Los asuntos religiosos no dejan de ser un aspecto significativo en nuestra realidad nacional y latinoamericana. Las crisis de toda índole afectan también a las Iglesias y religiones. Estas buscan renovarse y actualizarse para responder a los actuales desafíos. América Latina, principalmente mediante las Comunidades Eclesiales de Base y la Teología de la Liberación promueven una Iglesia de los Pobres que continúe la misión que encomendó Jesús de Nazaret: hacer acontecer el Reino de Dios, es decir una humanidad reconciliada entre sí y con el Misterio del universo.

  1. A mi amigo Bernardo, sacerdote de la iglesia de los pobres

Quiero dejar constancia de mi homenaje al padre Bernardo Boulang, mi amigo del alma, “sacerdote sin frontera” nacido en Normandía, Francia, que falleció al final del año pasado. Tenía 88 años y había entregado 30 años de su vida a América Central, siempre comprometido con las causas de los pobres.

Amigo Bernardo, te vas y te quedas, amigo de los pobres para siempre.

Te vas porque compartiste tu pan, tu vida, tu fe hasta lo extremo.

Te vas tranquilo y feliz porque simplemente puedes decir: ¡misión cumplida!

No veremos más tu cálida sonrisa, tus grandes manos siempre abiertas, tu estatura decidida.

No nos ofrecerás más este viejo calvados, sabroso alcohol normando, que nos calentaba el cuerpo y el corazón.

Pero te quedas porque no viviste en vano en esta América Central que amabas tanto.

Habías hecho tuyas las opciones de los pobres, sus luchas, sus sufrimientos, sus muertes, sus esperanzas, su fe.

El Reino fue tu utopía a construir cada día un poco más.

Amabas a los pobres pero los querías conscientes, organizados, combativos, creyentes en plenitud.

Tu Iglesia fue pobre porque era la de los pobres y de los que eligen ser pobres y solidarios con ellos.

Tu fe fue completa porque abarcó la dimensión política del Reino inaugurado por Jesús de Nazaret,

que crece en las estructuras económicas, políticas, sociales, culturales y religiosas

cuando éstas se vuelven más equitativas, más participativas, más creativas,

más respetuosas de los derechos humanos, de los de los pueblos y de la naturaleza.

Por eso no te vas del todo. Más bien te quedas para siempre.

Permaneces entre nosotros porque has sembrado la Buena Nueva de un Cristo liberador,

semilla que produce muchos frutos, «30, 60 o 100 granos por uno».

Enterramos tu cuerpo, pero plantaste la semilla de un árbol gigantesco: la del “Bien vivir y convivir”.

Te quedas porque dejas huellas imborrables en Centroamérica desgarradas por las guerras,

dominadas por los poderosos, saqueados por los norteamericanos,

desposeídos de sus hijos obligados a emigrar por decenas de miles.

Creciste a la sombra de Monseñor Oscar Romero, santo de la Iglesia universal,

mártir de la solidaridad con los más pobres,

discípulo ahora con él y cuántos más que dieron la vida por esta Iglesia de los Pobres

deseada por los papas Juan XXIII y Francisco: La Iglesia de Jesucristo.

Gracias por haber tenido la gracia de vivir cerca de ti y un poco como tú,

a lo largo de 8 años en la querida Nicaragua sandinista y revolucionaria durante 11 años.

Gracias por ser mi amigo y por seguir dándonos la fortaleza y la alegría

de ser solidarios con los pueblos que luchan y ofrendan sus vidas

por una sociedad más justa, un mundo más fraternal y una Iglesia a su servicio.

Muchas y muchos estamos contigo para siempre, Bernardo, Compañero del Reino.

