistar Ecuador, Perú, Chile y Bolivia y recolonizarlas por las armas. El plan floreano era juntarlas en un “Imperio de los Andes”, presidido en teoría por un niño–príncipe español y, en la práctica, gobernado por el mismo Flores, en calidad de regente imperial, hasta la mayoría de edad del príncipe. Y cuando fracasó este perverso proyecto monárquico, Flores se dedicó a montar guerras de agresión contra el Ecuador y a provocar enfrentamientos con los países vecinos, especialmente con Perú, para tratar de volver al poder en Quito.

Además, el general Flores, al que hasta hoy rinde culto la derecha ecuatoriana, fue el fundador de una importante familia republicana, de gran presencia en la vida política, al punto de que uno de sus hijos, Reinaldo, fue también general de la república y otro, Antonio, fue también presidente del Ecuador. Tan poderosa llegó a ser esta familia oligárquica que Antonio Flores Jijón fue candidatizado a la presidencia mientras residía en Francia, pero no tuvo que volver al Ecuador para hacer campaña, pues triunfó por la sola influencia familiar; luego de ello, el doctor Antonio todavía se tomó un tiempo para visitar Inglaterra y los Estados Unidos antes de regresar a su país para asumir el poder.

8º.- Los Farfán en Carabobo.

Las luchas por la independencia rubricaron con sangre la hermandad hispanoamericana. Así, el actual Ecuador recibió la generosa presencia de combatientes de países hermanos, algunos de los cuales entregaron la vida por su libertad, pero de allí salieron también numerosos luchadores que combatieron con valor heroico por la libertad de otros pueblos del continente.

Dos guerreros formidables de la independencia fueron los hermanos José Francisco y Juan Pablo Farfán, nacidos en Guaranda a fines del siglo XVIII.

De José Francisco se conoce que nació en 1782, en Guaranda, en la actual Provincia de Bolívar (Ecuador) y que fue hijo de Manuel Ambrosio Farfán y Juana Josefa Marcelina Lezama. Igualmente se sabe que fue hermano de padre y madre de Juan Pablo Farfán y que contrajo matrimonio con Juana La Fond y fue padre de un hijo llamado José Manuel Farfán.

Todo indica que los hermanos Farfán Lezama viajaron muy jóvenes a la Nueva Granada, probablemente integrando la caravana de comercio que transportaba anualmente los fondos para la defensa de Cartagena y en la cual eran necesarias precisamente gentes como ellos: jóvenes, fuertes, audaces y experimentados en el transporte de mercancías. Suponemos que ambos se quedaron finalmente por allá, trabajando como comerciantes en la muy activa ruta de Honda, hasta que se iniciaron las primeras luchas por la independencia, a las que adhirieron con entusiasmo.

Este antecedente nos va revelando las motivaciones que pudo tener el “pacificador” español Pablo Morillo cuando incluyó entre sus perseguidos a los hermanos Farfán Lezama, lo que obligó a estos a huir hacia los llanos orientales de la Nueva Granada y pasar luego a los llanos venezolanos del Apure, donde se establecieron finalmente. Allá se integraron luego al ejército llanero de José Antonio Páez, con lo cual se inició su vida de combates, cuando José Francisco frisaba los 34 años y Juan Pablo los 32. En ese ejército ganaron cada uno, por su valor personal, el grado de teniente y luego el de capitán. Y luego harían junto a Páez las campañas del Arauca (1816), del Centro (1818) y de los llanos de Apure (1819).[5] 

En esta última, fueron parte de los 150 lanceros que arrasaron con el ejército español en la batalla de las “Queseras del Medio” (3 de abril de 1819), donde el hermano mayor se destacó por su arrojo. Para entonces Francisco era teniente coronel y de ahí nació su nombre de “Centauro de las Queseras”.[6] Esa acción le ganó también la condecoración de la Orden de los Libertadores de Venezuela. Más tarde, en 1821, combatió con valor heroico en Carabobo y en 1823 tuvo papel protagónico en la toma de Puerto Cabello, donde cumplió audazmente la orden de tomar las baterías españolas de la fortaleza y se ganó con ello el grado de coronel.[7] 

