Por Dax Toscano 

La mezquindad burguesa es una característica propia de esta clase. Alguien dirá que esta afirmación es exagerada porque hay en este grupo gente que tienen buenos sentimientos, conductas humanitarias. Pondrán de ejemplo el comportamiento virtuoso que tienen dentro de sus círculos familiares. Otros propondrán a Oskar Schindler, Steve Job o el mismísimo Bill Gates como modelos para confirmar lo equivocación de la tesis inicial de este escrito.  

En definitiva, quién puede dudar de que son buenas personas, si las acciones caritativas que hacen, lo demuestran. Las fundaciones filantrópicas que atienden a los necesitados, confirma su humanitarismo. Solo un fundamentalista marxista puede exponer la tesis absurda de la condición mezquina de los capitalistas.

No obstante, la realidad concreta permite descubrir que detrás de esos falsos profetas, vestidos de buenos samaritanos, hay explotadores rapaces, criminales inhumanos que han provocado la muerte de millones de personas.

La historia oficial tiende a ocultar estas realidades. De las atrocidades del nazifascismo se acusa a Hitler y a Mussolini, pero nada se dice de quienes los sostuvieron económicamente: los grandes empresarios y banqueros capitalistas alemanes y también estadounidenses como Ford y Rockefeller. La violación de los derechos humanos en América Latina, cometidas durante las dictaduras militares, se atribuye al autoritarismo impuesto por esos regímenes de los que se responsabiliza a personajes como Pinochet, Videla, Stroessner, Ríos Montt, pero se deja de lado que la burguesía actuó en su defensa porque gracias a ese accionar criminal se posibilitó la aplicación de un modelo económico al servicio de esa clase parasitaria: el neoliberalismo.

La globalización neoliberal ha provocado un verdadero ecocidio contra la naturaleza, ha conducido al empobrecimiento mayor de la población, ha generado mayor desempleo, ha destruido la salud pública, mientras ha posibilitado a la burguesía aumentar su capital, sus ganancias.

Quienes han ejecutado esas políticas criminales han sido gobernantes y tecnócratas que han asumido la función de gerentes al servicio del capital y no la de mandatarios para atender las necesidades de los pueblos.

A la oligarquía criminal no le basta con explotar a la clase trabajadora en las fábricas o en el campo. Tienen también que lograr confundir a la gente por medio de la manipulación de la mente de las personas. Para ello utilizan a mercenarios de tinta y de micrófono, asalariados en sus empresas mediáticas que repiten como papagayos las virtudes del capitalismo, medios en los que exaltan como hombres y mujeres ejemplares a los representantes de la burguesía.

Pero también están algunos académicos universitarios, verdaderos perros guardianes de esa clase, quienes dan lecciones a sus estudiantes y a la ciudadanía sobre el ejemplar sistema basado en la libertad de mercado.

Ejemplares de estos se han visto en estos días en el Ecuador, desesperados por lograr el triunfo del candidato de la banca, Guillermo Lasso. Economistas neoliberales como Alberto Dahik o Alberto Acosta Burneo, periodistas asalariados como Carlos Rojas o Jorge Ortiz, académicos (si así se les puede decir) como Santiago Gangotena o Luis Espinosa Goded, cada día nos enseñan las virtudes del capitalismo, haciéndonos comprender que la pobreza no es culpa más que de los pobres que son poco creativos, que los países no avanzan por el exceso de gasto público (inversión social), que la solución está en volvernos emprendedores y que el mejor ejemplo son los grandes empresarios que con el sudor de su frente (no la de los trabajadores), han generado riquezas.

Para personajes como Gangotena, los que piensen lo contrario, son unos tarados y los que aspiren a una sociedad distinta, porque consideran que el capitalismo se basa en la explotación, son gente del demonio. La profundidad teórica de este empresario de la educación le ha llevado a plantear por medio de un leguaje escatológico, propio de su comprensión burguesa de la realidad, que los socialistas son sociópatas, tarados mentales, incapaces, vagos, ignorantes, mientras hace argumentaciones profundas para convencer a sus oyentes que la educación, la salud no son derechos de las personas. Así es la miseria humana e intelectual de estos personajes.

El gobierno de Moreno es el mejor ejemplo de la ruindad burguesa. Ha destruido el país. Ha mandado al desempleo a miles de personas, mientras ha favorecido a banqueros y empresarios por medio de una ley que paradójicamente la llamaron “humanitaria”. El cinismo ha sido su característica. En términos populares, un verdadero caretuco que se ha atrevido afirmar que su gobierno es uno de los que mejor ha manejado la pandemia en la región, mientras el número de contagiados crece exponencialmente, los hospitales están colapsados y médicos y personal de salud que combate el Covid-19 han sido dejados a la deriva.

En días anteriores, los mercenarios de tinta y de micrófono gritaban que el Ecuador vivía un momento histórico porque llegaron al país ocho mil vacunas de las 86 mil que ofrecieron. Con bombos y platillos nos han dicho que esto ya es el principio del fin de la pandemia.

Quizás para algunos, porque el resto de habitantes, sobre todo los más pobres no están siendo atendidos, así como el personal de salud de los hospitales públicos, mientras el inepto ministro de Salud, Juan Carlos Cevallos fue uno de los primeros en vacunarse con el argumento de que de esa manera rendía homenaje, como dijo Lasso en el debate presidencial, a “los muertos que fallecieron” como resultado de la pandemia en Guayaquil. Otro de los beneficiados de la vacuna traída con dineros del Estado, ha sido Agustín Loor, esposo de Isabela Noboa Pontón, empresaria capitalista de uno de los grupos económicos más poderosos del país. No contentos con ello, Cevallos llevó una dotación de vacunas a un centro geriátrico privado en el Hospital de los Valles para vacunar a los viejecitos de la burguesía, entre los que se encuentran algunos familiares del corrupto ministro, mientras los del Guasmo, Monte Sinaí en Guayaquil o los de los hogares de ancianos de la gente pobre en Quito, aún no gozan de ese privilegio.

Esto que ha sucedido no es más que una expresión de la división de la sociedad en clases sociales. La burguesía busca salvar a su clase, los demás deben tratar de sobrevivir. Es la ley de la supervivencia del más fuerte.

En 2008, mientras el capitalismo entraba en una profunda crisis y a las personas les desalojaban de departamentos y casas cuyas hipotecas no habían podido pagar por las condiciones económicas difíciles en que les había sumido el sistema, los gerentes de los bancos, en gran medida responsables de esa situación caótica, se aumentaban sustancialmente los sueldos.

Nos han dicho hasta el cansancio que fue Rafael Correa el que dividió el país con su discurso de la lucha entre ricos y pobres. La realidad es que el país ha estado dividido históricamente desde el surgimiento de la República, desde el momento mismo en que oligarquía criolla tomó el control. Son los mismos que hoy viven en La Puntilla, en Ceibos Club y que miran con desprecio a los de Bastión Popular o Balerio Estacio.

El 7 de febrero de 2021 habrá la oportunidad de propinarles una derrota. Pero solo será el inicio de una lucha más compleja. Si se establece un gobierno popular, la oligarquía perversa irá con todo, de la mano del imperialismo, para desestabilizarlo. Debemos prepararnos para enfrentarlos. La lucha de clases no es una invención, es una realidad.

Por Editor