Por Modesto Ponce Maldonado

 Cuatro plagas nos destruyen: la crisis climática, los fundamentalismos, la esclavitud informática y las desigualdades humanas. Me referiré a estas dos últimas.

            El vandalismo mediático nos convierte en parlantes amaestrados, en repetidores. Hay biólogos evolucionistas como Richard Dawkins que sostienen que nuestros genes, además de nuestras mentes, están afectándose. Los memes y el concepto de “viral” son una ponzoña. Las redes y los medios envían mensajes empaquetados para seres también empaquetados. Tragamos sin digerir. Nos atosigamos sin procesar.

Eugenio Montale, Nobel de Literatura 1975, escribió En nuestro tiempo: “Sólo los aislados hablan, sólo los aislados comunican; los otros —los hombres de la comunicación de masas— repiten…” Añade: “El hombre nuevo no piensa.” Actualmente, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, al examinar “las patologías de la sociedad actual”, piensa que vamos hacia la domesticación del ser humano, a su deshumanización.

Por otro lado, tenemos un mundo donde, si se aspira a vivir como en los países desarrollados, se requieren los recursos de cinco o más planetas Tierras. Algunas centenas de personas tienen una renta anual equivalente a la que dispone la mitad de la humanidad, o sea casi cuatro mil millones de seres humanos. En el mundo muere un niño cada cinco segundos por hambre y enfermedades evitables, más de seis millones al año. Nada dicen los “Provida”. EE.UU, con 5% de la población mundial, acapara más del 30% de la riqueza y tiene en su territorio más de cincuenta millones de míseros, el 15% de su población. Vivimos la era del desperdicio. José Saramago, en Cuadernos de Lanzarote, opinó que el mayor desperdicio es el de seres humanos. El hambre y la miseria no se consideran pestes porque no nos tocan. En Latinoamérica y África las desigualdades son abismales. Es útil leer los capítulos fundamentales de El Capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty.

La presión social y la posibilidad de reacciones no pueden detenerse, son insostenibles, y no es posible predecir qué forma tomarán. El covid 19 servirá de percutor. La dinamita está colocada.

¿Hay que crear riqueza para repartirla? ¿Así de simple? Es la versión moderna del rico Epulón, de cuya mesa caen las cosas por inercia. La teoría del goteo. La nueva receta del desarrollo está en los “buenos negocios”, en “crear oportunidades” para los individuos sin modificar la sociedad, pues es esta la que debería cambiar para que cambiemos nosotros. La riqueza sobra en el mundo. La miseria y la marginación también. La economía debería ser parte de las ciencias sociales. El PIB nos indica el volumen del pastel. Todo depende de quien reparte, porque podría quedarse con la mayor parte. La idea del “progreso” ya lo analizó Erich Fromm en La revolución de la esperanza. La producción de bienes materiales es un medio, no un fin.

Generar riqueza, sí. Repartirla, también, aunque para Ecuador habría que buscar fórmulas adecuadas a nuestras realidades, equilibradas, posibles, que tengan garantías de seguridad Y, sobre todo, con consensos. Todos tendríamos que cambiar. Bastaría la repatriación de apenas un 20% de los depósitos en el exterior para inyectarlos en la economía. El principal dividendo sería la contribución a la paz social y a la propia seguridad individual y familiar.

Con simpleza intelectual se habla del “socialismo del siglo XXI”, metiendo en la olla de una fanesca indigerible lo que es y lo que no es, sin el menor análisis de la historia de los países, de la geopolítica. De los intereses del Imperio que sostienen a dictadores asesinos por conveniencia o matan de hambre a naciones enteras porque sus sistemas afectan sus intereses. Únicamente apetecen las reservas de petróleo o de litio más grandes del mundo. Con simpleza y ceguera mental también, al no percatarse de la evolución de los conceptos que, para no ir más lejos, se remontan a la segunda mitad del siglo XIX, y sin tampoco considerar que los países europeos, especialmente nórdicos, son estructuras socialistas.

Se pontifica que el Estado debe achicarse, en un mundo donde la mayor parte son fuertes. El Estado fuerte impone la separación entre política y el interés financiero que, en nuestro caso, completaría la obra de Alfaro que lo separó del poder religioso. Estas tesis son inaceptables para la ultraderecha que busca seguir siendo la dueña del Estado. Entiendo que el “socialismo del siglo XXI” tuvo como objeto encontrar nuevas modalidades menos dogmáticas, utópicas o radicales, aunque cada país lo puede interpretar a su manera. He conocido, por ejemplo, que de este tema trató Heinz Dieterich en 1996. Superar, ante todo, el “capitalismo salvaje” del que habla la Canciller Merkel que de joven fue mesera. Las tesis de la Internacional Progresista, creada recientemente por Bernie Sanders y el griego-australiano Yanis Varoufakis, y de la cual Andrés Arauz es parte del Consejo Mundial, entre otras personalidades internacionales, responde a este tipo de nueva orientación.