Según la prensa de la época, fue ascendido al grado de Coronel de Caballería el Teniente Coronel  de la misma arma José Francisco Farfán. Decía el decreto:

“El poder ejecutivo en virtud de las particulares recomendaciones del comandante general del ejército de Venezuela después de la rendición de Puerto–Cabello, y de las facultades del artículo 122 de la constitución y de la ley de 9 de octubre del año 11º confirió los grados y empleos siguientes: El grado de coronel al teniente coronel de caballería Francisco Farfán. … Y el senado conforme al mismo artículo 122 ha prestado el acuerdo y consentimiento que prescribe el 121.”[8]

Hay que agregar que José Francisco era un hombre muy alto, de una fuerza hercúlea y un valor indomable. Su antiguo jefe, el general José Antonio Páez, lo describió así en sus Memorias, escritas cuando su autor estaba ya anciano y vivía en Nueva York:

“… Era un valiente hombre de casi dos metros de estatura, fornido, nadie lo lograba reducir ni aplacar, de carácter recio, fuerte, era ligero a caballo, escurridizo y ágil jinete, militar y guerrero, luchó por sus ideales, era de esos invencibles hombres llaneros que en esa época necesitaba la patria para su Independencia, era un valiente”.[9]

Juan Pablo Farfán, por su parte, era un lancero formidable. Según el mismo general Páez, en la batalla de Semen hirió con lanza al temible general español Pablo Morillo, dejándolo imposibilitado por algún tiempo para dirigir las operaciones militares.[10]

Volvamos a José Francisco Farfán, quien era también un bolivarista apasionado que compartía el sueño grancolombiano, entre otras cosas porque éste le había permitido integrar a su lejano país de origen, Quito, con la Nueva Granada y Venezuela. A diferencia de otros jefes militares, que venían de elevada cuna o habían asimilado prontamente las mañas de la política, los Farfán eran gentes sencillas, de origen campesino y poca formación intelectual, pero que tenían la inteligencia pronta y pudieron comprender en toda su magnitud la ruindad de los proyectos secesionistas, que pretendían destruir la nación colombiana y repartir sus despojos entre los ambiciosos caudillos surgidos de la independencia.

Así, en 1826, Francisco Farfán fue uno de los suscriptores de la “Exposición de los militares de Apure, de los Regimientos de la Guardia, Guías y Húsares al Jefe Superior Civil y Militar de Venezuela”, presentada en 1826, en defensa de Bolívar y Páez y contra las supuestas maquinaciones del general Santander, Vicepresidente encargado del Poder Ejecutivo de Colombia.[11] 

Hay algunos asuntos por precisar respecto del alzamiento bolivarista y colombianista de Farfán contra el gobierno de Soublette, en 1837, siendo lo primero que nuestro personaje era un líder con arrastre popular, en quien sus conocidos reconocían liderazgo y honestidad, al punto que pudo organizar una respetable tropa en respaldo de su causa. ¿Y cuál era su causa? Pues nada menos que la reintegración de Colombia la Grande, a la que Páez había comenzado a desmembrar cuando separó a Venezuela e impuso en ella el gobierno de una oligarquía conservadora aliada del caudillismo militar.[12] Fue entonces que Francisco y su hermano Juan Pablo se levantaron en armas, en protesta por los abusos oficiales contra los antiguos soldados, a los que los mandones les negaban las tierras ofrecidas a cambio de su lucha y consagradas en la Ley de Haberes Militares.

Esas reivindicaciones políticas de José Antonio Farfán las precisó el mismísimo José Antonio Páez en sus ya mencionadas Memorias:

“A principios del año 37 se levantó de nuevo (Farfán) en la provincia de Guayana proclamando la resurrección de Colombia, la reforma de la Constitución, el restablecimiento del fuero militar, el juicio por jurados, abolición de los derechos que pagaban los agricultores y ganaderos, decreto de amnistía para los facciosos del 8 de Julio, y finalmente nombrando Jefe Supremo al General Mariño, instigador de toda esta trama.”[13]

La clase en el poder, asustada por ese alzamiento y por el sitio que Farfán había puesto a San Fernando de Apure, encontró indispensable que fuera el mismo Páez, su héroe por antonomasia, quien saliera a enfrentar a los alzados, que amenazaban con arrasar todo el aparato de poder montado por el paecismo desde tiempo atrás.

