El sueco Hjalmar Solderberg (1869-1941) escribió El doctor Glas, una novela pesimista y dura sobre un amor frustrado. Allí leí algo casi irreproducible: “La personas huelen mal cuando están muertas…, pero si alguien huele mal cuando está vivo, hay que matarle”. El francés Michel Houellebecq (1958) ha escrito otra novela, Las partículas elementales. En contraposición de la promesa del cielo para las “almas” y a la creencia que Dios es dueño de la vida, sostiene, debido a los avances de la biología y de la antropología materialista, que se debe llegar a “conclusiones éticas mucho más modestas” relacionadas con la “dignidad humana”.

Existen situaciones antes las cuales se tapan los ojos con argumentaciones religiosas y “morales”. Somos parte de una cultura, igualmente formados y malformados por la religión. Tenemos además un instinto natural de conservación y de supervivencia que, junto al sexual, conforman las grandes fuerzas de nuestro psiquismo. Estas energías, más el hecho de que somos capaces de amar y ser amados, hasta tal punto de que el Amor, en la más amplia acepción, es lo que hace aceptable la Vida y la Muerte, han facilitado una posición diferente, empujados por movimientos sociales y muchísimas opiniones humanistas, como por ejemplo la del teólogo católico Hans Kung, no solo para discutir el tema, sino para tomar decisiones políticas y legales sin prejuicios morales. Se necesita una nueva cultura, una nueva ética, otra concepción del amor humano. La religión ha creado un injustificado culto a la muerte.

Somos los dueños de nuestras vidas. No hemos escogido nacer, ni tampoco escogemos padres, hijos, raza, idioma… ¿No podemos entonces decidir sobre nuestra propia muerte? “La libertad absoluta existirá cuando dé lo mismo vivir que no vivir”, escribe Dostoievski en Los demonios. ¿Qué se entiende por “vida”?, pregunto. Vida es, sobre todo, conciencia y capacidad de actuar y relacionarse con los otros. El coma total no es sinónimo de estar vivo; el cuerpo es una máquina, pero el “ser” está muerto.

Desconcierta pensar qué sucede en el cerebro. El cerebro es un inmenso cosmos de capacidades infinitas, y estamos muy lejos de interpretarlo. Dentro de ese cosmos está el inconsciente, el “alma”, la complejidad de nuestros genes, la partícula donde reside la misma vida, el sistema emocional, el temperamento, la memoria que se amplía mientras pasan los años, la cultura. ¿Puede asegurarse que todo ese universo está igualmente en coma? ¿Por qué, entonces, el hombre respira y funciona su corazón sin ayuda externa? El cerebro sigue vivo, agazapado en el fondo de una caverna oscura y profunda. El electroencefalograma, por ejemplo, no llega muy lejos. El postrado puede sentir sufrimientos internos atroces (los dolores físicos podrían ser detectados), y puede vivir un infierno por años. El derecho a una muerte digna debe considerarse al mismo nivel que el derecho a la vida y debería ser incluido en las Declaración de los Derechos Humanos y en las legislaciones. Mantener a un paciente en condiciones extremas podría asimilarse a la tortura.

En los centros que atienden con cuidados paliativos a enfermos incurables el 90% de los que ingresan mueren en un mes o en un año, en prolongada agonía. Sé del caso de un niño, muy hermoso porque he visto su fotografía, que nació sin ninguna posibilidad de expresarse, sin movimiento, sin mover los ojos o hacer ruidos o toser. Por tres años es mantenido “vivo” por el Ministerio de Salud. Conocí de otro caso: un amigo que pasó seis años en absoluto estado vegetal, alimentado por sonda. Dos enfermeras lo levantaban semidesnudo y lo ataban a un armatoste de aluminio con ruedas para llevarlo a la ducha. Un día su familia lo llevó a casa y a los ocho días le facilitaron una muerte dulce. Sé, por propia confesión, que un médico ayudó a un íntimo con los químicos necesarios y le dio instrucciones. Era joven como su mujer, con hijos pequeños y una casa hipotecada al IESS. Iba a morir en seis meses de cáncer y sostenía a la familia… ¿Debía vender su casa y dejar a su familia en la indigencia porque “su vida” es sagrada? No obstante, el mundo es indiferente ante veinte mil niños que mueren al día por causas evitables, casi un mil por hora, más de cuarenta cada segundo. La eutanasia global…

Hay que entender (igual con el asunto del aborto) que el problema rebasa lo individual y familiar. Es asunto social, que interesa a todos. Hay familias que destrozan sus vidas por quienes no acaban de morirse o que se quedan en la pobreza por tratar de salvar lo insalvable. Muchos familiares de los irrecuperables abandonan al enfermo en instituciones. No pueden pagar las pensiones. El costo social y humano es muy alto en todos los sentidos.

En la realidad se practica la eutanasia, y se lo hace como procedimiento normal. Esta es indirecta cuando, llegado el enfermo al límite, con ahogos o grandes dolores, se le seda profundamente. En poco tiempo vendrá el infarto. La directa ocasiona la muerte instantánea después de una inyección a la vena. Lo segundo es considerado asesinato y el médico va a la cárcel. ¿Dónde está la diferencia? Aun para los creyentes, ¿no es mejor trasladar a la persona al goce eterno que mantenerlo en tierra sufriendo lo intolerable?

El derecho a la muerte digna está lijado a la decisión de la persona, que puede expresarse en un testamento vital. Con una ley adecuada podrían resolverlo los familiares. La decisión de voluntad final puede limitarse a no tomar medidas que prolonguen la vida, a la desconexión de aparatos o a disponer el final. Hay que acabar de entender que la muerte es una ley natural, inevitable, sin excepciones.

Los mismos razonamientos se aplican al suicidio asistido, que está ya aceptado y regulado en muchos países. En Estados Unidos, cuando un médico, conocido como “doctor muerte”, la facilitó a varios pacientes, terminó diez años en la cárcel. Se hizo una película con Al Pacino. El austriaco M. Hanekek dirigió el filme Amor: ¿qué hacer con el ser que se ha amado y ama en estas situaciones? La decisión sobre la propia persona pude ser fácil, pero cumplir su voluntad o decidir por otra es otro caso que muy lentamente deberá imponerse.

*Sobre la eutanasia —disculpe el lector la personalización— escribí una novela titulada Adela. Mereció una mención en el año 2017 en el Concurso de Novela Breve La Linares.

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