La realidad no es suficiente. Ante la insatisfacción, se reacciona tratando de interpretar los hechos, creando mitos, utopías y religiones, o decidiéndose por la creación, la opción estética. En las obras de Saramago existe una gran cercanía a los sucesos históricos y a los grandes problemas existenciales del hombre. Su formación marxista y su vocación humanista están presentes. No obstante, el autor no se limita a los espacios creativos. En realidad crea otros universos. Sus novelas ponen al mundo patas arriba. Ítalo Calvino en Seis propuestas para el nuevo milenio dijo que la novela es “una reacción al peso del vivir”.  

Saramago comenzó a escribir a los 55 años, igual que Cervantes. Antes ejerció el periodismo e intervino en política. Al fin descubrió que solamente a través de la literatura era posible decirlo todo: “la historia es el territorio de la duda”. Muy joven escribió dos novelas que no se editaron. Luego se calló por treinta años porque “todavía no tenía nada que decir”.

Sus dos obras preliminares, relacionadas con su vida, son Manual de pintura y caligrafía (1977), que esconde su paso del periodismo a la literatura e incluye un periplo del personaje por los museos italianos; y Alzado del suelo (1980) sobre su infancia campesina y las desigualdades sociales mantenidas por los terratenientes y la Iglesia. Después tenemos Memorial del convento (1982), situada en el siglo XVIII durante la construcción del monumental complejo religioso de Mafra, “el paso de una época a otra”, mágica por su poder imaginativo y por la rotura de los tiempos; la extraordinaria El año de la muerte de Ricardo Reis (1985), uno de los heterónimos de Pessoa, admirado por Saramago; La balsa de piedra (1986) que relata la ruptura de los Pirineos como un símbolo de la identidad ibérica; Historia del cerco de Lisboa (1989) que se relaciona con la expulsión de los islámicos por parte de los cruzados y confirma la relatividad de la historia cuando un corrector de pruebas pone un “no” donde debía escribirse “sí”, notable por el manejo de los tiempos narrativos; El Evangelio según Jesucristo (1991), una interpretación humana y libre de los cuatro evangelios, rechazada con virulencia por el Vaticano, donde Jesús es uno de los tantos hijos de José, y Dios y el Diablo (otro dios) se reparten el mundo. Inicia otro ciclo con nuevas obras: Ensayo sobre la ceguera (1996), una metáfora magistral, sin personajes nombrados, que denuncia la marginalidad y la segregación de los “diferentes”, y acusa al mundo actual: “ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”; Todos los nombres (1998), una novela de la cual, se ha dicho, “el cementerio se mete a la ciudad” (…), “un libro sobre la vida que reivindica la muerte”; La caverna (2000), inspirada en la parábola de Platón: estamos condenados a no ver sino reflejos y sombras, atados al fondo de una caverna, de espaldas de la realidad (tal vez debía ser menos extensa). Saramago consideró que Memorial fue el “paso de una época a otra”, Historia del cerco “el paso radical” por la ruptura de los tiempos, El año de la muerte “el paso de la vida a la muerte y de la muerte a la vida”, y El Evangelio “el paso de todos los pasos” por ese Dios que está en todo y no está en nada, el Dios teologal arriba, solitario, y abajo el Dios inalcanzable, como ansia y sed del hombre.

Luego vino El hombre duplicado (2002), una historia policial que envuelve, sin decirlo, la lucha entre la Historia y el Arte. Ensayo sobre la lucidez (2004) es un llamado a actuar con ética cívica ante un mundo dominado por el poder, la publicidad y la mentira. Las intermitencias de la muerte (2005) es la lectura de cómo el amor vence a la muerte, haciendo soportable la vida y la misma muerte. Luego de un lapso en el cual estuvo muy enfermo, escribió El viaje del elefante (2008), una novela corta donde resalta la forma de escribir una buena historia. Luego vino Caín (2009). Si El Evangelio fue la rebelión del Hijo contra el Padre, esta novela es la rebelión del Hombre contra Dios. El Dios bíblico es rencoroso y el Antiguo Testamente está bañado en sangre. Sin embargo, Caín, de hondos contenidos, carece de las dimensiones de la otra. Más enfermo, el tiempo fue avaro con Saramago. Murió poco después, en 2010.

Saramago también escribió teatro, poesía y cuentos. Se ha editado últimamente un volumen de su poesía completa. De sus cuentos, Casi un objeto (1983) tiene un magistral relato corto, Silla, en el cual emplea casi treinta páginas para un hecho que dura apenas dos o tres segundos, y que en realidad sucedió: la rotura de una silla donde acababa de sentarse el dictador Oliveira de Salazar. El epígrafe de esta obra condensa su pensamiento: “Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente” (Marx y Engels). Saramago declaró alguna vez a una revista: “Si algún talento tengo, es de transformar lo imposible en algo que pudiera ser posible”. Son fundamentales para conocer al hombre, al ciudadano y al escritor es leer sus Cuadernos. Primero fueron dos tomos escritos entre 1993 y 1997. Estas reflexiones siguieron y pueden obtenerse.

Por su espíritu extremadamente sensible, sus personajes femeninos son poderosísimos. Atraen, invaden y se imponen. Bluminda, la llamada siete lunas en Memorial, lee en el corazón de los hombres mientras ella está en ayunas. Sara, la mujer que comparte un romance con el corrector de textos del Cerco. En Ensayo hay una mujer, la única que no quedó ciega, símbolo de la esperanza y de la vida, mujer que aparece nuevamente en Ensayo sobre la lucidez.Pocos años después del Nobel no pude resistir escribir largamente a José Saramago (perdone el lector la personalización), disculpándome ante él porque un andino desconocido suelte dos páginas y las envíe por correo expreso. En respuesta recibí, previo anuncio de su mujer, la andaluza Pilar del Río, Viaje a Portugal, una crónica de un supuesto viajero que recorre por tierra su país en busca del arte religioso acumulado por siglos. En ese libro leí una dedicatoria con mi nombre: “Un pequeño país por un pequeño país, una amistad por una amistad; todo son raíces. José Saramago, julio 2003”.

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