El otro tema por aclarar en este asunto es el estrictamente militar. Es cierto que Páez triunfó finalmente en esa contienda y logró derrotar a Farfán y su tropa, incluso causándole la muerte a Juan Pablo Farfán, al hermano menor del caudillo bolivarista. Pero no es menos cierto que los Farfán infligieron previamente varias derrotas a las fuerzas oficiales, según el testimonio del mismo general Páez: en las riberas del Orinoco a las dirigidas por el comandante Navarrete; en las sabanas de Merecure a las mandadas por el coronel Mirabal, tras lo cual obligó a atrincherarse en San Fernando a las tropas dirigidas por el coronel Muñoz.[14]

No se trató, pues, del solo combate de Payara, sino de una campaña en la que los rebeldes colombianistas lograron algunos triunfos antes de ser derrotados, campaña en la que el paecismo se jugó su destino futuro al todo o nada.  

Se conoce que, luego de eso, Francisco Farfán escapó a la Nueva Granada, país en el que también combatió también al gobierno. Y regresó otra vez a Venezuela, donde se piensa que murió después de 1841.

Pero José Antonio Páez, nunca olvidó a ese formidable rival que desafió su poder. Al escribir sus memorias, ya anciano, hacia 1867, lo mencionó en la “Lista de los generales, jefes y personas notables que recuerdo me acompañaron y estuvieron bajo mis órdenes en la Trinidad de Arichuna, batalla del Yagual y toma de Achaguas”. Anotó: “Francisco Farfán, de los centauros de la sabana, coronel. Lo expulsé varias veces, varias veces pensé fusilarlo, nunca lo hice. Hacían falta valientes para hacer la independencia y él era un valiente”.[15]

9º.- Eloy Alfaro y su Pacto Reservado con Venezuela y Nicaragua.

Otra notable vinculación con Venezuela es la que nos legó el general Eloy Alfaro, un gran enamorado de las figuras de Bolívar, de Sucre y de la idea de reconstitución de la Gran Colombia, idea que propuso varias veces a los gobiernos y fuerzas progresistas de la antigua nación.

Sobre esa base se suscribió, el año 1900, el Pacto Político Reservado suscrito por los presidentes Cipriano Castro, de Venezuela, José Santos Zelaya, de Nicaragua, y Eloy Alfaro, del Ecuador. Ante todo, hay que precisar que se trata de un documento que ha sido descubierto hace pocos años en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, dentro de una investigación efectuada acerca del tema “Venezuela y las Conferencias Panamericanas”, cuyo texto nos ha sido proporcionado por la dirección del mencionado archivo.

Recordemos que el año de 1900 encontró a los países latinoamericanos en una expectante actitud frente a la situación internacional, donde aparecían variados síntomas de emergencia de un nuevo imperialismo. Dos años antes, España, la vieja potencia imperial, había caído derrotada por los EE. UU., que le arrebató Cuba, Puerto Rico, las Islas Guam y las Filipinas, con lo cual emergió como una nueva potencia dominante en el Caribe. Por su parte, la pequeña Colombia se hallaba desgarrada por la “Guerra de los mil días”, a la vez que los EE. UU. suscribían con Inglaterra el Tratado Hay– Pauncefote, que dejaba a los estadounidenses como dueños únicos del derecho de construcción de un canal por Panamá. Naturalmente, esto agravó las tensiones entre EE. UU. y Nicaragua, país éste que había respaldado a los independentistas cubanos y miraba con recelo el proyecto de un canal por Panamá, que afectaba al proyecto de canal interoceánico por Nicaragua. También asomaban en el horizonte regional los nubarrones de la primera crisis de la deuda externa, pues varios países latinoamericanos habían suspendido el pago de la deuda (entre ellos Ecuador y Venezuela) y otros más se hallaban inclinados a hacer lo propio. En fin, Ecuador se encontraba bajo la amenaza de enajenar a los Estados Unidos sus islas del Archipiélago de Colón o ser despojado de ellas por la fuerza.