En nuestro país se utilizó este término entre los años 1920 y 1930. La Izquierda Democrática es parte de la Internacional Socialista. La extinta Democracia Cristiana hablaba de “economía solidaria”, de “socialismo comunitario” y mostró simpatías por la “teología de la liberación”.Norberto Bobbio, en Izquierda y derecha, fue muy claro al opinar: la izquierda privilegia la igualdad sobre la libertad; la derecha lo contrario. Saul Bellow, premio Nobel 1976, en la novela Herzog escribió: “El impulso humano hacia el bienestar es uno de los impulsos más fuertes de una sociedad democrática, pero (hay que valorar) el poder destructivo que contiene”. La codicia humana no tiene límite. No se trata tampoco de igualitarismo. Ni Marx sostuvo esa tesis. El objetivo es que cada ser humano pueda realizarse como tal, con independencia del valor sus posesiones, y para tal objeto se requiere que satisfaga sus necesidades fundamentales. La igualdad está en la desigualdad. “Los hombres se hicieron desiguales no sólo por lo que eran sino por lo que tenían”, escribió Savater en Política para Amador. La sociedad es más que la suma de individuos que la forman.

Se vocifera por la “libertad de expresión y de pensamiento”, sin revisar los conceptos de “libertad” y “derecho”. Según razona Mircea Eliade en los ensayos reunidos en Fragmentarium, la libertad está vinculada por esencia al ser humano como tal, que puede lanzarse de un puente, matar, vivir en una cueva, escribir poemas, asaltar un banco o fundarlo.  En ese sentido, somos libres, pero los derechos son otorgados por los otros, porque somos seres sociales y, de hecho, implican responsabilidad hacia esos otros. De modo que nuestros periodistas no tienen libertad de pensamiento ni de expresión; tienen derechos hacia esas libertades que les otorga la sociedad que, por su parte, tiene derecho a una información profesional y ética. Existe una Declaración de Derechos Humanos, no de Libertades Humanas. Con excepciones, muchos medios y periodistas se consideran el “cuarto poder”, los dueños de la verdad y de las conciencias. No admiten controles ni regulaciones. No aceptan a los medios públicos. Es curioso comprobar que ciertos comunicadores incluyen la respuesta que quieren en la pegunta que hacen.  O creen representar a la “opinión pública”, olvidando que “el público no tiene opinión sino, únicamente, olfato”, según Rafael Argullol, y más aún en caso del ecuatoriano que es más sabio de lo que creemos. “El oficio más bello del mundo” de García Márquez, está degradado. Las redes sociales, a pesar de su trivialidad y narcicismo, nos permiten escoger y distinguir qué huele bien o mal. La “noticia” se ha convertido en un “bien de consumo”. Las “ideas” se transmiten como mensajes publicitarios.

A los términos “anti” que indica “oposición”, y “pro” que señala estar “a favor de”, se le han dado valor irracional en la definición política de estos tiempos. Burdo y disparatado, no se oculta la verdadera razón: la lucha por el poder. ¡Nada más que el poder!  En la escena VII del acto III se lee en el Hamlet de Shakespeare, en palabras del Rey: “La locura de los poderosos debe ser examinada con escrupulosa atención”.   Y una de las armas preferidas del poder es el “miedo”, y este tiene origen en un “enemigo”. Vieja táctica. Bajo el dogmatismo religioso, proliferaron los enemigos, encabezados por el diablo y el pecado. Luego el laicismo, enemigo del occidente cristiano. Luego la religión falsa del protestantismo. Y así después, desde los sesenta y setenta: comunismo y más comunismo. Y, ahora, el narcotráfico, cuando para los EE.UU, los mayores consumidores de droga, es fundamental para su economía interna y el dominio a nuestros países, mantener el absurdo sistema prohibicionista. Estos días, Biden, que apoyó la invasión a Irak como senador, ha declarado a Rusia y China como “enemigos”.

Recuerdo el año 1978, en la época de retorno a la democracia. En una charla informal, mientras esperábamos para que todos llegasen a una reunión, en Quito, escuché decir enardecido a Febres Cordero en mi propia oficina estas casi textuales palabras: “dejaré todo para luchar contra la monstruosidad que se nos viene”. Los nuevos malvados eran nada menos que los “comunistas” Borja, Roldós, Hurtado. Después fue Correa y, en sus primeros tres meses, hasta el propio Moreno, un individuo con rencores acumulados que me ha recordado lo que escribió Gregorio Marañón en los años cincuenta en su obra Tiberio, historia de un resentimiento: “Por eso son tan temibles los hombres débiles —y resentidos— cuando el azar los coloca en el poder”.