  1. Novedad con jóvenes indígenas

La semana pasada, del 17 al 21 de enero, se desarrolló en Panamá el Primer Encuentro Mundial de Jóvenes Indígenas, previo a la Jornada Mundial de la Juventud, organizada por la Iglesia. Participaron unos 400 jóvenes de 12 países, representando a 40 pueblos originarios. Aprovecharon este encuentro para compartir su fe en Jesucristo desde la riqueza milenaria de nuestras culturas. Trataron temas como “La memoria viva de nuestros pueblos – La importancia de vivir en armonía con la Madre tierra – Ser protagonistas en la construcción del otro mundo posible”. Tuvieron la dicha de recibir un mensaje del Papa Francisco que los invita a “hacerse cargo de sus raíces, porque de las raíces viene la fuerza que los va a hacer crecer, florecer y fructificar”.

Este encuentro se da en víspera de la Jornada Mundial de la Juventud en la ciudad de Panamá. Estas jornadas anuales se dan desde el año 1975 y congregan más jóvenes que los juegos olímpicos. Se espera la presencia de unos 100,000 jóvenes de los más diversos países del mundo. Su bajo costo, este año, de 54 millones de dólares, llama la atención con relación al de los Juego Olímpicos: por ejemplo, la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro en 2013 costó unos 60 millones de dólares, mientras que los Juegos Olímpicos en esa misma ciudad, un año más tarde, superaron los 8.000 millones.

Llama felizmente la atención este Encuentro Mundial de Jóvenes Indígenas que se realiza en medio de un pueblo indígena de Panamá. Se da mientras la Iglesia Latinoamericana prepara para octubre próximo un ‘Sínodo sobre la Amazonía’ cuyo objetivo es “abrir nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. No es novedad decir que la Iglesia católica esté pasando por una fuerte crisis. Enumeramos aquí alguna de sus causas: los escándalos de pederastia de sus sacerdotes y obispos, la falta de sacerdotes por principalmente el celibato obligatorio de sus miembros, la marginación de las mujeres en las instancias de decisiones, el desfase de sus expresiones públicas con relación a la realidad del siglo 21, la dificultad para ponerse al servicio de las diferentes culturas, religiones y espiritualidades, la renuencia del clero de trabajar según las orientaciones del papa Francisco por la paz, la equidad, la democracia, los derechos humanos, la defensa de la Madre Tierra… Por esos mismos hechos son los jóvenes quiénes más se alejan de las Iglesias cristianas en general porque no encuentran acogida a sus anhelos y sus necesidades.

En la declaración final de su Encuentro mundial los jóvenes indígenas denuncian “las numerosas violaciones a la dignidad de nuestros pueblos, las invasiones y explotación de territorios originarios, los gobiernos que violan las leyes de protección ciudadana, las transnacionales y los grandes proyectos económicos que violan a la Casa Común a través de la minería, deforestación, construcción de hidroeléctricas y el turismo invasivo”. Nos hacen un llamado a todos y todas: “Exigimos el respeto de nuestra diversidad, cosmovisiones y nuestros modos de vivir, manifestados en las prácticas del Buen Vivir. De la misma forma nosotros como pueblos indígenas reconocemos que la tierra es nuestra madre, por eso demandamos el cuidado de la Casa Común para que todos los pueblos tengan vida y un futuro que ofrecer a las nuevas generaciones debido a que en esta tierra estamos entretejidos”. A la Iglesia católica, “pedimos los espacios apropiados para vivir nuestras espiritualidades, desde nuestras cosmovisiones, herencias de nuestras abuelas y abuelos, y el respeto a las teologías particulares de nuestros pueblos, frutos de la síntesis entre nuestra fe ancestral y la plenitud de nuestra esperanza en la persona de Jesucristo”.

Que estas reflexiones nos ayuden a recapacitar y actuar para lograr los cambios necesarios tanto en la sociedad como en las Iglesias. Así tendremos una vida mejor, una comunión feliz con la naturaleza y una apertura a los llamados que nos hace Dios a través de los jóvenes indígenas, los pueblos originarios y sus culturas, religiones y espiritualidades.

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