Con ese mar de fondo, la conciencia latinoamericana recibió por entonces un campanazo de alerta con la publicación de “Ariel”, obra del pensador uruguayo José Enrique Rodó, en la que se denunciaba la presencia de un nuevo imperialismo, que amenazaba a los pueblos hispanoamericanos. Y fue precisamente a fines de ese año cuando los delegados plenipotenciarios de Venezuela, Nicaragua y Ecuador, debidamente instruidos por sus gobiernos, firmaron en Caracas, el 9 de noviembre, un “Pacto Político Reservado”, “inspirados por el deseo de precaver a los tres Países de todo peligro internacional y de velar colectivamente por la conservación del orden público en cada uno de los tres Estados.”[16] 

Por seste convenio, los países en mención se declaraban “unidos por el sagrado vínculo de los principios liberales y democráticos que felizmente rigen en las Instituciones de los tres Países” y constituían una triple “alianza ofensiva y defensiva para los casos de hostilidad”, detallando las medidas a tomar por los aliados en caso de que alguno de ellos fuese agredido y comprometiéndose a utilizar todos los recursos pacíficos y militares que fuesen necesarios para la defensa del país atacado.

Este pacto internacional tenía ciertas características particulares. Su plazo de vigencia era indefinido, puesto que debía durar mientras ejercieran el poder los gobernantes que lo suscribieron, salvo el caso de que alguno de sus sustitutos quisiera adoptar las obligaciones contraídas y los demás estuviesen de acuerdo. Y el acuerdo tenía un carácter secreto, derivado del artículo octavo, donde se especificaba que dada “la naturaleza especial de este Pacto, cada una de las Partes contratantes se obliga á mantenerlo en secreto, hasta que por las tres se considere oportuno su publicación”.

En todo caso, los suscriptores subrayaban que no se trataba de una alianza agresiva contra otros países latinoamericanos y precisaban, en el artículo séptimo, que “las tres Altas Partes contratantes propenderán de común acuerdo á obtener la incorporación de las demás Repúblicas hermanas á esta alianza, que sólo tiende al mayor aseguramiento de la paz general.”

En nuestra opinión, es precisamente este artículo el que revela el sentido profundo del Pacto Tripartito, que buscaba crear una barrera defensiva frente a la amenaza implícita de los poderes imperialistas, por medio de una alianza que comenzaba vinculando a tres países, pero propendía a crear un sistema defensivo latinoamericano, en busca del “mayor aseguramiento de la paz general.”

Visto en perspectiva histórica, este Pacto Tripartito fue una reedición del “Tratado de Unión, Liga y Confederación” suscrito en 1825 por los asistentes al Congreso Anfictiónico de Panamá́, y en gran medida fue también un anticipo de la actual UNASUR. Es más, ese documento muestra la agudeza política con que sus suscriptores apreciaron el fenómeno de la emergencia del imperialismo, no fácil de aprehender en aquel momento, así́ como el sentido patriótico con que buscaron proteger a Nuestra América de las agresiones que veían venir contra ella, y que se concretaron en los años siguientes, con fenómenos tales como la aprobación de la “Enmienda Platt” y su imposición a Cuba (1901), el bloqueo naval imperialista contra Venezuela (diciembre de 1902), la amenaza de una flota de guerra norteamericana (de cuatro acorazados y cuatro mil marines) contra Nicaragua (1903) y la independencia tutelada de Panamá́, con ocupación militar de la Zona del Canal (noviembre de 1903).

Pero, cabe preguntarnos ¿qué ocurrió́ luego? La respuesta es que los suscriptores del Pacto Tripartito fueron eliminados uno por uno del panorama político de nuestra América, ya fuese por acción de las oligarquías locales o de los poderes extranjeros, o por ambas fuerzas coaligadas. Así, en 1908, tras romper relaciones diplomáticas con los EE. UU. y ser satanizado por la gran prensa europea y norteamericana, el nacionalista Cipriano Castro fue derrocado por una conspiración militar dirigida por Juan Vicente Gómez, que fue alentada por intereses extranjeros, en especial por intereses mineros y petroleros, que luego recibieron trato favorable por parte del dictador Gómez.