Ahora le ha correspondido a Andrés Arauz soportar la monomanía a través de una imagen prefabricada de su personalidad. J.J. Servan-Schereiber, en El Desafío Radical, escribió en la década de los setenta sobre quienes “aún están obsesionados por el ‘peligro comunista’, cómodo pretexto a enarbolar para el mantenimiento de los privilegios (…), y que deberían darse cuenta antes de que sea demasiado tarde”. Han pasado cincuenta años, y “dale la burra al trigo”, como decían las abuelas. En las pesadillas nocturnas de muchos, estamos a punto de “convertirnos en Cuba o Venezuela”, y no tienen idea de que nosotros tenemos un país con características distintas y otra problemática. De Correa se dijo de todo, hasta que nos quitarían las viviendas y hasta los hijos para que los eduque el Estado, que expropiaría las empresas… Y mucho más. Pero la gente no olvida que estuvo mejor, y los negocios saben que ganaron como nunca. El diario El Comercio, en primera plana, reconoció la transformación del país y puso a RC como uno de los presidentes de más trascendencia, junto a García Moreno, Alfaro y Velasco Ibarra. Errores y excesos los cometieron todos. Es la condición humana. La paranoia y la imbecilidad llegaron a su punto más alto con la invención de una cifra alta de siete ceros (¡mayor a la deuda externa y al presupuesto nacional!) desaparecida como fruto de la corrupción, de la cual no se ha detectado ni el 0.5%. Hubiera sido más saludable que se comprueben los delitos económicos que con seguridad existieron en vez de perseguir a dos exmandatarios con argumentos descabellados y muy discutibles. Persiguieron al hombre y lo engrandecieron. La soberbia y la prepotencia del expresidente se quedan cortas ante la ultraderecha neoliberal que, por otro lado, carece de la visión de conjunto y la capacidad ejecutora de Correa. La mayoría de nuestros presidentes, incluyendo a algunos dictadores, desde 1948 hasta 2017, han sido honrados.

Y hoy, con Arauz, la obsesión se prolonga… Nadie habla de su trayectoria académica, de los cuatro idiomas, de sus ideas, de su solvencia intelectual y de su equilibrio emocional. No discuten sus argumentos, su pensamiento y sus tesis. Se lanzan ciegos, obnubilados contra una imagen creada por el marketing. Después de quince años una nueva generación se incorpora a la vida nacional. Y esto no lo aceptan. Esparcen un tarro de pintura negra y basta.

Respecto a Lasso, sabido es que los empresarios son malos gobernantes. En un artículo publicado en el New York Times el 13 de febrero de 2017, los hombres de negocios que han sido presidentes en EE.UU. “tienen las peores evaluaciones”.  En segundo término, pertenece a la Opus Dei, una organización de ultraderecha con exorbitantes poderes económicos y políticos. (Quien se interese puede ver en mi página web: El libro Camino, una aproximación a la Opus Dei.  Revela lo inimaginable). Jorge Senprún, que fuera Ministro de Cultura de Felipe González, desnuda en una de sus obras la verdadera naturaleza de esta sociedad, heredera del franquismo y protegida por el fundamentalista Juan Pablo II. Escribe Senprún: “El Opus Dei sólo hubiera sido una secta más (…) si no hubiesen descubierto el discreto encanto de la modernización capitalista. (…) El dinero fue una idea nueva y virtuosa en la España del Opus Dei”. Teólogos católicos son fuertes detractores de esta “sociedad secreta”, neutralizada por el papa Juan XXIII. La sigla CREO los delata: religión y oportunidades de riqueza. Lasso busca la receta del Gatopardo de Lampedusa: que las cosas cambian para que todo siga igual.

No es suficiente un banquero que trabajó desde muy joven y aprendió a hacer dinero en forma exitosa, y pretende llenar el país de emprendedores que buscan éxito. A estos se refiere también el filósofo actual Byung-Chul Han, que los ve como “disfrazados de individuos positivos, sonrientes y supermotivados” que busca el “tener” más que el “ser”. ¡Qué lejos de la realidad del ser humano profundo y de nuestra gente! A Lasso no le interesa ni sabe lo que sucede en este mundo. Ofrece el mercado mundial a sus ingenuos emprendedores, quienes recibirían los dólares de sus exportaciones, mientras él, Guillermo Lasso Mendoza, jamás se percatará que el 70% de los habitantes del planeta viven con $ 2.50 a $ 5.50 diarios.

Por otro lado, es errado pensar que la inversión privada y la generación de empleo solucionan los problemas sociales. La capacidad de generación y la creatividad de la empresa privada es insustituible, pero la ecuación no es inversión más empleo igual bienestar, si no se practican otras políticas que son parte de la gestión estatal en una sociedad que busca organizarse mejor. Dependemos también del orden mundial. De este tema trató también J.J. Servan-Schreiber. Inclusive José Mujica piensa que en el mundo actual hay que contar con la iniciativa privada. El concepto se mantiene: no hay libertad de empresa; hay derecho a la libertad de empresa.

Actualmente el Ecuador hará de péndulo y podrá inclinar la balanza en Latinoamérica. Es peligroso que volvamos a las dictaduras de los setenta apoyadas por EE.UU. Abiertamente se ha propuesto la dictadura, y algunos, que se han bañado en agua de rosas hablando de “democracia”, se mantienen callados.

Es posible que yo sea un escéptico o un optimista desengañado, pero estoy convencido que la utopía, el sueño de algo distinto nos sostiene, sin necesidad de creer en la gloria celestial ni en ningún Mesías. No hay otro camino. Deseo un mundo diferente que no conoceré, pero me siento privilegiado de haber vivido en un siglo de cambios. Votaré por Andrés Arauz el 11 de abril.

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