Lucrecia Maldonado

Está visto que los verdaderos amos del mundo poseen todas las triquiñuelas necesarias para evitar que la gente común haga dos cosas: primero, evitar que viva mejor, y segundo, evitar que despierte o eleve su nivel de consciencia para así crear un mundo más equitativo y justo para todos. Dado el caso, se van con todo, y no les importa ni el daño que hacen, ni el tamaño de las mentiras que ‘les toca’ inventar, ni las consecuencias que todo esto pueda tener. Se lo ha visto a lo largo de la historia de todo el mundo y en particular a lo largo de la historia de toda Latinoamérica, desde que fue invadida/conquistada por los europeos, hasta nuestros días.

Cualquier intento de que esta parte del mundo piense y viva por sí misma, cualquier gobernante que pretenda dar la vuelta la tortilla y que reordene las prioridades desde los poderes centrales de cada uno de nuestros países será hostigado de todas la formas posibles por medio de los grandes tentáculos del sistema, a saber: los medios de comunicación que informarán selectivamente de lo que más convenga a cierto tipo de intereses; la politiquería local y mundial que hará y deshará a su antojo, pasándose por el forro cualquier institucionalidad o legislación que les estorbe para sus propósitos; se echará mano de cualquier tipo de mentira, de atentados de falsa bandera, triquiñuelas geopolíticas o económicas, infiltraciones en los gobiernos y lo que sea necesario para impedir esos dos avances en la población. Y si hay que llegar a derramar sangre de cientos, miles o millones de inocentes, no se detendrán ante consideraciones éticas o humanitarias, qué va.

¿Qué nos queda, entonces, por hacer a los ciudadanos? ¿Votar bien, tal vez? Algunas veces lo hicimos, pero las fuerzas oscuras detrás de bambalinas se percataron de esa posibilidad y en seguida comenzaron a infiltrar sus protervas intenciones también en ese campo. Un ejemplo patético se dio en el Ecuador, en donde exactamente hace un año votamos por una cosa y resultó que, habiendo obtenido la mayoría de votos, ganó otra cosa. ¿Por qué? Más allá de cualquier calificativo que podría resultar ofensivo, porque seguramente la estrategia estaba planeada desde antiguo, y no necesariamente solo entre nuestros políticos locales, sino desde mucho más afuera, o desde mucho más arriba.

Entonces, como ciudadanos, ahora nos toca simplemente empezar a trabajar en nuestras propias estrategias personales ante un sistema perverso y repleto de tentáculos que impedirá cualquier cambio desde los poderes centrales. ¿Qué hacer? Lo primero, ser sagaces. Observar quién se beneficia de qué, y sabremos de dónde vienen las disposiciones máximas. ¿Les vamos a dar gusto? Lo segundo, compartir el conocimiento que se adquiera en estos procesos. No impartir ideas ni teorías, llamar a nuestra gente cercana a observar los hechos, invitarlos a deducir y a sacar consecuencias lógicas. Una política muy sana es dejar de informarnos a través de los noticieros de los medios oficiales de comunicación. Sabemos que rara vez allí se encontrará una verdad completa; entonces, a crear nuestros propios canales y a darles donde les duele: en el rating.

Bajarlos del poder que van recuperando por obra y gracia de una artera y perversa traición no es, por el momento, una tarea sencilla ni fácil; pero quienes nos damos cuenta de por dónde van los tiros debemos comenzar con el pequeño y tenaz trabajo de las termitas, que en su perseverancia pueden derrumbar toda una edificación sin hacerlo notar.

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