En 1909, el Secretario de Estado norteamericano Philander C. Knox acusó a José Santos Zelaya de ser un “monstruo de tiranía, rapacidad y crueldad”, en lo que fue el acto preparatorio de una nueva intervención militar extranjera en Nicaragua, que llevó al derrocamiento del nacionalista gobierno de Madriz y a la instauración sucesiva de los gobiernos títeres de Juan José Estrada y Adolfo Díaz.

Y en agosto de 1911, el radical y nacionalista Alfaro, que se había negado a la enajenación de las islas Galápagos, ambicionada por los Estados Unidos, fue derrocado por una revuelta militar financiada por la banca y unos meses después, el 28 de enero de 1912, fue asesinado por una turba de bandidos y prostitutas, alentada por clérigos y organizada desde el poder.

TERCERA RAZÓN DE NUESTRA HERMANDAD HISTÓRICA: LA GENÉTICA.

De esa gloriosa época de nuestra independencia, quedaron en nuestro país abundantes huellas de la presencia venezolana. Fuera de los nombres de los personajes de ese origen que anduvieron por acá, los invito a pensar en cuánta sangre venezolana fue derramada en nuestro suelo, cuántos combatientes de ese origen murieron en la Campaña del Sur y están enterrados por aquí y por allá, en tumbas sin nombre o en fosas comunes, que debieran ser sitios de peregrinación cívica, como esas del viejo Monasterio alto de San Francisco, donde fueron colocados los restos de los seiscientos muertos de la batalla de Pichincha.

Igualmente los invito a pensar en toda la genética de esos combatientes que quedó sembrada entre nosotros y que hoy es parte de nuestra genética ecuatoriana. A modo de ejemplo, les cuento que yo conocí, hace unos cincuenta años, a un compañero de trabajo en la Dirección de Salud de Pichincha. Era un señor alto y delgado, ya maduro, que laboraba como oficinista y andaba siempre bien vestido. Lo singular del caso es que se llamaba Antonio José de Sucre y tenía un rostro, y en especial una nariz, similares a las del glorioso general homónimo. Nunca pude preguntarle sobre sus orígenes, pero algún compañero de trabajo me dijo que estaba emparentado con Sucre. Ahí hay trabajo para los genealogistas.

CUARTA RAZÓN DE NUESTRA HERMANDAD HISTÓRICA: LA CULTURA Y LOS HOMBRES DE CULTURA.

De aquellos tiempos no quedaron entre nosotros únicamente huellas y rasgos genéticos, sino también importantes huellas culturales. Y hoy solo quiero mencionar la huella musical. Ocurre que, para entonces, nació entre Venezuela y la Nueva Granada una derivación del vals europeo, que era más rápida que el original y se convirtió en el baile de moda en los salones grancolombianos de la época. Se lo vino a conocer como “vals a la colombiana” o “vals colombiano” y se bailaba con pasos cortos o “pasillos” y una de sus derivaciones, llamada “capuchinada”, culminaba en un rapidísimo zapateado, que entusiasmaba a las gentes jóvenes. William Duane, en su obra “Una visita a Colombia en los años 1822 y 1823”, describió un baile al que asistió en el país y en el que se tocaron el fandango, el bolero, la capuchinada y el galerón llanero.

Pues, bien, esos valses o pasillos de ritmo alegre, más bien parecidos a nuestros antiguos pasillos costeños, eran los que el mismísimo general Simón Bolívar gustaba de bailar, pues ha de saberse que al Libertador le encantaba el baile y él mismo se consideraba un gran bailarín. “El baile es la poesía del movimiento”, decía, e instruía que se enseñase su práctica a los jóvenes, aduciendo que “da la gracia y la soltura a la persona, a la vez que es un ejercicio higiénico en climas templados”.  En otra ocasión relataba: “Siempre he preferido el vals y hasta locuras he hecho, bailando de seguido horas enteras, cuando me ha tocado en suerte una buena pareja.” Lo cual nos permite suponer que Bolívar y Manuela se conocieron y enamoraron en Quito precisamente bailando esos valses colombianos o pasillos.

Más tarde, el pasillo fue derivando crecientemente, en nuestro país, hacia la melancolía y la tristeza, y terminó, ya en el siglo XX, dejando de ser un ritmo de baile y una música de salón elegante, para convertirse en una música de cantina y en una canción para llorar ausencias, desahogar infortunios y maldecir destinos desgraciados. Empero, algo similar ha ocurrido también en Venezuela y Colombia; en la primera nación, hay bellísimos valses venezolanos de corte lento y melancólico, y en la segunda han surgido pasillos de tristura parecidos a los nuestros, aunque todavía se mantiene vivo, sobre todo en las zonas campesinas del área andina, el alegre y movido ritmo de baile llamado “pasillo fiestero”.

Y por fin hablemos de algunos de los hombres de cultura que se han constituido también en hitos de nuestra historia de hermandad bolivariana.

Comienzo por citar a fray Sebastián Mora Bermeo, un religioso lojano, de la orden de San Francisco, que vivió en Venezuela y trabajó por su independencia en la época colonial, lo que le ganó el apresamiento y luego el destierro a España dispuesto por el «Pacificador» Pablo Morillo, quien acusó a nuestro fraile de ser un activo revolucionario. Mas éste aprovechó su destierro en la península para estudiar a fondo el método de educación mutua de Lancaster, por lo que en 1820 fue invitado a volver a su país por el gobierno de Colombia y contratado para dirigir la primera Escuela Normal lancasteriana instalada en Quito.

Agrego a esta lista de honor al memorable educador venezolano Simón Rodríguez, el maestro del Libertador, quien trabajó como profesor en varios colegios de Quito y Guayaquil y más tarde fue Director del Colegio de Latacunga, al que dedicó una de sus obras: “Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga” (Latacunga, 1851). Dos años más tarde de escribir esta obra, asentado ya en el caserío de Amotape, al norte del Perú, don Simón viajó al cercano puerto de Paita, donde mantuvo largas conversaciones con Manuela Sáenz, que vivía en ese lugar. Un año más tarde falleció el maestro del Libertador en Amotape. En su honor, el presidente venezolano Hugo Chávez fundó la Misión Robinson (por el seudónimo «Samuel Robinson» que utilizó Simón Rodríguez), un programa social de su Gobierno organizado para enseñar a leer y escribir a la población analfabeta.

Y concluyo esta breve nómina con la mención del gran historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo González, llamado con justicia “el biógrafo de los libertadores”, pues escribió las biografías de todos los próceres de espada o de pensamiento de la emancipación americana.

Este afamado escritor, pensador, historiador y crítico literario ecuatoriano llegó a Caracas en 1953, tras ser desterrado en 1936 por el gobierno de Federico Páez, radicarse en Colombia, donde vivió algunos años, y ejercer como diplomático de su país a partir de la Revolución del 28 de mayo de 1944. Llegó invitado por el notable historiador venezolano Vicente Lecuna, quien  antes había anotado que el libro de Rumazo sobre Manuela Sáenz era “una obra maestra”.

De esta manera, don Alfonso se asentó definitivamente en Venezuela, que sería su segunda patria, en donde desplegó desde el inicio sus dotes de maestro y periodista. Fue designado profesor de la Universidad Central de Venezuela, en la que ejercería muchas cátedras, entre ellas las de Historia de América, Historia de la Cultura y Arte Contemporáneo, a la par que desarrollaba una notable actividad periodística en diversos medios venezolanos. Sostuvo diariamente su columna “Rumbos” en el diario “Ultimas Noticias”, durante cuatro años (1955 –1958), y por cinco años en el periódico “La Esfera”, hasta la extinción del mismo. Y su columna “Derroteros” apareció tres veces por semana en “El Nacional” y “El Universal”, durante diez años completos.[17] Todo ello le ganó un sitio de respeto entre el público venezolano, que admiraba su buen decir y mejor escribir.

Pero entre clase y clase, artículo y artículo, don Alfonso seguía laborando silenciosamente en su labor biográfica, recopilando datos, reconstruyendo tiempos y mentalidades, rescatando imágenes históricas desvaídas por el olvido, restaurando con mano maestra los caracteres de sus personajes. Porque el biógrafo es muchas cosas a la vez: un historiador que indaga datos objetivos y reconstruye personajes y circunstancias del pasado, un sociólogo que investiga mentalidades colectivas, un sicólogo que se adentra en el alma de gentes ya fenecidas, para desvelar sus ideas, pasiones, anhelos y temores, pero también un artista que restaura imágenes rodeándolas del claroscuro necesario para destacarlas.

Como resultado de ese largo y silencioso esfuerzo intelectual, nuestro compatriota publicó de modo sucesivo una serie de notables biografías, publicadas en numerosas ediciones y reediciones, tanto en América como en Europa:

  1. “Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador” (1940).
  2. Bolívar (1950)
  3. O’Leary, edecán del Libertador (1956)
  4. Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho (1983).
  5. Simón Rodríguez, Maestro de América (1976).
  6. El General San Martín, su vida y su acción continental (1982).
  7. Miranda, protolíder de la Independencia Americana (1985)
  8. José Martí, libertador  (1994)
  9. Ocho Grandes Biografías, Caracas (1993) y Cumaná (2001).
  10. Simón Rodríguez, maestro de América. (1976)
  11. Andrés Bello. (1998)

En 1997, Alfonso Rumazo recibió del gobierno del Ecuador el Premio Eugenio Espejo y fue candidatizado por el gobierno de Venezuela al Premio Nóbel de Literatura en 1999, tras ser postulado para ese premio por las Academias Ecuatoriana y Venezolana de la Lengua y el Ateneo de Caracas.

Como podemos ver, amigas y amigos, hay muchas cosas que nos unen a ecuatorianos y venezolanos. Algunas están a la vista, como las figuras de Hugo Chávez y Rafael Correa y sus proyectos emblemáticos de vinculación grancolombiana y latinoamericana. Pero otras se hallan ocultas en el subsuelo, “como la plata en las raíces de los Andes”, según la bella y feliz expresión de José Martí.

Es precisamente en nombre de todas esas raíces, de todos esos genes y de todos esos recuerdos comunes, que hoy levantamos nuestra voz para gritar al mundo nuestra solidaridad con la patria de Bolívar, de Sucre, de Bello, de Robinson, de Chávez y de Maduro, ahora que se halla acosada por ese “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, según la lapidaria precisión martiana.

¡Venezuela resiste y triunfará!

* Conferencia del historiador ecuatoriano Jorge Núñez Sánchez en la Embajada de Venezuela, el miércoles 27 de marzo de 2019.


[1] Gaceta de Colombia, Nº 56, p. 1.

[2] Id.

[3] El Patriota de Guayaquil, de 5 de abril de 1823.

[4] Id.

[5] Páez, José Antonio, Memorias del General José Antonio Páez, Biblioteca Ayacucho, Editorial América, Madrid, 1916, págs. 130-131, 192. Bencomo Barrios, Héctor, Los héroes de Carabobo, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, 2004, págs. 99-100.

[6] Ver: Autobiografía del general Páez, Imprenta de Hallet y Breen, 1869, t. I, pág. 185.

[7] Páez, José Antonio, “Memorias …”, cit., págs. 218-219, 270-271.

[8] Gaceta de Colombia, Nº 137, domingo 30 de mayo de 1824, p. 3,

[9] Cit. por Egly Colina Marín, “Biografías. José Francisco Farfán”,  en: http://eglycolinamarinprimera.blogspot.com/2015/03/jose-francisco-farfan.html  (01-02-2017)

[10] Páez, José Antonio, Memorias del General José Antonio Páez, Biblioteca Ayacucho, Editorial América, Madrid, 1916, pág. 192, nota 1.

[11] “Colección de documentos relativos a la vida pública del Libertador de Colombia y del Perú, Simón Bolívar”, Caracas, 1828, Imprenta de Devisne y hermano, tomo X, págs. 186-189.

[12] Ver: Chávez Frías, Hugo: Cuentos del arañero, Vadell Hermanos Editores, Valencia, Venezuela, págs. 102-103.

[13] Páez, Autobiografía, cit., tomo 2, pág. 299.

[14] Ibíd.

[15] Páez, cit., p. 288.

[16] El documento completo en: “Eloy Alfaro, escritos políticos”, Introducción y selección de Jorge Núñez, Ediciones del Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos, Quito, 2011, págs. 221-223.

[17] Id., p. 15

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